29 de mayo 2018
Como es conocido, la derecha es una categoría política que, igual que la izquierda, surgió de las confrontaciones político-sociales durante la revolución francesa de 1789, por el hecho fortuito del lugar en que se ubicaban las tendencias dentro de la Convención Nacional: los Montañeses (revolucionarios) a la izquierda y los Girondinos (conservadores) a la derecha.
Derecha, e izquierda, no es algo concreto ni tiene formas –son irreales, simples vocablos— una entelequia (ficticia, fantástica) de uso arbitrario, y convencional cuando existe un interés político de por medio para descalificar algo o alguien contra quien no se comparten simpatías políticas.
La derecha, como la izquierda, está dividida en múltiples corrientes, no existe en ella ni asomo de homogeneidad y sí, mil fracciones de todos los matices políticos, tamaños y clases; pues un pobre obrero, víctima enajenación ideológica, puede tener criterios y actos conservadores, y un hombre rico puede tener concepciones socialistas, producto de una formación ideológica humanista.
La derecha, como la izquierda, no tiene nacionalidad ni ubicación geográfica, y cada vez su uso es menos útil para el discurso político serio, pero no desaparece del lenguaje común como tampoco se pierde el vocablo “hijueputa” del habla coloquial cuando se quiere ofender; aunque de tanto uso –sin razón o con ella-- ya casi perdió su capacidad de enojar.
Pero la derecha en Nicaragua, por lo oído y repetido de boca de los personeros del gobierno de Daniel Ortega, y de sus loros periodísticos durante la actual crisis política, está siendo regalada con un premio mayor que el de la lotería: le regalan la autoría de la revolución de la conciencia que encabeza la juventud estudiantil y trabajadora desde el 18 de abril del año 18 de este siglo.
La derecha de nuestro país, sus cúpulas más bien, han carecido históricamente de iniciativas políticas propias (sus proveedores de sus iniciativas han estado en Washington), y cuenta con partidos políticos pequeños, sufren orfandad de base popular, pero el orteguismo le atribuye “súper poderes”, como si fueran los muñecos gringos Súperman y Batman.
La ven dirigiendo a miles de estudiantes de todas las universidades, mandando a las calles de toda Nicaragua a millones de compatriotas en manifestación contra los crímenes y la violencia del oficialismo, reclamando justicia y el abandono del poder de los responsables de la violencia y de los crímenes.
Son tantas las facultades regaladas a la derecha de mandar a todo un pueblo en reclamo de vida en paz y en democracia en Nicaragua –de las cuales, según las homilías de Madre Rosario del Carmen, ya las tenemos de sobra—, que hasta la CIA debe estar sorprendida, o envidiando, lo que la derecha nacional es capaz de hacer, aun cuando no le han organizado, como el que le organizaron en tiempos de Reagan.
Además, la derecha como la izquierda y el centro, son integrados por nicaragüenses, y no hay razón alguna para suponer que deben quedarse al margen de la tragedia que vivimos todos, por culpa de gobernantes opresores y deshonestos, que no tienen más banderas que sus ambiciones, aunque se amparen bajo la bandera de la izquierda.
La CIA debe estar analizando con igual o mayor sorpresa, el motivo por el cual las grandes movilizaciones populares –durante más de un mes y de manera cotidiana—en toda la república, se escuchan las mismas consignas de los días insurreccionados contra su ahijado Somoza, como: “¡Que se rinda tu madre!” (El grito del poeta sandinista Leonel Rugama, cuando la Guardia somocista le pidió que se rindiera), “El pueblo, unido, jamás será vencido”… Y esta otra: “¡Patria libre y vivir!”, un parafraseo humanista de la consigna “¡Patria libre o morir!”.
Los sesudos de algunas fracciones de la izquierda que en el mundo se pronuncian en defensa de Daniel Ortega, deberían preguntarse –como se lo estarán preguntando en la CIA—: ¿por qué estas marchas populares son amenizadas también con música y canciones de los días insurreccionales contra la dictadura somocista?
En efecto, podrían darse cuenta de que, aquellos himnos de batalla del pueblo revolucionario cantados e inspirados por los hermanos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, por Los Guaraguao venezolanos, los chilenos Inti Illimani y la argentina Mercedes Sosa, son los mismos que se entonan en las calles de Nicaragua 48 años después, ¡porque los muchachos de hoy, luchan con igual patriotismo contra otra dictadura, como lo hicieron los muchachos de ayer!
Otro detalle: si esta insurrección de la conciencia y sin armas de todo el pueblo no tuviera un objetivo patriótico, justo y democrático, los mismos Mejía Godoy y otros cantautores no crearan, como lo están haciendo, nuevas canciones inspiradas por y dedicadas a los jóvenes asesinados por los paramilitares del orteguismo. Hasta los cultores del Rap están sensibilizados con esta lucha popular.
Respecto a ese fenómeno, tanto los magos de la CIA fabricantes de situaciones contrarrevolucionarias, como los sesudos de la izquierda de pensamiento mecánico, podrán concluir en lo que quieran, como de costumbre, sobre la situación de Nicaragua, pero nunca llegarán a una certera conclusión como la del nicaragüense Félix Maradiaga Blandón (*):
“Yo creo que la juventud nicaragüense es hija de la revolución. Algunos somos hijos de la revolución de forma más dolida. La vemos como algo que fue traicionado, otros más orgullosos, pero (todos) somos hijos de un proceso revolucionario y eso está en la psiquis colectiva de las nuevas generaciones. Es una generación que creció viendo la revolución como un momento histórico, como una juventud: la juventud de sus padres y sus abuelos que no toleraron una dictadura, y es donde el régimen (orteguista) se equivocó, (en) que ese espíritu rebelde y de libertad no estaba convertido en un espíritu prebendario; (y que) ese espíritu rebelde, reside en chavalos y chavalas que fueron los que nos dieron las ganas de salir detrás de ellos.” (Director del Instituto de Estudios Estratégicos y Políticas Públicas, entrevistado en Domingo, La Prensa, 20/05/18)
Esas verdades, nacidas dentro de sectores sociales diversos, ofrecen la posibilidad de construir un Estado democrático post Ortega. Es que aquí los partidos políticos de oposición, de cualquier tendencia, carecen de capacidad para convocar al pueblo por sí solos, de manera exclusiva. Y, la insurrección popular de hoy, cuenta con la participación de todas corrientes políticas, incluida la tendencia sandinista liberada de los vicios del orteguismo, pero no fueron sus impulsores.
La juventud ha creado sus propios dirigentes y la población les reconoce su liderazgo. Con su aporte se ha formado la Alianza Cívica por la Justicia y la Democracia. Pero para Ortega y sus medios de comunicación, todos integran “la derecha vandálica”; pero como esta “derecha” está poniendo los muertos, entonces… ¿de qué lado son quienes les dispararan?
Una respuesta simple diría que les disparan desde la “izquierda” orteguista, pero la actuación de Ortega y sus paramilitares no alcanza dentro de ningún concepto ni corriente de izquierda… ¡porque ellos forman una mafia fascista tropicalizada!
El desenlace, temprano o tarde, de esta crisis será una sociedad democrática, y ojalá nunca más, tengamos otra vez que enfrentar el continuismo dictatorial de ningún otro oportunista. La garantía de esa democracia serán las sanas corrientes juveniles inspiradas en la revolución –y que con su lucha inspiran otro tipo de revolución–, libre de compromisos y de sujeciones ante nadie.