19 de mayo 2016
Las mujeres somos culpables, no hay más de qué hablar. ¡Culpables! Y como culpables, de entrada, debemos saber que debemos demostrar inocencia.
¡Ay, el onus probandi, qué lejos está de la vida cotidiana! Cada instante debes probar —¡mujer!— que sos persona.
Un ejemplo no escabroso: escritor escribe literatura. Mientras, ya sabes, escritora escribe literatura femenina.
Las mujeres venden como adorno, como reclamo publicitario, como nombres llenando una lista, pero cállese, porque usted sabe que calladita se ve más bonita.
Ya sé: ¡qué aburren esas mujeres de víctimas!
Mujeres, necesitamos mujeres, dicen, y entonces se anuncia la renuncia de 2 magistrados y ¡zas!, nómbrese a quienes tienen vagina para que se hagan cargo de ponerle enfoque de género al fraude. Soy consciente de que esa frase es más odiosa aun, dirán que uso a mujeres para hacer una denuncia, sin ponerse a pensar que esa mujeres utilizan su género para ponerle cara amable al robo de la voluntad popular.
Según el régimen, las mujeres son “potentes”, por eso “50% y más, y no del diente al labio. No como condescendencia, dádiva, regalo, limosna o manipulación electorera”. Pero sin ningún miramiento, una y otra vez le niegan derecho a una mujer nacional que nació en otro país, pero le otorgan poderes amplios de representación a hombres nacionalizados. Aunque con ello se violenten leyes y derechos fundamentales, porque usted debe comprender que no todas las mujeres son iguales, y entonces al final sí resulta que hay que “ver cuántas costillas hemos dejado en el camino, cuántas costillas, encumbrando a Adán y despojando a Eva”.
Estamos en año electoral en Nicaragua y, prácticamente, —aunque no lo parezca— en la recta final de las elecciones, y salen nombres y una vez más nuestra cultura política sale a flote y el machismo muestra toda su buena salud.
Hay hombres políticos que van de un partido a otro, que denuncian corrupción y luego se sientan con el corrupto, que vociferan fuertemente contra los dedazos, pero aceptan nominaciones de dedos. En fin, hombres que a los periodistas o los medios les parecen noticiables y todos los días nos muestran sus chanchullos y vericuetos, como si de estadistas se trataran.
Tenemos derecho a elegir y ser electo, dice la Constitución Política de la República, y a los hombres en general no se les cuestiona ese ejercicio, así sean corruptos, violadores, sean padres irresponsables, vulgares vecinos, sin instrucción, analfabetos políticos, hagan chanchullos, sean incoherentes o busquen el dedazo hasta el desespero.
Pero, ¡ay las mujeres!, deben ser heroicas como Juana de Arco, brillantes como Marie Curie, espectaculares como Jane Fonda… O, dicho desde otra perspectiva: hacendosa como Marta, prudente como Raquel, de larga vida como Sara.
No, esta no es una queja. Es un dedo acusador, un golpe a la conciencia, un señalamiento a la doble moral o los dobles parámetros.
Día tras día se pasan acusando que son las mismas caras, pero no ponen la suya. Comentario tras comentario reclaman caras nuevas, pero las vilipendian si aparecen. Que no sean solo de los partidos, dicen, que hay excelentes elementos en la sociedad civil, proclaman para después aparecer como procuradores de partidos políticos para decir que esas caras nuevas provengan de esos partidos.
¿Saben cuál es el problema? No exclusivamente las cúpulas o la clase política. Sectores importantes de la sociedad parecen creer que la política es privada y que solo algunos la pueden ejercerla. El derecho a elegir y ser electo, piensan, es para los y no para las.
No, así no se construye el cambio.