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La exportación del modelo de China

El crecimiento impulsado por la infraestructura ha funcionado bien en China porque el gobierno pudo controlar el entorno político

Inversores observan información bursátil en una oficina de corretaje en Pekín. EFE/How Hwee Young.

Francis Fukuyama

12 de enero 2016

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Stanford.– En los inicios de 2016 estamos presenciando una histórica competencia entre modelos de desarrollo –es decir, estrategias para promover el crecimiento económico– entre China, por un lado, y EE. UU. y otros países occidentales, por otro. Aunque se trata de una contienda que en gran medida el público en general no ha visto, su resultado determinará el destino de gran parte de Eurasia durante las próximas décadas.

La mayoría de los occidentales es consciente de que el crecimiento se desaceleró sustancialmente en China: pasó de más del 10 % anual en las últimas décadas a menos del 7 % (y tal vez menos) en la actualidad. Los líderes de ese país no se quedaron de brazos cruzados, sino que procuraron acelerar el cambio desde un modelo de crecimiento orientado a las exportaciones, nocivo para el medio ambiente y basado en las manufacturas pesadas a otro centrado en el consumo interno y los servicios.

Pero los planes chinos implican además una importante dimensión externa. En 2013, el presidente Xi Jinping anunció una gigantesca iniciativa llamada Un cinturón y un camino, que transformará el corazón económico de Eurasia. La parte del cinturón implica vincular por ferrocarril a China Occidental con Asia Central y, desde allí, con Europa, Oriente Medio y Asia Meridional. La parte que extrañamente llamaron camino está compuesta por puertos e instalaciones para aumentar el tráfico marítimo desde Asia Oriental y conectar esos países con el cinturón, permitiéndoles transportar sus bienes por tierra en vez de tener que transitar dos océanos, como ocurre actualmente.

El Banco Asiático de Inversión para Infraestructura (BAAI) –liderado por China y en el que EE. UU. se negó a participar a principios de este año– está diseñado, en parte, para financiar Un cinturón y un camino. Pero las necesidades de inversión del proyecto son gigantescas respecto de los recursos de la nueva institución propuesta.


De hecho, Un cinturón y un camino representa un sorprendente cambio en la política china. Por primera vez, China busca exportar su modelo de desarrollo a otros países. Las empresas chinas, por supuesto, han estado extremadamente activas en toda Latinoamérica y el África Subsahariana durante la última década: invirtieron en los sectores de materias primas y extractivos, y en la infraestructura necesaria para transportar esos productos a China. Pero Un cinturón y un camino es diferente: su propósito es desarrollar capacidad industrial y demanda de consumo fuera de China. En vez de extraer materias primas, China busca desplazar su industria pesada a países menos desarrollados, enriqueciéndolos y fomentando su demanda de productos chinos.

El modelo de desarrollo de China es diferente del que actualmente está de moda en Occidente. Se basa en inversiones masivas en infraestructura lideradas por el Estado –rutas, puertos, generación eléctrica, trenes y aeropuertos– que faciliten el desarrollo industrial. Los economistas estadounidenses reniegan de esta propuesta que podríamos describir como «constrúyelo y la demanda llegará» debido a las posibilidades que se abren para la corrupción y el usufructo particular cuando la participación estatal es tan intensa. En los últimos años, por el contrario, la estrategia de desarrollo estadounidense y europea se ha centrado en las grandes inversiones para la salud pública, el empoderamiento de la mujer, el apoyo a la sociedad civil mundial y las medidas anticorrupción.

Independientemente de cuán loables sean estas metas occidentales, ningún país se ha enriquecido invirtiendo solamente en ellas. La salud pública es una condición de fondo importante para el crecimiento sostenido, pero si una clínica carece de electricidad confiable y agua limpia, o no hay caminos para llegar a ella, no servirá de mucho. La estrategia china basada en la infraestructura ha funcionado extremadamente bien en ese país y constituye un componente importante de las estrategias implementadas por otros países del Este Asiático, desde Japón y Corea del Sur hasta Singapur.

La gran pregunta para el futuro de la política mundial es clara: ¿cuál de estos modelos se impondrá? Si Un cinturón y un camino cumple las expectativas de los planificadores chinos, toda Eurasia, desde Indonesia hasta Polonia, será transformada durante la próxima generación. El modelo chino florecerá fuera de ese país, elevará los ingresos y, con ellos, la demanda de productos chinos para reemplazar a los mercados estancados en otras partes del mundo. Las industrias contaminantes también se trasladarán a otras partes del mundo. En vez de formar parte de la periferia de la economía mundial, Asia Central estará en su corazón. Y la forma autoritaria del gobierno chino se hará acreedora de un inmenso prestigio, que implicará un gran efecto negativo para la democracia en todo el mundo.

Pero hay motivos importantes para cuestionar el éxito de Un cinturón y un camino. El crecimiento impulsado por la infraestructura ha funcionado bien en China hasta el momento porque el gobierno chino pudo controlar el entorno político. Este no será el caso en el extranjero, donde la inestabilidad, el conflicto y la corrupción interferirán con sus planes.

De hecho, China ya ha tenido que enfrentar a grupos de interés airados, legisladores nacionalistas y amigos inconstantes en lugares como Ecuador y Venezuela, donde ya cuenta con masivas inversiones. China lidió con el descontento de los musulmanes en su propia provincia de Xinjiang, en gran medida, a través de denegaciones y represión, pero esas prácticas no funcionarán en Pakistán o Kazajstán.

Esto no significa, sin embargo, que los gobiernos de EE. UU. y otros países occidentales puedan adoptar una postura complaciente y sentarse a esperar el fracaso chino. La estrategia del desarrollo a través de las infraestructuras masivas puede haber alcanzado su límite dentro de China y tal vez no funcione en el extranjero pero, de todas maneras, es fundamental para el crecimiento mundial.

EE. UU. supo construir enormes represas y redes de caminos allá por los 50 y los 60, hasta que esos proyectos pasaron de moda. Actualmente, tiene relativamente poco que ofrecer a los países en vías de desarrollo en este sentido. La iniciativa Power Africa del presidente Barack Obama es buena, pero le ha costado ganar impulso; los esfuerzos para construir el puerto Fort Liberté en Haití han resultado un fiasco.

EE. UU. debiera haberse convertido en miembro fundador del BAAI; de hecho, aún puede incorporarse para orientar a China hacia un mayor cumplimiento de las normas ambientales, laborales y de seguridad internacionales. Al mismo tiempo, en EE. UU. y otros países occidentales debemos preguntarnos a nosotros mismos por qué la infraestructura es ahora tan difícil de construir, no solo en los países en vías de desarrollo, sino también en nuestros propios territorios. A menos que lo hagamos, nos arriesgamos a ceder el futuro de Eurasia y otras partes importantes del mundo a China y su modelo de desarrollo.

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Traducción al español por Leopoldo Gurman.
Francis Fukuyama es investigador superior en la Universidad de Stanford y director del Centro para la Democracia, el Desarrollo y el Estado de Derecho (Center on Democracy, Development and the Rule of Law). Su último libro es Orden político y decadencia política.
Copyright: Project Syndicate, 2015.
www.project-syndicate.org.


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Francis Fukuyama

Francis Fukuyama

Politólogo estadounidense. Ha escrito sobre una variedad de temas en el área de desarrollo y política internacional. Su libro "El fin de la Historia y el último hombre", (Free Press, 1992) ha sido traducido a más de 20 idiomas.

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