31 de diciembre 2020
NUEVA YORK – En su autobiografía, The Trump Card: Playing to Win in Work and Life, la hija mayor de Donald Trump, Ivanka, describe un incidente entre su padre y su segunda esposa, Marla Maples. La familia debía partir hacia Florida en avión privado, pero Maples no llegaba. Cuando estaban a punto de despegar, con solo cinco minutos de retraso, Ivanka ve un auto entrar a la pista de despegue y a Maples bajar de él a toda prisa. Pero cuando señala la llegada de Maples, su padre se niega a hacer que el piloto detenga el despegue. La agitada Maples tuvo que resignarse a ver desde la pista de despegue cómo el avión se perdía entre las nubes.
La actitud de Trump puede verse como un acto insensible y cruel, un intento vacío y egoísta de afirmar el control sobre quien no obedece. Pero en la mirada de Ivanka, fue una necesaria lección de vida sobre la puntualidad. Décadas después, parece que internalizó muchas de las enseñanzas de su padre en materia de falta de empatía, les agregó el necesario barniz de «mujer perfecta», y se convirtió en la heredera más formidable (y peligrosa) de su padre.
Hace cinco años, yo no hubiera perdido un solo minuto pensando en Ivanka Trump. Hubiera dejado con gusto que los tabloides se ocuparan de su vida de mujer famosa (primero como modelo, después como ejecutiva de una marca de ropa de imitación). Tampoco hubiera escrito acerca de su padre. Pero la captura de buena parte de la vida política, psíquica e incluso espiritual de los Estados Unidos a manos de esta familia bañada en oro obliga a prestar atención.
Y no sólo porque el patriarca haya sido presidente de los Estados Unidos durante cuatro años. Así como Trump designó a todos sus hijos adultos en puestos de vicepresidente superior en la Trump Organization, también convirtió su Casa Blanca en otra filial fallida de la empresa familiar. Para Ivanka, eso implicó llegar a ser «asesora de alto nivel» del presidente. Cuatro años después, y sin ningún logro del que preciarse, parece estar preparando una carrera política propia.
En cierto sentido, Ivanka está obligada a dedicarse a la política. Construyó su carrera con el apellido. Sus trabajos como modelo dependieron del estatus de su padre y del legado de su madre Ivana en la profesión. Y su marca de ropa consiste en diseños de otra gente con su nombre en la etiqueta.
Pero tras la nociva presidencia de Donald, el apellido Trump se ha vuelto anatema en el mundo de la moda. Importantes tiendas como Nordstrom y Neiman Marcus abandonaron las líneas de productos de Ivanka hace años. Y algunos ex socios comerciales la han acusado de prácticas antiéticas.
Así que en vez de moda, Ivanka promoverá la marca política de su padre. Pero perdido el respeto a los Trump en Nueva York, es probable que el sitio elegido por Ivanka para su lanzamiento sea Florida, un estado donde su padre ganó en 2016 y 2020, y que alberga su ostentoso centro vacacional y residencial de Mar‑a‑Lago.
A fines del año pasado, Donald mudó su domicilio oficial de Manhattan a Mar‑a‑Lago, lugar que parece decidido a convertir en su residencia principal cuando se vaya de la Casa Blanca (aunque los residentes de Palm Beach están haciendo todo lo posible por impedírselo). Por su parte, Ivanka compró hace poco un lote costero de 30 millones de dólares cerca de Miami Beach.
Esto sugiere que tal vez Ivanka esté pensando en candidatearse al Senado, sobre todo si su padre planea buscar otro mandato en 2024. Pero puesto que en 2016 su padre consideró abiertamente llevarla como vicepresidenta, también es posible que Ivanka busque el primer lugar en la fórmula republicana para 2024 y «The Donald» mueva los hilos en segundo plano.
Para los Trump, Ivanka puede ser la representante ideal. Es tan desalmada e inescrupulosa como su padre, pero más refinada y amable, y parece consciente al menos en parte de los defectos de la marca Trump. Por ejemplo, con su libro de 2017 Women Who Work (Mujeres que trabajan), trató de mostrarse como un ejemplo de persona ambiciosa con el que una podría identificarse.
Pero para la inmensa mayoría de las mujeres exitosas no hubo un ascensor dorado con la marca Trump: tuvieron que subir por la escalera. No sorprende que a muchas «mujeres que trabajan», la autoglorificación de Ivanka les parezca totalmente desubicada. El año pasado, durante una cumbre del G20, la entonces directora gerente del Fondo Monetario Internacional Christine Lagarde hizo un gesto aparente de fastidio cuando la hija del presidente de los Estados Unidos intentó meterse en una conversación entre líderes mundiales. Ivanka ya había generado desconcierto en otra cumbre del G20 en 2017, cuando ocupó el lugar de su padre entre los jefes de Estado allí reunidos.
Es verdad que Trump no inventó el nepotismo, y las dinastías políticas son una vieja tradición estadounidense. Hillary Clinton y George Bush (hijo) sacaron más provecho del apellido que de logros reales. Liz Cheney no sería una de las figuras republicanas más importantes de la Cámara de Representantes si su padre no fuera el exvicepresidente Dick Cheney. Y hasta el día de hoy, casi no hay elección en la que no se presente algún Kennedy para un escaño en la Cámara.
¿Y qué derecho tengo a quejarme del nepotismo, yo que llevo el apellido de Nikita Khrushchev? En primer lugar, ese apellido no me dará un cargo en el Kremlin; por el contrario, en la Rusia de Vladimir Putin, aparezco en los manuales de educación cívica como un mal ejemplo para los rusos. E incluso cuando mi bisabuelo Nikita lideró la Unión Soviética, no había lugar para el nepotismo descarado. Cuando en los años cincuenta incluyó a su yerno Alexei Adzhubei en su círculo íntimo de asesores, las lenguas murmuraron. En el contexto secretista de la política soviética, era inusual que un familiar se convirtiera en figura pública. Y cuando Boris Yeltsin (el primer presidente postsoviético de Rusia) designó a su hija Tatiana como asesora formal con oficina en el Kremlin, los críticos dijeron que era una decisión descaradamente corrupta.
Pero incluso entre nepotistas, los Trump están un paso adelante. Para ellos, el nepotismo es sólo el inicio del negociado. Por eso la incipiente carrera política de Ivanka es tan preocupante.
Ivanka Trump es tan codiciosa y narcisista como su padre, y tan despiadada como el hombre que dejó a su esposa plantada en la pista de despegue. Si en 2024 termina rompiendo el «techo de cristal» de la presidencia (tal vez tras derrotar en la primaria republicana a Liz Cheney y en la elección a la vicepresidenta electa Kamala Harris, que está donde está gracias a su propio esfuerzo) no será un logro merecido. Y usará el poder igual que su padre: en beneficio exclusivo de los Trump.
Nina L. Khrushcheva es profesora de Asuntos Internacionales en The New School. Su último libro (en coautoría con Jeffrey Tayler) se titula In Putin’s Footsteps: Searching for the Soul of an Empire Across Russia’s Eleven Time Zones (Tras los pasos de Putin: en busca del alma de un imperio por las once zonas horarias de Rusia).
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