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La Biblia, Israel, y la geopolítica de Trump

Desde el punto de vista histórico tanto judíos como cristianos y musulmanes comparten vínculos que son antiguos y auténticos con Jerusalén.

Un judío ultraortodoxo mira a través de unos prismáticos a la plaza del Muro de las Lamentaciones con la Cúpula de la Roca en la Ciudad Vieja de Jerusalén. Foto: EFE

Sylvia Torres

6 de enero 2018

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Mi mama se lee toda la Biblia cuatro veces por año. El año pasado casi no lo hace por culpa de Leonardo Padura. Ese Hombre que amaba a los perros, la atrapó con su novela, pero finalizadas las peripecias del personaje central, se desveló hasta cumplir la meta. Ella produce citas bíblicas sobre cualquier asunto, pero no se le ha ocurrido decir que según Dios o Trump, Jerusalén es la verdadera capital de Israel

A diferencia de ella, hay personas, religiosas, sobre todo, que aseguran que el actual presidente de los Estados Unidos, no ha hecho más que actuar como el brazo de Dios al trasladar la embajada de su país a Jerusalén. Con esta acción, Donald Trump tácitamente nombra esta ciudad como la capital de un país que ni siquiera es el suyo. Al hacerlo asigna a Israel un territorio que es sagrado para los judíos, pero también para árabes, cristianos.

En Nicaragua, hace rato ya, algunas personas que hasta podrían tener dificultades para ubicar Israel en el mapa, pegan en sus carros calcomanías con banderas del Estado Israelí. Son del mismo tipo de quienes leen la Biblia, deducen que la sexualidad es un demonio, y que, si una mujer llama amorcito a los hombres, está endemoniada, y que los fieles deben purificarla, asándola viva a 400 grados de temperatura. Como hicieron con Vilma Trujillo.

Hay lecturas sesgadas de la Biblia. Unas interpretaciones dicen que las mujeres no pueden predicar, otras que no se pueden usar alhajas, otras que las mujeres deben usar solo faldas, aunque las ilustraciones muestren a los profetas vistiendo holgadas túnicas. El problema con las citas de la Biblia es que se le adjudican frases inexistentes en la misma. María López Vigil ha contado que algunas personas citan el libro sagrado atribuyéndole, por ejemplo, frases como; a un panal de rica miel, diez mil moscas acudieron….


Es la actitud de quienes leen la Biblia a su conveniencia. Un rabino residente en Costa Rica, escribe más o menos que el presidente Trump la partió, porque la Biblia cita Jerusalén setenta veces, lo cual no dudo; y que esta ciudad fue capital del “Estado judío en la época del rey David”, otra vez durante la “época de Ezra y Nejemia” y del actual Estado judío, afirmaciones todas que son verdades a medias.

Los visitantes se congregan en la plaza del muro de las lamentaciones. Foto: EFE

La Nación judía es antigua, el actual Estado de Israel es de reciente data, fue establecido por la Organización de Naciones Unidas (ONU) en 1948. Y es producto de conflictos geopolíticos que datan de la derrota del imperio otomano. Despuesito del reinado de Suleiman, para quienes ven la telenovela. En el posterior desarrollo de este conflicto, las Naciones Unidas determinaron que Jerusalén y Belén tendrían un estatus especial, bajo control internacional.

Este balance se perdió en la guerra de los seis días en 1967, cuando Israel se impuso militarmente y se apropió de Jerusalén y de otros territorios palestinos. Con esta, empeoró el arrinconamiento de la población árabe, Israel ejerció sobre el pueblo palestino, la persecución, el racismo y otros crímenes de los cuales los propios judíos fueron víctimas durante el Holocausto.

No sé a quién le atribuyen la frase de que, si se pudiera razonar con una persona religiosa, la religión no existiera. Según esto no se puede razonar con la religión. El consejo me parece muy correcto, y no voy a discutir ideas religiosas.

La existencia de las naciones es antigua, el Estado es moderno

Voy a alegar sobre la historia de las naciones, y del nacionalismo. La existencia de las naciones es antigua, el Estado y el nacionalismo no lo son; más bien se trata de creencias culturales, creadas y surgidas a través del tiempo, y no entidades naturales o provenientes de Dios. Estado y Nación son conceptos diferentes.

Benedict Anderson (1983) dice que la nación es una comunidad imaginada que aparece como natural, y se asocia a la existencia de una camaradería profunda y vertical asociada con el parentesco y la religión. Un Estado, según Hermann Heller, es un conjunto de instituciones que poseen “la autoridad y potestad para establecer las normas que regulan una sociedad”. En ese sentido el autor dice que no hay Estado en la Edad Antigua.

Primer ministro israelí Benjamin Netanyahu. Foto: EFE

Los estados modernos surgieron en Europa en la última mitad del siglo XVIII, y brevemente después de éste, surgieron los Estados en América Latina. Los Estados se empiezan a establecer con el desarrollo de la industrialización, lo cual permite el surgimiento y desarrollo del capitalismo. Este necesita de los Estados para juntar y homogenizar bajo un mismo territorio, una misma lengua, historia, y un mismo conjunto de leyes, naciones y poblaciones previamente dispersas.

Decenas de investigaciones y publicaciones se ha dedicado a estos asuntos. El nacionalismo según describió Ernest Gellner (1983) en Naciones y Nacionalismo, es un “principio político” que asume que una “nación” debe coincidir con un “Estado”. Como no siempre fue así, al establecer la paridad un Estado una Nación, se termina borrando la historia, las características y los derechos de los grupos subordinados.

La idea de establecer un Estado para la Nación israelita tomó fuerza. En los años 30 del siglo pasado, el político israelí Ben Gurión promovió la idea de construir  establecer una nación judía en Palestina. Antes exploraron comprar territorios en África y en Argentina.

Como resultado del complejo proceso de introducir un Estado en el territorio de otro Estado ya existente, el pueblo palestino sufrió la invasión y merma de sus territorios con la justificación de que su tierra es “el centro simbólico de plegarias y anhelos de la nación judía”.

Este razonamiento acunado desde principios del siglo pasado busca construir una justificación cultural a la creación de un territorio que acogiera la diáspora judía regada por el mundo desde siglos atrás. El sionismo, reclama el territorio palestino a partir de un sentimiento, pero descarta la existencia de este mismo sentimiento por parte de los pueblos árabes quienes también basan su identidad y tienen un profundo apego histórico sobre la Jerusalén.

Palestinos asisten a una protesta contra el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, y la decisión de trasladar la embajada de los EE. UU. de Tel Aviv a Jerusalén. Foto: EFE

El vínculo árabe con Jerusalén, data del año 638, cuando Omar, un Califa musulmán tomó la ciudad, y la población árabe se asentó por siglos, mientras erigieron sus lugares santos como el Gran Domo de la Roca, el punto desde el cual Mahoma ascendió a los cielos para reunirse con Dios, acompañado por el ángel Gabriel. Allí las familias palestinas labraron la tierra, construyeron viviendas, y criaron sus familias por los siglos de los siglos.

En la ciudad también se ubican la Iglesia del Santo Sepulcro, donde estaría enterrado Jesús, mientras que el Muro de las Lamentaciones, se considera uno de los cuatro muros de contención de lo que fueron el Primer y Segundo Templo de Jerusalén.

Simon Sebag Montefiore, un británico que es el autor del libro “Jerusalén, la biografía”, declaró a la BBC, que tanto judíos como cristianos y musulmanes comparten vínculos que son antiguos y auténticos con Jerusalén. Esto desde el punto de vista histórico.

Usar la Biblia para justificar acciones geo políticas que involucran la vida y la tierra de un pueblo, es además de inapropiado, injusto, y cuando lo hace gente informada, es una completa alevosía. La Biblia tiene un contexto histórico, cultural y espiritual. La tierra prometida no es el Estado de Israel, es un sitio simbólico, no un lugar físico. Así sucede con todas las religiones del mundo.

La población que lee la Biblia y encuentra en ella guía y consuelo, como mi mama, al igual que otras personas que se guían por otros libros sagrados, también tendrán que leer historia antigua y moderna. Es muy mala onda justificar con enseñanzas que se cundieran sagradas, intereses políticos económicos y militares. Mi mama lee historia y política.

La Biblia no dice: “Árbol que nace torcido jamás su tronco endereza”. No puede ser que lo que se tiene como la palabra de Dios, justifique  el exterminio de todo un pueblo, Dios no puede ser tan cruel, en ninguna religión.

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Sylvia Torres

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