21 de julio 2017
En los regímenes autoritarios, y sobre todo en los que evolucionan hacia un sistema dictatorial, es práctica común la hipocresía colectiva como una manera de defensa frente a las arbitrariedades del poder autoritario. La costumbre de fingir constantemente se convierte en un arte de la sobrevivencia de los ciudadanos “de a pie”. El temor de ser considerado un disidente y/o crítico, no se diga un opositor activo, obliga al ciudadano común y corriente a vivir en una especie de fingimiento constante. Y, a partir de esta simulación necesaria, se conforma un entorno en donde prevalece el güegüense, que es el arte de la simulación.
El autoritarismo genera condiciones para que se implante el güegüense como ambiente político indispensable. El ciudadano con el permanente temor de ser descubierto en sus reales pensamientos y, por lo mismo, se ve forzado a fingir, a vivir en la encrucijada de una moral de doble valor y significado: el güegüense.
En las oficinas gubernamentales o en la fábrica o en las tiendas de los centros comerciales los “de a pie”·proclaman su adhesión al régimen, asisten a las concentraciones políticas del gobierno y defiende sus iniciativas. En la intimidad, confiesan sus dudas, vacilaciones y rechazo como se demostró en las votaciones de noviembre pasado (2016).
Los círculos de amigos se van volviendo cada vez más cerrados y selectivos por temor a la presencia de algún informador de oficio o chivato. La confianza colectiva se evapora lentamente, al mismo tiempo que se debilita y fracciona el capital social del país.
Los resultados de la encuesta de Latino Barómetro 2016 dice que el 63% de los nicaragüenses creen que hay que cuidarse de no hablar de política, incluso entre amigos. En 2014, el 55% opinaba que los nicaragüenses no debían hablar del tema entre amigos, hubo un incremento de ocho puntos. Al término de dos años las cosas han empeorado. ¿Recelan ser delatados? ¿Temen perder su trabajo?
La desconfianza se implanta como norma diaria de convivencia cautelosa. Y así, poco a poco, la sociedad se va transformando en una masa desconfiada, calculadora y, con frecuencia, oportunista. Los “de abajo” saben que los dueños del poder tienen miedo porque saben los riesgos que corren si una chispa se transforma en un movimiento social.
En esas circunstancias, no es casual vivir en un mundo en que la hipocresía se extiende y se amplía como si fuera una peste incontenible. Los gobernantes autoritarios la cultivan y la promueven. Los políticos tradicionales la utilizan en sus discursos demagógicos y en sus maniobras públicas y/o clandestinas, de la misma forma que el ciudadano “de a pie” la necesita y acude a ella como un mecanismo de defensa y salvación.
Los ejemplos sobran, pero quisieran señalar uno en particular. Se trata de los políticos tradicionales zancudos. Fijen estar en contra del gobierno de Ortega, simulan enojo de las barbaridades que se comenten a diario, cuando en el fondo sienten regocijo por seguir obteniendo favores y regalías. Es su manera de fingir. Fingen oponerse al gobierno, pero claudican, simulan el rechazo a los favores, pero negocian el pacto o la paga. También se cuecen habas y la hipocresía campea por sus fueros.
Hoy, el presidente Ortega ya no pretende ni siguiera ocultar sus intenciones de permanecer indefinidamente en el poder y consolidar el gobierno perpetuo, pero siempre considera necesario hacerlas aparecer (sus intenciones) como si fuera un sacrificio, una respuesta humilde ante el reclamo del pueblo, un acto de compromiso y sacrificio ante el clamor del pueblo. Otra vez el fingimiento y la falsedad.
El güegüense o la simulación camina de la mano con el temor y la incertidumbre del ciudadano “de a pie”. Y también con su indignación personal y frustración social. Todo ello conduce al cinismo como práctica cotidiana y aceptación por la sociedad nicaragüense.
Nos vamos volviendo cínicos como cuerpo social, mentirosos, desconfiados y oportunistas. Y para rematar, todo esto se reviste con un pensamiento ilusorio y fantástico, que permite al gobierno repetirnos todos los días que Nicaragua está cambiando, que vamos por buen camino y que cada día disfrutamos de una mejor vida. Y, lo peor de todo, hay idiotas que se lo creen.
Da pena ver jóvenes de ambos sexo que se suman a la falsa algarabía de los simuladores políticos del gobierno, le hacen el juego y se integran en esa ola de falsedad e hipocresía creciente, simulando también entusiasmo y fe en las promesas de la demagogia militante gubernamental.
Uno quisiera observar, otra actitud de la juventud, la de la rebeldía juvenil, el rechazo a la mentira, el repudio beligerante contra el autoritarismo y la corrupción. Pero no, al menos todavía no. A lo mejor en el transcurso de los próximos años. Ojalá.