14 de octubre 2024
No pocos hablan de la guerra entre Israel y Palestina. Pero esa guerra no existe. La que existe es una guerra que comenzó en contra de Hamás, una de las principales organizaciones aliadas de Irán, guerra que tiene lugar en suelo palestino y que hasta ahora ha cobrado como víctimas a miles y miles de miembros de la población civil palestina. Un capítulo más de la larga guerra surgida desde 1947 después de la cesión de la ONU de un territorio a Israel que las organizaciones del pueblo (no nación) palestino, consideran como propio.
La causa de Irán
Una paz entre Israel y la parte beligerante palestina, sea el ex PLO, sea el Hamás, convengamos, no ha habido nunca. Lo que ha habido son treguas o armisticios. De modo que el criminal ataque perpetrado a miembros de la ciudadanía israelí el 7-0 del 2023 no significó la interrupción de una paz; solo fue el fin de una tregua.
La iniciada por Hamás y respondida por Israel es una guerra radicalmente cruel. Por cierto, todas las guerras lo son y, en la mayoría de ellas, la población civil ha debido sufrir feroces ataques, aún más fuertes que los que sufren normalmente destacamentos militares. Todas las guerras son sucias. Hasta ahora nadie ha conocido una guerra limpia. Ninguna se ha ajustado a reglamentos y condiciones internacionales.
Recordemos Hiroshima y Nagasaki, recordemos el bombardeo de la aviación nazi a Londres, recordemos el bombardeo ordenado por Churchill a Dresden y a Berlín, recordemos a Buscha en Ucrania, recordemos el secuestro de niños ucranianos llevados a cabo por las tropas de Putin, recordemos, no por último, a los miles y miles de misiles lanzados por Irán en contra de la población civil de Israel, los que hasta ahora han sido repelidos gracias a la magnífica muralla defensiva con que cuenta el ejército israelí. ¿Y si no tuviera Israel esa defensa? ¿Ha pensado alguien cuantos civiles habrían muerto en Tel Aviv y otras ciudades? La intención de Irán era matarlos.
La guerra iniciada por Hamás en contra de Israel y respondida por Israel en contra de Hamás y otras organizaciones que han hecho de la guerra a Israel una profesión de fe, es demasiado cruel. Quien no siente dolor frente a las visiones diarias que nos llegan desde Palestina o el Líbano, no tiene corazón. Pero, ¿esperaba alguien que eso no iba a ser así?
Hasta ahora conocíamos dos tipos de guerra. Antonio Gramsci diferenciaba entre guerras de posición, que ya no existen, y las guerras de movimiento, que son las que tienen lugar cuando uno de los adversarios no es un ejército regular. Carl Schmitt, a su vez, diferenciaba entre guerra partisana o irregular y guerra regular. En la primera incluía Schmitt a las guerras de guerrilla y a los actos terroristas. De acuerdo a esa diferencia, el ejército regular de Israel enfrenta a ejércitos irregulares. Se trata de una guerra de posición en contra de una guerra de movimiento en donde la protección de las tropas del Hamás no son árboles ni montes; son casas habitadas por seres humanos.
Fue Mao Tse Tung quien en sus escritos sobre la guerrilla campesina afirmaba que un guerrillero debe sentirse en los pueblos y aldeas como un pez en el agua. El problema es que en Palestina esa agua es sangre humana. Los guerrilleros del Hamás solo usan uniforme en contadas situaciones. Cualquiera de ellos puede ser en el día un labrador o un obrero y al atardecer un feroz terrorista. Viven confundidos con la población. Los propios túneles donde se esconden sus oficiales cruzan las calles de lado a lado. Pues bien; ahí justo estaba la trampa tendida por Hamás a Israel.
Si Israel respondía a la vileza del 7-O, debía ensuciarse con sangre; más todavía: criminalizarse frente al resto del mundo. Para que esto ocurriera, Hamás contaba con dispositivos al interior de los propios países occidentales. En primer lugar un difundido pacifismo antipolítico, contrario a todas las guerras, vengan de donde vengan. En segundo lugar, con el llamado pacifismo de izquierda, dispuesto a ver en cada guerra la mano del imperialismo norteamericano, izquierda que sigue manteniendo, dentro de sus rituales adquiridos desde la dominación soviética, el eslogan de “la causa palestina”, sin reparar en que esa causa es ahora “la causa del Hamás” e incluso “la causa de Irán”. En tercer lugar, sobre todo en los países europeos, los comandos islamistas, sean los del Hamás o los de Hisbollah, cuentan con el apoyo de una enorme población islámica o de origen islámico para quienes la palabra (aunque sea adulterada) del Profeta tiene más valor que la Constitución y las leyes de los países en donde residen. Muchos de ellos tienen nacionalidad adquirida; y votan. Probablemente fue el influjo de esos votos el motivo que llevó a Emmanuel Macron a pronunciarse a favor de “un embargo de armas a Israel”.
Solo pocas fracciones islámicas se han dado cuenta de que la guerra de Israel no es en contra de los pueblos árabes, ni siquiera en contra de las naciones islámicas, sino en contra de una no santa alianza de gobiernos y partidos de confesión predominantemente chií agregando a la Siria del tirano Baschar al-Assad (de confesión alauita), convertida por Putin en una factoría militar rusa.
En efecto, ni gran parte de la población del Yemen, ni Egipto, ni Jordania, ni los países del Golfo, apoyan a “la causa de Irán” en pugna con la mayoría de las naciones que adscriben a la confesión suní. Más todavía: algunas de ellas libran guerras en contra de fracciones pro-iraníes, como ocurre en Yemen entre los suníes y los hutíes pro-Irán.
El mundo islámico –eso nadie lo puede ocultar– está profundamente dividido, y esa división no tiene su origen en la lectura de las diferentes confesiones religiosas sino entre dos potencias atómicas como son hoy Arabia Saudita e Irán. En otras palabras, hay al interior del islamismo político (más que religioso) una dura lucha por la hegemonía en la región. Antes esa guerra hegemónica fue librada entre Irán y el Irak de Sadam Hussein dejando un saldo de más de un millón de muertos. Hoy tiene lugar entre Irán y sus sucursales armadas, en territorios palestinos, en contra de la hegemonía de Arabia Saudita, pero directamente en contra de Israel. Mañana podría ser también en contra de Turquía. En todos los casos Irán, siempre Irán
La trampa de Hamás
¿Qué es lo que lleva a Irán a buscar permanentemente una confrontación con Israel? No hay ninguna vecindad entre ambos países, luego tampoco hay problemas territoriales; no tienen relaciones económicas ni políticas; nunca podrían ser dos naciones amigas, pero ambas podrían existir ignorándose mutuamente como ocurre entre muchas naciones del globo.
En parte ya hemos dado una respuesta. Irán se encuentra en una lucha por la hegemonía en el mundo islámico en contra de Arabia Saudita, Egipto y probablemente Turquía, lucha que toma la forma (solo la forma) de un conflicto entre dos confesiones de una misma religión, algo así como las guerras entre protestantes y católicos en la Europa medieval. Según un cálculo de los monjes iraníes, ese lugar hegemónico puede ser alcanzado solo a través de una lucha en contra de, lo que ellos suponen, es el enemigo común: Occidente. Un enemigo interno y externo a la vez. No hay que olvidar en ese punto que en Irán existe una fuerte oposición, si no pro-occidental, pro-democrática.
Las luchas de las mujeres iraníes en contra del velo es una de las tantas expresiones de un movimiento multitudinario que se ha hecho presente en Irán en diversas formas, incluyendo en las luchas sociales. Pues bien, mediante una oposición radical a Occidente, en una guerra declarada a Israel, toda esa oposición interna sería traspasada al rubro de “enemigos de la patria” a la vez que Irán se convertiría en un imperio magnético que atraería hacia sí, y no hacia los capitalistas saudíes, el inmenso odio a Israel que une a tantos musulmanes de las más diferentes confesiones.
Pero hay más: Irán –y este es el punto que lo une con Rusia- fue en el pasado lejano un gran imperio cuya influencia cultural y religiosa se hace sentir todavía en casi todos los países de la región islámica. Visto así, el muy occidentalizado Israel aparece ante los ojos de los ayatolas como un cuerpo extraño en un continente islámico, un injerto, o un tumor occidental maligno, algo así como un salón de baile al interior de una mezquita. Israel, según la máxima de los ayatolas, debe ser expulsado de la región. Israel, para esos fanáticos monjes no tiene derecho a existir. Justamente así el gobierno de Israel leyó ese mensaje que le llevaron los emisarios del Hamás el 7-O: La guerra que se avecina será una guerra existencial. O Irán o nosotros. No hay espacio para una alternativa intermedia.
Evidentemente, el 7-O Hamás intentó hacer caer a Israel en una trampa en la que solo podía caer. Solo en un punto se equivocó Hamás. y es el siguiente: el gobierno de Netanyahu no solo podía caer, además, quería caer en la trampa. Ese 7-O fue el día que esperaba Netanyahu para iniciar una guerra en contra de Hamás en Palestina, una guerra que solo puede terminar en Teherán.
El plan de Netanyahu
Hoy vemos más claro el plan que tenía Netanyahu desde antes de la guerra reiniciada el 7-O.
A Netanyahu y a su fracción de gobierno le corresponde el extraño mérito de haber hecho posible el camino de Hamás al poder palestino y que este entablara su concordancia con Irán. Por de pronto, siempre, aún en los momentos que parecía viable, Netanyahu boicoteó cualquiera vía que condujera a la estatalidad de los palestinos. También siempre ignoró a la Autoridad Palestina, quitándole así su pretensión de estatalidad, dejando a su presidente Abbas sin ningún asidero. Ese plan político ha revelado su secreto: no era un plan político; era un plan militar.
Podemos imaginarlo así. Para Netanyahu su enemigo toma la forma de un pulpo. La cabeza de ese pulpo se llama Irán. Los tentáculos son Hamás, Hisbollah, los hutíes de Yemen y, tal vez, el gobierno de Siria. Netanyahu por ahora se encuentra en la fase de eliminación de los tentáculos militares, lo que en cierto modo está logrando, pagando, eso sí, el precio de llevar a cabo brutales masacres entre la población civil. Luego, antes que se reproduzcan más tentáculos, intentará atacar a la cabeza del pulpo.
Netanyahu -es una hipótesis plausible- debe haber pensado que, utilizando a su favor la salvajada de Hamás, había llegado el momento de actuar. Si no lo hace ahora, el tiempo correrá a favor de Irán cuyo gobierno podrá tener acceso a un mejor armamento atómico gracias a su estrechísima alianza con la Rusia de Putin.
En cierto modo el plan de Netanyahu es parecido al de los propios ayatolas. Mientras estos últimos buscan a través de la guerra aunar a todos los países del mundo islámico en contra de Israel, Netanyahu busca involucrar a Estados Unidos atacando a su segundo enemigo inmediato después der Rusia: Irán. Este es justamente el nexo que une a la guerra de Israel con la guerra en Ucrania: Irán es un enemigo tanto de Israel como de los Estados Unidos.
Si es que los ayatolas de Irán, al movilizar a Hamás el 7-0, pensaron en que Estados Unidos no actuarían en su contra a fin de no estar presente en dos frentes de guerras a la vez, les ha salido el tiro por la culata. Pues si Israel, visto desde la posición de Netanyahu, logra derrotar a Irán, la ilusión de Putin de reconstituir la presencia activa que tuvo la URSS en la región se vendría al suelo, quedando solo Siria como apoyo, país que también esta en la mira de Israel. Así nos explicamos entonces por qué Netanyahu, respondiendo a la iniciativa del embargo de armas a Israel propiciada por Macron, recordó al presidente de Francia que Israel está defendiendo los intereses de Occidente en la región. Desde un punto de vista más geopolítico que político, puede ser que Netanyahu tenga razón. Biden, que debe atender a la política a corto y a largo plazo, lo ha captado bien: su gobierno apoyará militarmente a Israel pero intentando no inmiscuirse directamente a fin de mantener al conflicto en su espacio puramente regional. Pues bien, todas las evidencias indican -como ha apuntado el ex ministro del exterior alemán Joschka Fischer- que a diferencia de otras guerras en la región, una guerra directa entre Israel e Irán vinculará probablemente a Rusia -dispuesta a defender sus posiciones en Irán y Siria- y así la guerra, sobrepasando el marco regional, será inevitablemente mundializada. Un dilema que puede convertirse en un dolor de cabeza para Trump en caso de que gane las elecciones de noviembre. Ahí Trump se vería obligado a elegir entre sus dos mejores amigos: Putin o Netanyahu. Si apoya a Putin en Ucrania, no podrá hacerlo en el Oriente Medio, so pena de traicionar a Netanyahu, lo que, por el momento también parece imposible. Pero no nos adelantemos demasiado a los hechos. La historia vive de sus sorpresas.
El resto del mundo
Lo cierto – y en ese punto tiene razón Joschka Fischer- la guerra del Oriente Medio, en los términos que se viene dando, involucrará no solo a los EE UU, además a Europa e incluso, si medimos bien, al resto del mundo, incluyendo también a América Latina.
Europa, para variar, no tiene una política definida frente al Oriente Medio. La mayoría de sus países vive una crisis política derivada del crecimiento de los movimientos, partidos y gobiernos nacional populistas, los que en sus versiones de derecha e izquierda son contrarios a seguir apoyando a la guerra en Ucrania, aunque los de derecha, a diferencia de los de izquierda, se alinean por el momento a favor de Israel. En países como Francia, España y Alemania las izquierdas (no solo las extremas) presionan, usando razones anti-norteamericanas, en el objetivo de restar su apoyo a Ucrania y a Israel al que, en extraña sintonía con los ayatolas de Irán, acusan de ser punta de lanza del capitalismo occidental en zona islámica.
En América Latina la situación, si no idéntica, es parecida. Aparte de Milei en Argentina cuyo gobierno ha dejado en claro su abierto apoyo a Israel, la mayoría de los gobiernos de la llamada derecha, de acuerdo a una orientación estrictamente economicista, se manifiestan relativamente neutrales frente a los principales problemas que acosan al mundo, entre ellos los del Oriente Medio. No ocurre así con las izquierdas en sus dos versiones, la dictatorial y la democrática.
La izquierda dictatorial latinoamericana formada por “la banda de los tres” (Cuba, Nicaragua y Venezuela) se alinea en torno a Putin en el tema Ucrania y en torno a la dictadura iraní en el tema de la guerra de Irán a Israel. Sin embargo, lo que parece por el momento solo ser simple demagogia, puede derivar en un peligro donde la “banda de los tres” llegue a convertirse -en el caso de que la guerra en el Oriente Medio deje de ser regional y sea mundializada- en una cabeza de puente al servicio de Rusia e Irán. No exageramos. Sabido es que las tres dictaduras mencionadas no solo mantienen excelentes relaciones económicas y políticas con Rusia e Irán sino, además, militares.
La práctica de realizar ejercicios militares conjuntos con Rusia es tolerada por el momento desde los Estados Unidos. En el caso de que esos ejercicios dejen de ser simbólicos y se conviertan en un peligro geopolítico, Estados Unidos, con o sin Trump, no tendrá más alternativa que actuar en la región. En otros términos, “la banda de los tres” puede llegar a ser, en el curso de una guerra mundializada, un peligro para la seguridad internacional de América Latina. Más todavía si tenemos en cuenta que la izquierda democrática, en países como Colombia, Chile y Brasil, si bien mantiene una cautelosa actitud (con la digna excepción de Chile) frente al tema de la invasión a Ucrania, tiende, bajo la orientación de Lula, a pronunciarse abiertamente en contra de Israel, seguramente para satisfacer a sus bases que todavía rinden culto al “mito de la causa palestina”, convertida hoy en “la causa de Irán”.
Lula -siguiendo la línea de algunos gobiernos occidentales- insiste en que Palestina debe, como potencial nación, acceder a la estatalidad. Naturalmente, es una reivindicación histórica y legítima del pueblo palestino. Pero no es eso lo que está en juego en estos momentos. Plantear hoy día el tema de la estatalidad, significaría entregar el estado palestino a Hamás bajo la tutoría de Irán.
No olvidemos que Lula, debido a las vinculaciones económicas contraídas por Brasil, se ha convertido en portador de los intereses, no solo económicos, de China (muy cercanos a los de Rusia) en la región latinoamericana. Todo el mundo sabe, por ejemplo, que en torno a los BRICS se alinean la mayoría de las dictaduras del mundo y que Brasil junto con Sudáfrica son solo aisladas democracias en un concierto dirigido bajo la batuta china. Cabe en este punto señalar que China es el principal socio comercial de Brasil y de Irán al mismo tiempo.
El llamado nuevo orden mundial propiciado por “la banda de los cuatro” (China, Corea del Norte, Rusia e Irán) es, desde todo punto de vista, un orden anti-democrático. Y en ese orden, América Latina seguirá siendo el “lejano occidente”, hoy más lejano que occidental. De allí, “la causa de Israel”, no puede esperar nada. O casi nada.
*Artículo publicado originalmente en el blog POLIS: Política y cultura.