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¡Jaque mate a la reina!

¿Estamos llegando al ocaso de un servicio de radio y televisión que alentó una manera de hacer radio como lo conocemos hasta ahora?

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"Si la libertad tiene algún significado,
es el derecho a decir a la gente lo que no quiere oír”.
George Orwell, Edificio Central de la BBC en Londres.

La inquina de los conservadores británicos contra la BBC de Londres ha vuelto a ser noticia. Una vez más fuentes vinculadas al entorno conservador dejaron ver que no han desistido de poner en jaque a una de las emisoras más emblemáticas del universo. Una emisora cuyos contenidos siguen haciendo historia. Su política informativa fija derroteros en el funcionamiento de emisoras que reciben financiamiento oficial. Un ave raris en el entramado de las emisoras públicas. La autonomía con que funciona permite a sus periodistas actuar con la libertad que carecerían en otros medios. La libertad de expresión que gozan ha estado sometida últimamente a los cuestionamientos y veleidades de algunos políticos. Desean defenestrarla.

Desde hace muchos años parte del liderazgo político conservador ha sido crítico de las políticas que rigen el comportamiento de la BBC. En el mundo académico constituye un modelo a seguir. Su visión le permite incorporar distintas posiciones y maneras de entender la conducta política de quienes detentan el poder en Inglaterra. No importa que sean tories o laboristas. Un ejercicio profesional que sirve para comprender la independencia concedida por los directivos de la British Broadcasting Corporation a su director general. Algo que no ocurre en las llamadas emisoras públicas de diversas latitudes. Siempre han sido emisoras estatales y en muchos casos ni eso. Están al servicio de la cabeza del Poder Ejecutivo. Eso mismo ocurre en Nicaragua.

La crisis de la BBC se precipitó a raíz de la invitación formulada por el periodista Andrew Neil a Boris Johnson, candidato entonces a primer ministro. Neil es un periodista incómodo. Esos que no se muerden la lengua a la hora de entrevistar a las figuras más encumbradas de la política británica. Su naturaleza incisiva se ha convertido en incordio. Una de sus mayores habilidades consiste en echar por tierra las respuestas de cajón que ofrecen muchos entrevistados. Deshace mitos. Neil invitó a Johnson a participar en su programa Politics Live de la BBC. Este sabía que estaría frente a un periodista que no acostumbra hacer concesiones a sus entrevistados. El candidato tory puso mil reparos para no comparecer ante Neil. Se fue en pura excusas.


El encontronazo con Johnson subió de nivel al ser retado públicamente por Neil. Ante la imposibilidad de que accediera a la entrevista, publicó las preguntas que tenía preparadas para el candidato tory. Una parte de ellas mostraba las limitaciones y contradicciones discursivas de Johnson. “¿De dónde sale la promesa de 50.000 nuevos enfermeros y enfermeras? ¿Cuenta ya con los 20.000 nuevos que ya se han incorporado? Ha prometido 40 nuevos hospitales. Solo se prevé la construcción de 6 hasta el 2025”. También hizo ver que, si era nombrado primer ministro, en más de una ocasión tendría que “plantar cara al presidente Trump, al presidente Putin o al presidente Xi de China. No es mucho pedir que me plante cara a mi durante media hora”. A lo que no quiso arriesgarse.

En una época que los políticos repelen a la prensa, Johnson no escapa a este mal. Sufre el mismo padecimiento que tiene Donald Trump, Jair Bolsonaro y Daniel Ortega. Los tres son refractarios con la prensa. Se vuelcan contra los medios y periodistas que disienten o se muestran críticos de sus políticas de Gobierno. No hay manera que contemporicen con quienes les cuestionan. Ante la decisión de Johnson, el periodista británico argumentó: “Ningún político está obligado a enfrentarse a un entrevistador si no lo desea, pero en la BBC llevamos décadas haciendo estas entrevistas en la campaña electoral para escrutar y exigir responsabilidad a aquellos que nos quieren gobernar. En esto consiste la democracia”. Ni más ni menos. Una rendición de cuenta anticipada.

La reacción de Johnson —una vez electo primer ministro británico— fue reafirmar que revisará el financiamiento de la BBC. Una práctica inveterada. Cada diez años la administración es objeto de una auditoría. La diferencia ahora estriba en que Johnson ha hecho suyas las recriminaciones del ala dura de su partido y de otros sectores que disienten con la BBC. Manifiestan estar en desacuerdo por la forma que se cobran los 185 euros, tasa anual que pagan los hogares suscritos a su servicio. Aducen que la BBC debería recurrir a otras formas de financiación. Especialmente la que ofrece el mercado. Un argumento esgrimido por quienes pretenden incidir en la alta calidad de los programas realizados por la BBC. No ha habido forma que recapaciten y transijan.

Otra tesis es que la BBC se mantenga mediante suscripciones con los usuarios. Una apreciación lanzada por instituciones conservadoras. Ven al mercado como la tabla salvadora. Por mucho que hayan comprendido que la BBC ha puesto al Reino Unido en el mapa mundial, siguen reiterando su deseo de intervenir en los recursos que la institución requiere para continuar gozando del enorme prestigio y aceptación que mantiene por todo el orbe. Como apunta Rafa de Miguel, periodista de El País acreditado en Londres, sus detractores intentan compatibilizar en cada ataque el evidente problema económico con la necesidad de preservar una institución que ha globalizado como ninguna la esencia de la cultura británica”. Una embajadora plenipotenciaria.

¿Estamos llegando al ocaso de un servicio de radio y televisión que alentó una manera de hacer radio, como muy pocas radioemisoras lo han hecho hasta ahora? Están decididos a condicionar o mediatizar sus políticas editoriales e informativas. Esta es su pretensión. El error sigue siendo considerar a los medios como instituciones similares a cualquier otro tipo de empresas, cuando en la realidad no lo son. Una visión que los tories comparten. Los políticos saben muy bien que los medios fijan las imágenes del mundo y son los encargados de imponer la agenda local, nacional e internacional. Algo que les resulta provechoso únicamente cuando logran incidir en su funcionamiento. De lo contrario rompen lanzas en su contra. Los asedian o cierran.

Otros opinan que el momento estelar de la BBC ya pasó, asumen que las plataformas de streaming la han desplazado. Creen que sus directivos deben maniobrar en esta dirección. Uno es el vehículo y otro el contenido. El mayor mérito de la BBC radica en que ha puesto en el aire programas de resonancia indiscutible. Cualquier afectación en sus finanzas incidirá en lo que hasta ahora le ha conferido un estatus y un reconocimiento explícitos: la valía de sus productos audiovisuales. Una baja en la consistencia de sus propuestas radiales y televisivas resultaría contraproducente para sus intereses al corto y mediano plazo. Vendría en desmedro de la manera como ha logrado ubicarse en uno de los primeros renglones de la radiodifusión mundial.

Los dirigentes British Broadcasting Corporation tienen margen todavía para delinear estrategias que permitan alargar su sobrevivencia. Están a dos años de cumplir cien años de existencia. Una celebración que va más allá del Reino Unido. A nadie más que a los ingleses corresponde sentirse orgullosos de una institución que es objeto de culto. La renuncia de Tony Hall, en la dirección de la BBC, fue con el ánimo de encontrar a alguien que lo sustituyera y pudiese maniobrar exitosamente. No hay seres más vengativos que los políticos. El hecho que los periodistas cuestionaran el Brexit nunca va a ser perdonado por los tories radicales. En el menor de los males desean que la BBC modifique los principios con que se han ganado el corazón de las personas.


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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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