5 de septiembre 2024
A pesar de que las corrientes de izquierdas en el mundo están muy diversificadas, parecen tener en común el defecto del sectarismo ideológico extremo, que no es lo mismos que el fanatismo marxista ortodoxo, porque hay quienes vomitan frases “revolucionarias” en toda ocasión sin ninguna conexión con las ideas elementales de la teoría marxista. Sin embargo, desde posiciones de derechas, se acusa de “marxistas-leninistas” a cualquier discursero revolucionario. Eso ya es normal. Nada de qué asustarse.
Quizás eso satisfaga concepciones políticas derechistas, y no sería motivo de molestia para nadie. Lo que ya se ha convertido en el lugar común de la torpeza es que a líderes y partidos de izquierdas les satisfaga considerar “revolucionario” a cualquiera que, por haber figurado accidentalmente en una acción revolucionaria colectiva –como lo es toda revolución— sin tomar en cuenta las desviaciones posteriores que lo convierte en lo contrario de lo que dijo ser, le sigan considerando un héroe revolucionario.
Por ejemplo, a Daniel Ortega le conceden –y se exceden en ello— los méritos de la conducción revolucionaria de los ochentas, habiendo sido una dirección colectiva de nueve comandantes entre quienes, casualmente, no fue él quien más destacara, en ningún sentido, sino que, eventualmente, por causas objetivas del proceso, le asignaron la coordinación de la Junta de Gobierno que le sirvió de antesala a su candidatura presidencial de 1984 y, esta, hacia su dictadura personal y luego familiar.
Pero, al mismo tiempo, como para no perder la satisfacción de contar con un gobierno “de izquierda” más en el continente, algunas izquierdas cierran los ojos y los oídos ante la brutal represión dictatorial que sin precedentes nacionales ni continentales violan todos los derechos de los nicaragüenses. Tan increíble omisión, solo puede verse como una tolerancia cómplice a nombre de una falsa posición de izquierdas ante una represión común de derechas.
No obstante, los líderes más destacados de la izquierda democrática en el gobierno de sus países, como Lula Da Silva, Gustavo Petro y José Boric, se libran de esa tolerancia cómplice. El caso de Andrés Manuel López Obrador, es muy especial, pues sin atacarlo, ha criticado su proceder dictatorial. AMLO se apoya en la histórica política mexicana de no intervención en los asuntos internos de los países, por ello, incluso los gobiernos de derechas del PRI y del PAN, no se sumaron a la conspiración contra Cuba, y mantuvieron sus relaciones diplomáticas después de su salida de la OEA.
Pero si en verdad AMLO no ha hecho una crítica directa al continuismo dictatorial de Ortega, con su crítica a toda reelección, el hecho de haber introducido la no reelección en la Constitución, y de no solo haber renunciado a reelegirse, sino que haya decidido retirarse de la política para ni siquiera poner en duda la autonomía política de la candidata triunfadora de su movimiento Morena, Claudia Sheinbaum, ya es una acción política contraria a Ortega. Con estos dos ejemplos prácticos le hace una crítica indirecta, pero contundente, al abuso reeleccionista y dinástico de Daniel Ortega.
II
Por todo eso, no es casualidad que hayan sido Lula, Petro y AMLO quienes coincidieran en ofrecer una solución al conflicto político venezolano, revisando las actas electorales para acabar con las dudas levantadas por las derechas acerca de la legalidad de las elecciones del 28 de julio pasado. Aparte de la reconocida intolerancia de una oposición de derechas encabezada por María Corina Machado, auspiciada por gobiernos estadounidense contra Venezuela –lo cual ni ella oculta—, y que incluso ha pedido sanciones y una intervención armada contra su propio país, la propuesta de los tres gobernantes de izquierda democrática, no es en contra ni a favor de nadie, sino a favor de la estabilidad política venezolana.
Ortega, quien nada tiene que ver con la izquierda democrática, reaccionó con vulgaridad y frases desentonadas en contra de los gobernantes democráticos de Brasil, Colombia y México, tomándose un pleito ajeno, porque con ello supone que protege sus propios fraudes. De modo que la vulgar reacción de Ortega, no tiene nada que ver con la diplomacia y menos con la solidaridad.
Es inimaginable que, fuera de los partidarios de las dictaduras, haya personas sensatas –en cualquier rincón del mundo— que encuentren razonable ver y oír opiniones sobre elecciones libres, de parte de quien ha pisoteado la Constitución Política que prohíbe la reelección presidencial, precisamente para reelegirse cuatro veces, tres de ellas de forma continua.
¿Qué moral y derecho puede tener a opinar sobre elecciones libres, quien continúa en el poder –desde arriba y abajo—durante 45 años (¡casi medio siglo!), y todavía aspira a una quinta reelección? ¿Quién que se reeligió con candidatos opositores encarcelados, con el periodismo independiente perseguido y expropiado, con una oposición sin libertad de movilización, perseguida, exiliada y expropiada de su nacionalidad y de sus bienes, puede ser creído cuando habla de elecciones libres?
Las respuestas positivas solo podrían salir de quienes comparten las migajas que deja una dictadura con rasgos de tiranía y perfiles de monarquía tropical.
Al margen de estas cuartillas
*En nuestro país, parece que todo se está haciendo fuera del huacal...
*Los dictadores, lo hacen sobre la cabeza y el cuerpo de toda la población…
*Algunos opositores exiliados en los USA lo están haciendo sobre su propio prestigio…
*Se están identificando con la derecha venezolana solo porque Maduro es aliado de Ortega…
*No toman en cuenta que la derecha venezolana obtiene el apoyo yanqui, empeñando el petróleo de su país…
*Los nicas ni siquiera podrían empeñar las aguas para un canal, porque ya se las empeñó Ortega a los chinos…
*Así es que, para rescatar las aguas, hay que rescatar a Nicaragua de las garras de Ortega.