Guillermo Rothschuh Villanueva
10 de diciembre 2023
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Andrea Frediani se extralimita al entregarnos el segundo tomo de un capítulo aciago en la vida de César: atravesar el Rubicón y las secuelas
Portada del libro “El enemigo de Julio César”, de Andrea Frediani. Foto: Tomada de internet
I. Una ficción con dosis de historia
De la manera como salvan escollos depende la reciedumbre de los especialistas cuando fabulan sobre hechos históricos. El problema se agudiza al ficcionar sobre las hazañas políticas y militares de Julio César, patricio romano procedente de la gens Julia. ¿Es lícito inventar personajes para acompañar al tribuno en sucesos del conocimiento general? En una obra de ficción todo resulta lícito. En esta clase de novelas todo es admisible. No estamos ante un libro de historia. El nudo problemático surge cuando quien escribe goza de la reputación de ser uno de grandes historiadores italianos. Uno espera comedimiento. Andrea Frediani se extralimita al entregarnos el segundo tomo de un capítulo aciago en la vida de César: atravesar el Rubicón y las secuelas derivadas de esta decisión.
El enemigo de Julio César (Editorial Planeta, 2023), un voluminoso tratado sobre “uno de los episodios sobresalientes y decisivos de la historia de la humanidad, o por lo menos de la sociedad occidental”. Una confesión de este tamaño suponía para Frediani bailar en la cuerda floja. La abundancia de información le permitía desplazarse sin equívocos en la narración de sucesos históricos conocidos más allá de las contradicciones que podría encontrar en los textos consultados. Los novelistas sobre temas históricos están llamados a ser precavidos. Al suplir vacíos no deben adulterar los datos y mostrarse fieles al momento de dar rienda suelta a su imaginación. Al no hacerlo sus textos pierden rigurosidad. Aun en una novela no debe abusarse de la ficción. No hay engaño.
Para que no camináramos a tientas Frediani tuvo el acierto de introducir epígrafes vinculados con las acciones desarrolladas en cada capítulo. Una prevención oportuna. Acertó al describir el carácter de las personas alineadas a favor o en contra de Julio César. Con subterfugios legales le negaban prerrogativas a las que tenía derecho después de haber completado uno de los logros militares más conocidos de la historia: conquistar para Roma 300 ciudades y 700 tribus enemigas. Vistos en perspectiva, los hechos permiten apreciar la trascendencia de su contribución al engrandecimiento de la República. Ninguno de los generales romanos había alcanzado semejantes triunfos. Una distinción que le estaba siendo negada por quienes manejaban el senado romano.
Senadores pertenecientes a los Optimates apostaron a que el guerrero más sobresaliente en los campos de batalla no sería capaz de violar las prescripciones de entrar a Roma al frente de sus legiones. Un cálculo erróneo. Julio César no podía dejarse arrebatar sus triunfos por una camarilla enquistada en el poder que sangraba el erario y vivía de glorias adquiridas por sus antepasados. En apariencia, indica Frediani, se trataba del gesto de un loco. Al frente de una sola legión —prueba de su visión política— al cruzar el Rubicón “dio el asalto al mundo” como asegura Livio. Si no actuaba de esa manera sus triunfos hubiesen sido desconocidos como estaba ocurriendo en la práctica. Su resolución le “hizo pasar a la historia como el más grande de todos”. Distinción con la que se le reconoce.
El novelista italiano reafirma que al momento de atravesar el Rubicón, frontera natural de Roma, Julio César lanzó los dados al aire y expresó “Alea jacta est” (“La suerte está echada”, según Suetonio) y tal como nos lo enseñaron nuestras profesoras en primaria. Corrobora la cita con varios historiadores de aquel entonces. La escritora Collen McCullough en su saga sobre Roma desvirtúa esta afirmación. Asegura que el patricio romano más bien afirmó: “Veremos qué nos depara la fortuna”. Frediani recuerda que Julio César se guardó hasta el último instante para dar a conocer a los suyos que había decidido invadir Roma. Tenía la virtud de combinar sus dotes de guerrero con su agudeza política, una cualidad excepcional que le permitía sacar ventaja frente a sus enemigos.
II. Fantasear en exceso afecta la verdad histórica
Aulo Ircio su hombre más cercano a la hora de dictar su correspondencia y a quien confiaba leer los mapas militares, jamás terminó de asimilar la astucia y el talento que guiaba a su jefe. Sus movimientos bélicos iban casi siempre precedidos de anuncios a favor de los pueblos por donde iría pasando. Antes de cruzar la raya que delimitaba Roma de las Galias, hizo campaña divulgando las medidas que pondría en marcha una vez que fuese electo cónsul. Nadie ignoraba que su munificencia se convertía en ejercicio persuasivo y disuasorio. Al avanzar hacia Roma lo hizo convencido que se trataba del centro neurálgico político y militar del Imperio romano. Los Optimates siempre estuvieron opuestos a que César escalara al senado. Cicerón y Catón especialmente.
Podemos conceder a Frediani haber inventado a Ortwin como sustituto de Labieno. Incluso pensar que Julio César le confiaba la vida y le cuidaba sus espaldas junto con los germanos. Podemos admitir que a lo largo de esta historia el sobrino de Mario le encomendaba acciones complejas y delicadas. Después de sufrir la derrota en Dirraquio, en la batalla decisiva en Farsalia contra Pompeyo, Frediani afirma que dadas sus dotes militares correspondió a Ortwin comandar la caballería de las huestes de César. Ante la posibilidad de sostener un combate cuerpo a cuerpo con Labieno, sostiene que el dictador romano sufría ante la perspectiva de perder al mejor soldado que disponía a su lado. Pura ficción adobada con datos históricos reales y verdaderos. Nada más.
Existen otros dos acontecimientos que ratifican la primerísima importancia que alcanza el personaje nacido de la vena creativa de Frediani. Añade que Ortwin salvó a Julio César de una muerte segura. Quinto Labieno había convencido a los aliados que la única forma de salir del dictador era mediante el asalto nocturno a su tienda de campaña. La intervención de Ortwin fue crucial. Evitó el asesinato del dictador durante la acción furtiva ejecutada por el hijo de Labieno, su exlugarteniente y número dos al mando de sus legiones. Demasiada invención. Ante la inminente derrota de Ortwin frente a Quinto Labieno, Veleda (otro personaje germánico ficticio creado por Frediani, presunta hija de Ariovisto, líder de los suevos), lo salva de morir ante el arrojo de Quinto Labieno.
Ortwin fue quien garantizó el paso de Julio César a través del puente que conducía a Corfinium. Dando muestras de heroicidad, cuando las bases del puente pretendían ser derribadas por los partidarios de Pompeyo, se lanzó al agua para evitar que la acción prosperara. Era la primera acción puesta bajo su mando por César. Metidos en el agua, combatiendo cuerpo a cuerpo y luego en una barcaza, materializó su objetivo. Contra pronóstico logró salir avante. El puente era de Julio César. Se sentía satisfecho. No había defraudado al jefe. Frediani dice atenerse a los hechos. ¿Para esto podía inventarse a los actores de estos acontecimientos? ¿Era la única forma de suplir el vacío? ¿Cuánto debilita la intromisión de un combatiente inexiste narraciones justamente históricas?
La novela muestra su porosidad y pierde consistencia al decir que al entrar Servilia en la carpa de Labieno, después de haber sido derrotado Pompeyo, encontró unas tablillas. Empezaba a descifrarlas cuando César entró de pronto y se las quitó de las manos. Leyó en voz alta su contenido frente a ella. Se trataba de un mensaje cifrado dejado por Labieno, haciéndole saber que Pompeyo huía rumbo a Larisa. Sorprendida pensó que el exsegundo del noble romano tenía la costumbre de escribir como su exjefe o que iba destinada a su examante redactada por un delator. Se negaba a creer que el desertor y jefe de la coalición anticesariana fuese un espía al servicio del dictador. Nada creíble. Para que una novela histórica resulte digerible deben evitarse estos escamoteos de la verdad.
La segunda entrega de la saga de Julio César me dejó mal sabor. Cargar sobre los hombros de personajes ficticios aspectos relevantes con el propósito de matizar las empresas militares de Julio César supone un enorme tropiezo. Las novelas históricas deben ajustarse lo más posible a la realidad de los acontecimientos aun tratándose de una ficción. Frediani se sacó de la chistera un guerrero salido de su fantasía. Imaginar a Labieno como espía al servicio de César constituye una licencia inadmisible. Una afirmación antojadiza. La truculencia del italiano desvirtúa cualquier asomo de verdad. ¿El escritor no alcanzó a plantearse esta vez límites imposibles de transgredir en una novela que se regodea de respetar la historia? Una apuesta totalmente inaceptable.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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