19 de enero 2022
En la opinión pública latinoamericana existen, por lo menos, dos maneras reconocibles de hablar de la “nueva Guerra Fría” para aludir a los conflictos entre Estados Unidos, Occidente y la OTAN, por un lado, y Rusia y China, por el otro. Están los que parten de la tesis de que, para América Latina, la Guerra Fría nunca terminó y que hoy continúa por medio de las tensiones de Washington y Europa con Moscú y Beijing, Caracas, La Habana y Managua.
Pero están también los que piensan que desde los años 90 vivimos una nueva fase de la historia global y que muchos de esos conflictos son juegos con valores y prácticas heredadas, aunque en un nuevo contexto mundial. El segundo tipo de razonamiento me parece más correcto, pero vale la pena cualquier esfuerzo en descifrar la lógica de argumentación del primero.
Es evidente que la lucha de poder entre las grandes potencias globales ya no es por la supremacía del socialismo o el capitalismo, el marxismo o el liberalismo. Rusia y China no son sistemas socialistas, aunque el segundo país esté regido por un Partido Comunista. Tampoco lo son Venezuela o Nicaragua. Solo Cuba sigue respondiendo, en partes considerables de su sistema, al modelo del socialismo real.
Es natural que quienes militan en los minoritarios partidos socialistas y comunistas que quedan en América Latina y el Caribe piensen el mundo como una disputa entre socialismo y capitalismo. No tan natural es que los partidarios de asociaciones de izquierda no marxistas, que son las más frecuentes en la región, conciban de esa manera las relaciones internacionales contemporáneas.
Al traducir el orden internacional en los términos dicotómicos de la Guerra Fría, unos y otros atribuyen a las potencias rivales de Occidente una orientación ideológica que no poseen. No solo eso, progresivamente, esos actores regionales contribuyen a subordinar la ideología a la geopolítica, en una variante contrapuesta pero no muy distinta a la de quienes, desde las potencias occidentales, promueven políticas hostiles a Gobiernos de izquierda en nombre del viejo anticomunismo.
Cuando hace unos días, el vicepresidente ruso de Exteriores, Sergei Ryabkov, no descartó la posibilidad de extender infraestructura militar en Venezuela y Cuba, para enfrentar el diferendo con la OTAN por Ucrania, ningún político de alto nivel cubano o venezolano reaccionó en contra. Ninguno de los dos Gobiernos expresó malestar por las declaraciones del vicecanciller ruso.
¿Por qué? Las hipótesis más plausibles son que ambos Gobiernos no sintieron incomodidad alguna porque favorecen ser usados como piezas del juego geopolítico de Rusia o que, aunque consideraran inapropiados los dichos de Ryabkov, prefieren silenciar la crítica para preservar el apoyo de Moscú. Lo cierto es que en la prensa oficial cubana, venezolana o nicaragüense, Vladimir Putin y Xi Jinping jamás son criticados. Son tan intocables como los propios mandatarios de esos países.
*Artículo publicado originalmente en La Razón de México.