26 de octubre 2016
Era septiembre de 1990. Habían pasado escasos seis meses de aquel 25 de febrero en que la Unión Nacional Opositora (UNO) había derrotado en las urnas al Frente Sandinista, convirtiendo a Violeta Barrios de Chamorro en la primera mujer presidente de la historia de Nicaragua. La participación en esas elecciones fue de una masividad legendaria: 86.3% de los inscritos fue a depositar su voto, registrándose solo un 6% de votos nulos. Doña Violeta ganó con una incuestionable y aplastante mayoría de 54.7% de los votos. La derrota de la revolución sumió al sandinismo en una gran crisis política interna, marcada por las posiciones de quienes se negaban a reconocer la realidad y las reglas del juego democrático y por quienes apostábamos por el respeto a éstas y la democratización del propio FSLN.
Se proponía la democratización interna por medio del debate abierto y el relanzamiento del FSLN como partido político civil, que renunciaba a la lucha armada y a la sedición, respetando la voluntad popular para convertirse en oposición leal. Es decir, en una oposición legítima, constructiva y sobre todo, responsable, que fiscalizara y demandara la rendición de cuentas del nuevo gobierno. Se acordó la realización de un primer congreso del Frente Sandinista para 1991 y la realización de un pre-congreso en el año 90 para organizar el debate. En esos primeros seis meses afloró la resistencia al cambio e hizo su aparición lo que después daríamos en llamar el “síndrome del desalojo” del poder. Y llegó del mismísimo puño y letra de Rosario Murillo en lo que se podría catalogar como su primera actuación como portavoz de los intereses de Daniel Ortega.
El ataque comenzó con un libelo publicado en El Nuevo Diario el 2 de septiembre de 1990 titulado “Yo acuso a las sectas! Carta abierta a la militancia del FSLN” en el cual señalaba al diario Barricada (dirigido por Carlos F. Chamorro), a la Semana Cómica (dirigida por el caricaturista Róger Sánchez) y al semanario Gente (dirigido por mí) de ser “sectas que se han apropiado de estos medios con fines personales para censurar la opinión de los revolucionarios” y supuestamente, atacar a la dirigencia sandinista.
La ofensiva contra los medios y la libertad de expresión es de antigua data y en este caso iba dirigida al silenciamiento de la militancia del FSLN:
“Los medios sandinistas han sido utilizados, a través de los años, muchísimas veces, en contra del Frente Sandinista. En contra de la Dirección Nacional (…) en mi opinión esta secta ha venido confundiendo los medios de comunicación del partido con la propiedad particular sobre los mismos, y no creo que sea correcto (…) yo estoy de acuerdo porque los medios de la Revolución jueguen un papel beligerante en la crítica de nuestra acción política en todos los terrenos. Aparecer como víctimas del sandinismo, dentro del sandinismo, también es fácil, (…) yo soy crítica. Soy hipercrítica. Soy conflictiva, malcriada, jodida en muchísimos aspectos. Pero soy leal. Leal a lo que aprendí en el Frente Sandinista”.
En otra parte de su infundada acusación reclama la expulsión y las purgas que vendrían después para asaltar el control del partido: “Si vamos a debatir ideas, debatamos, pero definiendo con claridad el terreno adonde está cada uno. Si tanto rechazo tienen por este Frente Sandinista, imperfecto, pero mejorable, inacabado, pero evolutivo, ¡que se vayan! De todas formas quienes pretenden descalificar a los dirigentes o al FSLN ante el pueblo, no tienen derecho a llamarse sandinistas.”
Como no podía ser de otra manera, Rosario Murillo recibió mi riposta el 9 de septiembre de 1990 también en END con un artículo que hizo olas titulado “¿Qué corona tiene Rosario Murillo?” y que señalaba:
“La pregunta es inevitable: ¿Qué corona tiene Rosario Murillo para autoerigirse en juez de los medios sandinistas? ¿Qué representatividad, qué autoridad moral, qué pruebas tiene Murillo para lanzar graves e injuriosas acusaciones contra Carlos Fernando Chamorro, Róger Sánchez y yo?” (…) Tampoco puede hablar de “sectas”, quien dentro del sandinismo representa el peor ejemplo del comportamiento y actitud de un revolucionario. La soberbia, la intolerancia, el verticalismo y la arbitrariedad de Rosario Murillo son legendarias en este país. Su trayectoria en Cultura es la historia del vergonzoso atropello sufrido por la intelectualidad sandinista de parte de quien ha utilizado el poder para sus desmanes. Rosario Murillo no puede hablar de usos legítimos del poder, cuando valiéndose de su status como compañera del comandante Daniel Ortega, lo ha utilizado en forma espuria para apuntalar sus posiciones e ideas y aplastar “disidencias”, llegando el ridículo pero no menos peligroso extremo de confundirse a sí misma con la Dirección Nacional. Estos métodos Rosario los utilizó antes y pretende seguir utilizándolos ahora, para cerrar el debate y la libertad de expresión revolucionaria en nombre de ese mismo debate.”
Y para que nadie se llame a engaño, hace 26 años ya había registrado los rasgos constituyentes de la personalidad de lo que hoy es reconocible como la Gran Hermana. Y me excusan que me cite de nuevo:
“Rosario reconoce que es una “militante imperfecta” - todos los somos-, pero el problema es que no es sólo eso. Es además de conflictiva, malcriada y jodida efectivamente como ella dice, sucia, deshonesta, oportunista, maniobrera, y manipuladora. Rosario Murillo irónicamente, en lo que los sicólogos llamarían una “proyección”, nos endilga a los acusados todos los calificativos de su histérica personalidad y su obsesión fetichista con el poder.”
“Rosario Murillo en su afán de figurar a toda costa en sociedad, se ha autoerigido en vocero autorizado de cualquier tema: desde el problema iraquí hasta la magia criolla, pasando por la revolución del 68 y la influencia del mambo y Pérez Prado en la izquierda nicaragüense. Atiborra los diarios con artículos que ningún medio puede digerir o publicar a la velocidad que su vanidad exige. En una prosa que hubiese despertado la envidia de Rosalío Usulután, el preclaro periodista de Castigo Divino, Rosario Murillo pretende que los medios sandinistas se conviertan en un pedestal para su chocante exhibicionismo, como si no le bastara haberse apropiado totalmente de las páginas del suplemento cultural de los sandinistas. Sólo Los Cachorritos han quedado a salvo de su compulsión articulera.”
Como pueden observar, su ambición de sustituir a toda la dirección del Frente y al propio Ortega ya estaba ahí, igual que su intención de dominar todos los medios. Finalmente, lo ha conseguido. Los antiguos romanos representaban a la ambición con alas en la espalda, para indicar la extensión de sus designios y la prontitud con los que quiere ejecutarlos. Pero Murillo se ha comido literalmente las uñas de ansiedad esperando durante más de dos décadas en la sombra, el cumplimiento de sus sueños de grandeza.
En su caso se pueden detectar algunas etapas de la llamada “Curva de ambición”: ver lo que otros no ven; seguir una ruta inquebrantable; capturar el momento y afinar la ambición antes de llegar al ápice de la curva. Así vio la posibilidad de que Ortega asaltara el Frente Sandinista y se deshiciera de la competencia, cuando otros no lo creían posible; siguió la ruta de hacerse indispensable a Ortega sustituyendo a sus más cercanos consejeros; supo capturar el momento de la crisis del Frente y encontró su momento más oportuno para arrancarle concesiones a Ortega con la denuncia de Zoilamérica, traicionando a su hija y administrando el escándalo. Afinó la ambición proponiéndose que Ortega regresara al poder de su mano, como jefa de campaña y de lo que quedaba del partido, como colaboradora indispensable de pactos, componendas y fraudes. Invirtió la última década acumulando poder, riqueza y control, eliminando enemigos y competidores, hasta que finalmente ha sido ungida por Ortega como sucesora del poder. La “infinitamente leal” ha llegado a la cúspide, aunque sea de manera ilícita, ilegítima e ilegal.
Rosario Murillo, la orwelliana Gran Hermana de Nicaragua, tiene la resonancia de una Lady Macbeth de la tragedia de Shakespeare. Calculadora, perversa y sin escrúpulos, es la mujer que incita a su marido para asesinar a su rey y ocupar su lugar en el trono de Escocia. Todo lo ve en función de su deseo de poder, acepta lo que le sirve para conseguirlo e ignora lo que no le favorece.
Uno casi se puede imaginar este monólogo de Lady Macbeth antes de consumar el crimen, en boca de Murillo:
“Para engañar al mundo, toma del mundo la apariencia; pon una bienvenida en tu mirada y en tus manos y lengua; procúrate el inocente aspecto de la flor pero sé tú la víbora que oculta. Habremos de atender al que ha de venir y tendrás que dejar que sea yo quien se ocupe esta noche de nuestro gran proyecto que dará a nuestros días venideros y a todas nuestras noches absoluto dominio soberano, y el poder.”
Finalmente pues, tiene su corona, para un reinado que se augura inestable. Si queda alguna moraleja de cómo terminó la tragedia de Shakespeare, en esta historia de ambición y traición, es que Macbeth murió a manos de sus enemigos y Lady Macbeth, sonámbula y alucinando, se suicidó.
Así pues, a la Lady Macbeth del trópico solo me resta desearle: ¡Que la corona así conseguida le sea leve!