Guillermo Rothschuh Villanueva
14 de febrero 2021
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La anarquía que vive Juigalpa exige cambios impostergables. La ciudad camina a la deriva. La alcaldía pareciera estar descabezada.
Vivir en el centro de Juigalpa en pleno siglo XXI dejó de ser una prerrogativa
Sin querer me metí en un lío, Marvin Miranda, director de Punto Noticioso, pretendía que desanduviera más de un siglo, para hablar del desarrollo de Juigalpa. Una tarea que me rebasa con creces. Trasciende a mí persona. Un ejercicio de esta naturaleza debe ser asumido por historiadores y sociólogos. Esos infatigables hurones que husmean hasta donde no deben. Su trabajo ofrece luces y rutas por donde transitar. Debemos asistirnos de los profesores y estudiantes universitarios. Nadie más que ellos están llamados a escribir monografías como acostumbraba Julián N. Guerrero. Son investigaciones que hacen una grandísima falta. Hay que llenar el vacío.
El libro escrito por Omar J. Lazo, Ascenso hacia Juigalpa (1999), contiene pistas que ayudan a encontrar en hilo de Ariadna. Se necesitaría realizar un esfuerzo similar al que venía haciendo el foto-periodista Mario Tapia, a lo largo y ancho de Nicaragua. Su investigación sobre Chontales (Revista de Gallos, No 21), especialmente en lo referente a Juigalpa, requiere ser ampliada. Cuanto antes mejor. Escudriñar nuestro pasado para no seguir caminando a la deriva. La situación que atraviesa la ciudad amerita acciones urgentes. Las universidades —públicas y privadas— adquieren compromisos sociales en los lugares donde radican. Un comportamiento histórico olvidado.
Sociólogos e historiadores encuentran información en lugares inesperados, su tenacidad siempre es recompensada. Las decenas de universidades asentadas en Juigalpa, son las llamadas a realizar una labor de esta magnitud. Ser las primeras en aportar sus conocimientos en un proyecto socio-económico, educativo, urbano, turístico y cultural. A mediano plazo fortalecerían su existencia. Ayudarían a tomar decisiones informadas, justas y oportunas. La contribución redundaría en su propio beneficio. Podrían ver hacia dentro de los recintos y descubrir todo lo que les hace falta. Las más implicadas son las universidades que imparten ciencias sociales.
Un trabajo multidisciplinario exige sumar vigores dispersos. Sería la mejor forma de ofrecer una valiosa lección a los juigalpinos, sobre la importancia de emprender acciones conjuntas. No agotar el proceso de enseñanza-aprendizaje dentro del perímetro de sus centros de estudios, como siempre lo han hecho. Encaminar sus actividades extramuros a indagar el entorno. Se requiere de un nuevo liderazgo universitario. ¿Quiénes darán el primer paso? ¿Las universidades públicas o privadas? Un trabajo como este las haría salir de su letargo. Las universidades deben esforzarse por la formación de profesionales con sensibilidad social y conciencia crítica.
El trabajo conjunto de diversos especialistas, especialmente de sociólogos e historiadores, permitiría hacer un balance mesurado de todo lo acontecido: logros y fracasos, promesas incumplidas, actividades pendientes, aportes individuales e institucionales, etc. Acompañar el dato con análisis sociológicos, económicos, educativos, culturales y religiosos. Espulgar los beneficios de la explotación ganadera, el atraso y desarrollo en el campo y la ciudad. Elaborar una galería de mujeres y hombres ilustres. En un departamento donde la ganadería es el sostén de numerosas familias, incluir su incidencia en el desarrollo nacional. Efectuar una mirada integral.
El director de Punto Noticioso insistió en preguntarme las diferencias entre la Juigalpa de ahora y la de ayer, también cuáles eran a mi juicio las obras que la ciudad requiere de inmediato. Es lógico suponer que entre la provincia ganadera de los cuarenta y cincuenta y la Juigalpa de hoy, existen diferencias radicales. La ciudad perdió su carácter bucólico. Los burros de mi tío Luis Castrillo Morales, ya no deambulan por las calles. Juigalpa tiene más de 70 mil habitantes (otros dicen que son más de 80 mil), ayer solo eran entre cinco y seis mil. Construcciones modernas se alzan por los cuatro puntos cardinales. El crecimiento de la ciudad sobrepasa las expectativas.
En Juigalpa el número de universidades creció de manera desorbitada (fenómenos parecidos experimentan numerosas ciudades nicaragüenses). Los centros religiosos católicos y evangélicos se dispararon. Hay más hoteles, escuelas, clínicas médicas, centros de salud, médicos, enfermeras, maestros, abogados, taxis, buses urbanos, ferreterías, farmacias, bares, restaurantes, comercios, etc. Los negocios desbordan las calles y se instalan donde más les conviene. No hay restricciones. La anarquía que vive Juigalpa exige cambios impostergables. La ciudad camina a la deriva. La alcaldía pareciera estar descabezada. Es seguro que en un año electoral dará señales de vida.
Desde hace muchísimos años los chontaleños han venido exigiendo la construcción de una moderna plaza de toros, demanda eternamente postergada; hace falta un museo taurino. Una plaza y un museo municipal, cuyos diseñadores respeten y se ajusten a nuestra tradición ganadera. El vacío es irritante. Juigalpa urge más que nada de un plan de desarrollo urbano, para poner fin al caos. Una molotera auspiciada por la comuna. Los negocios ubicados dentro del Parque Central, los corredores y calles aledañas, deberían ser reubicados. El Mercado Campesino requiere de su propio local. Cada vez que se instala obstruye el tráfico. Abandonar todo asomo populista.
Para descongestionar el Mercado Mayales, debió construirse uno nuevo desde hace rato, ubicarlo en la parte noroeste de la ciudad; ambos servirían como terminales de buses y microbuses provenientes de Managua, Santo Domingo, La Libertad y Rama. Se evitaría que entren a la ciudad. Juigalpa tuvo cuatro cines (Mongrío, Juigalpa, Cynthia y Amerrisque), donde varias generaciones de juigalpinos condimentamos nuestros afectos, hoy no cuenta con ninguno. La ciudad necesita un centro comercial amplio y confortable. Las dos obras deben ser construidas por el sector privado. La Juigalpa soñada no pasa de ser una simple aspiración. Sigue siendo un simple eslogan.
Economía, salud, educación, vivienda, energía eléctrica, mantenimiento efectivo de caminos y carreteras, salarios dignos, mejoramiento del servicio de agua potable, atención prioritaria a los barrios de la periferia, etc., constituyen el núcleo central de todo lo que queda por hacer. La recreación ha sido prioritaria para los gobiernos central y municipal. Urge acelerar y ordenar la introducción de las aguas residuales. Durante los últimos dos años han sido un dolor de cabeza para las familias. Su implementación ha sido caótica. El boleo de responsabilidades entre los funcionarios públicos, da la impresión que no coordinan sus labores. Alguien deberá poner orden.
Las medidas expuestas no son excluyentes, los juigalpinos más que nadie, tienen derecho de formular todas las propuestas que consideren pertinentes. La tarea demanda el aporte de urbanistas, municipalistas, arquitectos, ingenieros, especialistas en medio ambiente, etc. La mejor forma de celebrar el próximo año, los 143 que tendrá Juigalpa de haber sido elevada a ciudad, el 27 de enero de 1879, por el presidente Pedro J. Chamorro Alfaro, sería dando cumplimiento a estas demandas. Las quejas vertidas a diario no tienen respuesta. Solo recojo el sentir ciudadano. El caos es manifiesto. Continuo. El rezago de Juigalpa en pleno Siglo XXI es enorme.
El desarrollo de la investigación no implica detener las acciones inmediatas, necesidades a la vista de todos, principalmente de las autoridades juigalpinas. Las obras ayudarían a encarrilar una ciudad que no cesa de crecer. Juigalpa luce sucia. Si no se diseña el plan de desarrollo urbano, la ciudad continuará dando tumbos, sin un horizonte claro. Los más afectados seguirán siendo los sectores empobrecidos. Mi temor se debe a que, en un año electoral, las ofertas lloverán a cántaros. Después se olvidan. Los juigalpinos estamos cansados de tantas promesas incumplidas. Hay desencanto y fatiga. Alcaldes y ciudadanía deben mudar de sensibilidad.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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