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La conquista de derechos políticos

Ortega ahora está más alejado de la realidad. No se percata, siquiera, que la crisis de gobernabilidad avanzando le impide gobernar

Nicaragüenses exiliados por la persecución orteguista, participan en una marcha en San José, Costa Rica, en enero de 2019. EFE/ Jeffrey Arguedas

Fernando Bárcenas

7 de febrero 2019

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Las ideas audaces son como piezas de ajedrez,
llenas de genialidad, poder y magia
Goethe

A simple vista puede verse que la situación estratégica socava irremediablemente el poder orteguista, paralizándolo silenciosamente como una deformación progresiva de los cartílagos que diariamente atenaza la movilidad de las articulaciones. Sus decretos y leyes, sobre el INSS y la reforma tributaria, son ahora defensivos, agreden la economía de la población en desesperada búsqueda de recursos para mantener in extremis su aparato estatal ineficiente y dispendioso.

La libertad de los presos políticos, y revertir el desempleo, son dos consignas que responden ya, inevitablemente, a un sentimiento solidario irreversiblemente adverso al régimen. Responden a una conciencia libertaria que se expande y profundiza a medida que la represión y la crisis avanzan. En tal sentido, el repudio creciente es el sentido práctico del aislamiento político continuo de Ortega, y de su derrota estratégica, pese a la represión brutal que conduce por inercia, desgraciadamente, a la destrucción del país, mientras el pueblo en rebelión sigilosa no conquiste el poder.

El secreto del problema no es que Ortega haya elegido ser temido, sino, que la supremacía de las armas y el terror pierden sentido cuando apuntan a un cambio cualitativamente más perjudicial de la vida económica del pueblo. Porque entonces –como advertía Maquiavelo- en lugar de buscar la fuerza para sufrir el pueblo buscará la fuerza para acometer cosas audaces.

Estrategia y alianzas


Hay quien critica las resoluciones y pronunciamientos de la comunidad internacional sobre la situación política en Nicaragua, tildando tales resoluciones de intervencionistas.

Una estrategia combativa independiente, no el silencio internacional sobre nuestra realidad política, es lo único que garantiza la soberanía. Tal estrategia nacional requiere, evidentemente, alianzas tácticas con aquellas fuerzas que en alguna medida debiliten y aíslen a Ortega. Una alianza táctica madura que incluiría, obviamente, al empresario prebendario del COSEP que cogobernó con Ortega, pero también a la comunidad internacional, siempre que la alternativa de masas de poder nacional contra Ortega se imponga y conserve la independencia estratégica respecto a estos empresarios oligárquicos y a la comunidad internacional.

Negociación y acuerdo

Un acuerdo es posible al final de cualquier lucha confrontativa. Pero, tal acuerdo entre adversarios nacionales impondría a la nación, a partir del resultado de las distintas perspectivas estratégicas de cada parte contendiente o negociadora, una solución a la crisis en función de las mayores ganancias posibles en las circunstancias concretas. Una solución de las estrategias combativas.

De modo, que es determinante que quienes negocian en campos contrarios los intereses de la nación, gocen de una representación real, y de una confianza en el seno de las masas en lucha. Y es decisivo que el momento oportuno, es decir, las circunstancias en que tal negociación deba tener lugar, sea cuando exista una ventaja para la estrategia que combate por el cambio. De lo contrario, la negociación sólo sirve de distracción, y no tiene como dar frutos aceptables. Maquiavelo, el filósofo de la política, aconsejaba que no se atacara al poder sin la seguridad de poder destruirlo.

En la reciente encuesta de CID Gallup puede verse que el antiorteguismo abrumador (entre 66 y 74 %, que desconfía de Ortega, no se inclina tampoco por ningún partido). De modo, que el descontento no se ha canalizado orgánicamente hacia alguna agrupación política. Por lo que, de septiembre de 2018 en adelante, la fuerza política espontánea de los ciudadanos autoconvocados, en lugar de convertirse en alternativa de poder se debilita espontáneamente, a la espera de una nueva reacción explosiva, otra vez espontáneamente.

Experiencia en el análisis estratégico

Negociar con Ortega no es complejo, porque carece de capacidad intelectual, pero, es difícil, porque éste no negocia seriamente hasta que comprende que está perdido. No reconoce los males que alimenta hasta que los tiene encima. Es decir, Ortega negocia hasta que el agua le llega al cuello. Lo que obliga a prepararse, no para la negociación, sino, para la lucha, tomando las consignas de movilización de los efectos irremediables de la crisis y de la represión.

Un negociador político profesional no se improvisa. Su capacidad nada tiene que ver con la probidad personal o con su vocación democrática. Requiere, antes que nada, experiencia en el análisis estratégico y maestría en el engaño, y debe responder a la dirección de la lucha. Por ello, es fundamental que antes de negociar se consolide un partido de masas, que por su mayor capacidad de lucha lidere la alianza de fuerzas por el cambio.

Las fuerzas hegemónicas tradicionales insisten, por el contrario, que la dirección de la negociación con Ortega esté compuesta por cúpulas burocráticas que actúen por consenso, divorciadas de la lucha de masas, sin estrategia, sin análisis político, sin ideología. A lo que llaman, eufemísticamente, revolución pacífica.

El diálogo frustrado

El diálogo o negociación que inició el 16 de mayo y se rompió el 25 de junio de 2018 (en apenas 40 días calendario), fue un desastre completo de principio a fin. Tanto porque Ortega tenía expectativas equivocadas, divorciadas de la realidad, ya que confundió la negociación con un proceso de sumisión; como porque la Conferencia Episcopal (discrecionalmente seleccionada como mediadora por Ortega) carecía de la mínima experiencia política para mediar en una negociación que debió nutrirse del enfrentamiento real, de ofertas y amenazas reales que inciden en la evolución de la correlación de fuerzas de los contendientes, ya que implican decisiones que favorecen o perjudican al adversario, y fuerzan la opción de sus decisiones racionales.

Una negociación no opera como una sesión parlamentaria en la que el mediador solicite mociones por escrito para que cada dialogante vote a mano alzada. Ni se sustenta en argumentos y acusaciones recíprocas, sino, en ofertas y contraofertas de acción unilateral o cooperativa, que suscitan ganancias o pérdidas para la contraparte, a corto, mediano y largo plazo.

Nadie puede negociar válidamente sin una estrategia que se adapte continuamente a las circunstancias cambiantes. No hay negociación sin capacidad creciente de afectar al contendiente.

Cada parte negociadora debe estar segura, al diseñar su estrategia, que sus objetivos dependen de las decisiones de acción que forzosamente adopte su adversario. Por lo que es un desacierto elemental del mediador –sobre todo cuando se negocia con Ortega, al que nada le impide romper compromisos- convocar a una negociación sin garantes, que den tal seguridad de que cada parte negociadora deberá actuar forzadamente conforme asume acuerdos.

Ortega pateó la mesa

Ortega, desengañado de sus expectativas equivocadas, optó, entonces, por romper el diálogo y rendir por la fuerza a la sociedad en rebelión, obviando subjetivamente la naturaleza de la crisis (ahora, de carácter internacional). Con lo cual, empeoró objetivamente su situación estratégica con delitos de lesa humanidad a la vista del mundo, que han agravado la crisis.

En esa negociación frustrada, a pesar de la nulidad negociadora de la Alianza Cívica, de su falta de representatividad, de su falta de estrategia, y de la inmadurez de la Conferencia Episcopal, Ortega perdió políticamente, porque él propuso el diálogo, seleccionó a los dialogantes, y no logró ningún acuerdo de estabilidad.

A Ortega no le preocupa, por miopía política, aumentar el rechazo a su régimen con tal de eliminar represivamente todo espacio donde ese rechazo pueda manifestarse. Ahora está más alejado de la realidad. No se percata, siquiera, que la crisis de gobernabilidad avanzando le impide gobernar. El diálogo no le sirvió para superar o para revertir la crisis, o para dividir al adversario, sino, que su fracaso le aisló más, justificando las sanciones internacionales.

La situación actual

La solución a la crisis es la derrota de Ortega, que podría pasar por una negociación si Ortega llega a comprender que mediante un acuerdo sobre la conquista de derechos políticos para los ciudadanos puede reducir sus pérdidas, aunque es difícil, porque Ortega no sabe cuándo elegir a tiempo el mal menor. La evolución de las contradicciones no se limita caprichosamente, por ello, la negociación no es una opción que se mantendrá permanentemente abierta a disposición de la discrecionalidad de Ortega.

El problema radica, por un lado, en la falta de una estrategia nacional de parte de quienes desean, improvisadamente, una transformación de la sociedad. Y, por otro lado, en la falta de conciencia, de parte de Ortega, que su estrategia de poder absolutista ha sido derrotada, tanto objetiva como subjetivamente, en gran parte por él mismo. Nada hay más terrible –decía Goethe- que una ignorancia activa.

Lo que da lugar en el pueblo a un deseo iluso, desesperante, de que nos salve de la ruina la comunidad internacional; o a esperar irracionalmente que interceda el azar bajo la forma de una intervención sobrenatural. Porque, como creía el pícaro Lazarillo de Tormes en su lucha contra la desventura, Dios daría la enfermedad, pero también el remedio. No obstante, Maquiavelo, más sabio que pícaro, anotaba: Dios, sin embargo, no quiere hacerlo todo.

El autor es ingeniero eléctrico

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Fernando Bárcenas

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