15 de noviembre 2021
No era 2012, era 2021; y no era el fin, era el principio. Transcurría el año dos mil doce, la idea de una presunta profecía Maya sobre el fin del mundo ese año, se había instalado en el imaginario popular. Discotecas, tribunas, editoriales mediáticas, pantallas hollywoodenses y aparadores comerciales nos embaucaban con el apocalipsis. Políticos y sectas religiosas por igual anotaban en sus agendas la terrorífica fecha. En las plazas y mercados abundaban toda suerte de objetos en envolturas alusivas: ‘pañoletas 2012’, libretas, abanicos, camisetas, dijes, chocolates, y, por supuesto, ‘bunkers de sobrevivencia 2012’.
Epigrafistas, lingüistas y arqueólogos de prestigiadas universidades hablaban sobre el presunto vaticinio Maya y preparaban el gran teatro para su evocación. Algunos fueron más recatados, otros, redundantes, anticipaban pánico olvidando uno de los sentidos originales de la palabra apocalipsis: develar, retirar el velo. Y, otros, que buscaban secretos en una de pila de piedras, sorteaban diferentes concepciones de tiempo: tiempo lineal, tiempo circular, tiempo histórico, tiempo-espacial. Pocos se refugiaron en las estrellas ocultas de la astronomía maya, y sólo algunos volteaban la mirada a los Mayas contemporáneos mesoamericanos...
La fecha clave era 13.0.0.0.0, 4 Ajaw 3 K’ank del Calendario Maya. La historia iba más o menos así: una inscripción jeroglífica contenida en el Monumento 6 del Tortuguero en Macuspana, México, asociada a profecías de la Dinastía Maya del Período Clásico (ya identificadas en los libros del Chilam Balam) parecía indicar que el 2012 marcaba la conclusión del ‘gran ciclo’; el fin de una serie de eventos de “la cuenta larga” contenida en unidades de tiempo conocidas como bak’tun que culminaría en el solsticio de invierno de 2012. Todo indicaba que el fin estaba cerca. Pero, ese mismo año, hallazgos arqueológicos en Xultún, Guatemala, vinieron a darnos un respiro, y tras las nuevas excavaciones, la duración del bak’tun se extendió generosamente, postergando el fin por unos 7000 años…
¿Podrían los epigrafistas de la rusia comunista ser los culpables de la confusión? ¿Podrían los discípulos del notable Yuri Knórosov haber incurrido en el error y haber invertido los números, erróneamente intercambiando 12 por 21? Naturalmente no. (¿O sí?). Poco importa.
Lo único que importa es lo que los Mayas contemporáneos del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) nos dijeron aquel diciembre de 2012 al refrendar lo que habían presagiado el día primero de enero de 1994: el neoliberalismo y la globalización corporativa arrojarían a la humanidad al abismo (https://bit.ly/31VgLWJ).
Importa lo que los mayas reiteran hoy: “no nos conquistaron”. 2021 y no 2012, sería el año en que una expedición maya zarpó de Isla Mujeres, México, rumbo a Europa, revirtiendo la ruta de los conquistadores para encontrarse con los otros pueblos oprimidos del mundo, incluyendo miles de jóvenes europeos que convergerían en Glasgow, sede de la 26 Conferencia de las Partes de la Convención Marco sobre el Cambio Climático de la ONU.
Pero la ciudad escocesa terminó siendo sede del encuentro civil de los defensores de la vida en la Tierra. 2021 pasará a la historia como el año decisivo de la resistencia indígena mundial que, haciendo eco del lamento de la Madre Tierra, se congregó en Glasgow donde se murmuraba que se iba a decidir el futuro de la humanidad. Delegaciones de pueblos originarios y tribus de todos los continentes arribaron a la sede de la Cumbre con sus demandas, conocimientos ancestrales, rituales e ímpetu. Como guardianes del 80% de la biodiversidad planetaria, fueron a impugnar los calendarios de la COP26: ¿esperar tres o cinco décadas para reducir a “cero-neto” las emisiones letales de gases de efecto invernadero, o aguardar una década para reducirlas únicamente a la mitad; esperar plazos indeterminados para la eliminación de los combustibles fósiles y el carbón? – no gracias, responderían.
Pero les habían dicho que el futuro lo sellarían los poderosos reunidos en la ‘Zona Azul’ de la sede de la COP26 donde la delegación más numerosa, formada por unos 500 representantes de las industrias de combustibles fósiles, se filtraban para ‘cabildear’ a los negociadores internacionales y producir una declaración favorable a sus intereses. El futuro de la civilización humana, la biosfera y la atmosfera terrestre, sería agendado en sus calendarios.
El pacto final de la COP26 dado a conocer ayer y definido por algunos como pacto suicida, refleja cosmovisiones que poco entienden de historia planetaria o tiempos astrobiológicos -aunque dicen guiarse por la ciencia y se deslindan de todo ‘negacionismo’. Pero en las calles de Glasgow, la agenda de la sociedad civil parecía clara: la gran revolución global ha comenzado. Fuera de la Zona Azul tuvo inicio la nueva revolución, el pacto global de desobediencia civil por la descolonización del Antropoceno.
Han transcurrido tres décadas desde que los científicos advirtieron del calentamiento global y el colapso bioclimático; ha pasado aproximadamente el mismo tiempo desde que los Mayas Zapatistas predijeron el colapso socioeconómico ambiental mundial. Pero no dejar de sorprender que, el documento final de COP26, con párrafos pactados secretamente a última hora entre delegados de China e India, Estados Unidos y la Unión Europea (https://bbc.in/3qBRF9z) contenga escollos y omisiones serias, incluyendo la ausencia del compromiso de crear un fondo anual (anunciado desde la COP15) de 100 mil millones de dólares para asistir a los países pobres y más vulnerables al cambio climático, la negativa a cesar el subsidio a las industrias de combustibles fósiles, la ausencia de un plan claro para crear mecanismos de financiamiento para pérdidas por daños, ambivalencia sobre los llamados “mercados de carbono” y la modificación de ciertas cláusulas sobre derechos humanos que serían ‘descafeinadas’, entre muchas otras anomalías.
Si la revolución industrial del siglo XVIII fue culpable de la alteración bioquímica de la atmosfera, cambios en la biosfera y la alteración del sistema climático planetario; los protagonistas de la nueva revolución socio-ecológica del siglo XXI han asumido el reto de frenar la destrucción de la vida en la Tierra. Son los jóvenes y los pueblos originarios que comprendieron que, lo que se jugaba en Glasgow era su futuro. ¿Qué son 13.0.0.0.0, 4 Ajaw 3 K’ank del Calendario Maya ante 45 millones de siglos de historia planetaria? Si en un sólo instante del Antropoceno se produjo una civilización capaz de destruir la vida planetaria; en nuestros días somos testigos de la primera gran revolución global encabezada por los jóvenes y los pueblos originarios decididos a cambiar de rumbo.
2021 sería el año en que los nuevos apologistas de la Conquista colonial -hoy apologistas del neocolonialismo basado en la economía y explotación extractiva ‘2.0’- patalearon arremetiendo contra los pueblos indígenas a quienes ahora acusan de promover un “nuevo comunismo”. 2021 será recordado como el año que podría marcar el principio del fin del Antropoceno capitalista. El año en que los políticos con buenas intenciones entraron al purgatorio de la Zona Azul de la COP26, mientras afuera, los activistas se adueñaban de las calles para salvarnos a todos del infierno al que nos someterían las temperaturas por encima de los 1.5C.
2021, y no 2012, pasará a la historia como el fin de un gran ciclo; el año en que los indígenas del mundo entero se rebelaron globalmente contra las afrentas pasadas y presentes. El año en que los pueblos originarios encontraron eco en las generaciones más jóvenes de las grandes ciudades y en las organizaciones ecuménicas, que por convicción religiosa peregrinaron a Glasgow; el año en que los jóvenes comprendieron el sacrificio y la resistencia histórica de los indígenas y su vital importancia para la sobrevivencia de la civilización humana y la preservación de la Tierra. 2021 será recordado como el año en que mujeres y hombres de pueblos originarios y tribus de Chile, Argentina, Brasil, Canadá, Estados Unidos, Ecuador, Colombia, Bolivia y México; India, Australia, Nueva Zelandia y todos los continentes, se hermanaron con la juventud mundial para preservar la naturaleza y nuestro futuro en la Tierra. Ese será el verdadero legado de COP26.