Guillermo Rothschuh Villanueva
13 de agosto 2023
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Escribir sobre una historia mudada en leyenda y traer de regreso a Virgilio, son hitos de un mismo relato en El silbido del arquero
La escritora española, Irene Vallejo. Foto: Confidencial | Cortesía.
“… los poemas épicos tratan sobre la guerra, las hazañas, victorias y
derrotas de sus héroes, pero los versos de Virgilio atraviesan el campo de
batalla deteniéndose junto a los heridos y escuchando a quienes deliran o sufren”.
Irene Vallejo El futuro recordado
Construir una narrativa un tanto parecida a la Homero, seguir la ruta y el itinerario de Eneas en su huida de Troya, junto a sus leales y su hijo Iulo. Sentir el apremio de sus huestes y reconstruir el naufragio en las costas de Cartago, cuando en desbandada huían de la derrota recibida por los griegos. Conocer su repentino noviazgo con Elisa (Dido), la aparición de Virgilio y la intromisión desmedida de Eros, buscando torcerle a Eneas su destino, reteniendo su marcha para evitar el cumplimiento de la profecía de fundar la nueva Troya, son episodios formidables. Las predicciones de Ana, joven hechicera, deseosa de partir hacia otras tierras, convencida que en Cartago anida el odio, la violencia y las conspiraciones de quienes estaban llamados a proteger a Elisa, forman parte de la novela de Irene Vallejo, El silbido del arquero, (Random House, octubre, 2022).
Escribir sobre una historia mudada en leyenda y traer de regreso a Virgilio, son hitos de un mismo relato. Antes que Vallejo se sintiera impelida a meterse en el pellejo de Eneas, Virgilio la había antecedido con La Eneida, bajo encargo del emperador Augusto. El poeta romano daba continuidad al mito, insuflándole nuevos aires, ciñéndose a los versos de Homero. El poeta chileno, Pablo Neruda, al ser preguntado cómo le gustaría escribir en el futuro, en vez de viajar hacia adelante, volteó la mirada, yendo hacia los albores de la civilización occidental. De estar vivo en el año 2000, afirmó que le gustaría hacerlo como lo hacía el poeta que entonó los cantos de La Ilíada y La Odisea. Un portento de escritor. Irene Vallejo, especialista en cultura greco-latina, nada como pez en el agua, escribiendo con idéntico acento sobre esos mismos temas. Una consagrada por la crítica.
La única manera de volver digerible una novela que rastrea los traspiés de Eneas, era recurriendo a un estilo similar a la que usaban los clásicos. Vallejo saca ventaja a sus conocimientos sobre un mundo que embriaga nuestra imaginación. Nos sumerge en un universo cargado de una atmósfera asombrosa. Sostiene la fábula entre sus manos, la revive y lanza hacia adelante. En El silbido del arquero constatamos las funciones descritas por el lingüista y antropólogo ruso, Vladimir Propp, en su morfología de los cuentos populares. La partida, alejamiento, prueba, persecución, magia y resurrección del héroe, son evidentes. La propuesta de Propp ayuda a desentrañar incidentes, obstáculos e inconvenientes que sortea Eneas, llamado como estaba a conducir a su gente hacia las tierras de Hisperia, en su intención de dar cumplimiento al mandato divino.
Vallejo convoca a Eneas, Elisa, Ana, Eros y Virgilio, para que cada uno cuente las peripecias que están llamados a librar. Con un número reducido de personajes y asistida del microrrelato, desata su creatividad. Eneas goza de la protección de los dioses. En búsqueda de la paz, el hijo de Afrodita, diosa griega del amor, la belleza y el goce sexual, sufre un severo revés. Una mar embravecida revuelca y destruye sus naves. Pide clemencia a los dioses por sus hombres. Teme que su hijo Iulo haya muerto. La incertidumbre consume su vida. No entiende que se trata de una prueba puesta al héroe, camino a su redención. Sabrá librarla. Elisa lo rescata y vuelve prisionero. Ana ha visto a Iulo desde su escondite. La niña hace partícipe al padre de que su hijo está vivo. Eneas se siente agradecido. Elisa pretende desposarse con él y compartir el trono.
El asesinado de Ahiram el Dardo, guerrero al servicio de Elisa, desata un torbellino. El torrente de emociones desencadena desgracias y conspiraciones, hace que las miradas converjan en una sola dirección. Como en las novelas negras, creen que Eneas fue el autor. Ana, digna heredera de su madre, la hechicera que sabía “leer el futuro en las vísceras de los animales, veía augurios de muerte en las telarañas y escuchaba advertencias en los gritos de los pájaros”, con su instinto natural, no lo cree. Eros, Dios caprichoso, insiste en boicotear a Eneas, urde un noviazgo con Elisa. Desea retenerlo entre sus pechos y se olvide su compromiso. Enciende su ánimo. La angustia se apodera de la reina. Cuando una mujer se enamora, nada ni nadie pueden detenerla, resueltas salen en busca de su objetivo. Se tornan arbitrarias. Se empecinan en inclinar la balanza a su favor. La ansiedad las come.
II
Tropiezos y reveses no desaniman a Eros, gozamos de prerrogativas negadas a los dioses del Olimpo. Nacemos y morimos. Ellos viven acechándonos para entrometerse en nuestras vidas. Enamoradizos, bajan a la tierra a poseer mujeres de carne y hueso. Engatusan a los mortales. El helenista nicaragüense, Salomón de la Selva, en La ilustre familia (1954), describe a los dioses griegos amancebándose con animales. Parecidos a nosotros, ante la monotonía de lo eterno, se divierten de lo lindo a costillas de quienes se les antoja. Eros goza de sus travesuras. La sangre de Elisa hierve. Algo diferente estremece su ser. Elige como su hombre a Eneas. Eros les conduce por los senderos del amor. La duda se apodera del héroe. Nacen inquietudes en el corazón de los hombres de Elisa y entre los seguidores de Eneas. Acates, su fiel lugarteniente, se siente desolado.
La amistad de Iulo con Ana fructifica, redime sus tristezas, en Cartago no existen niños con los que ella pudiera jugar y entretenerse. Es un lugar maldito. Las mujeres no paren y los hombres las poseen con furia animal. Desconocen la ternura. A su edad, Ana sabe más de los humanos, que cualquiera de los mequetrefes que conspiran por apoderarse del reinado de Elisa. En uno de los juegos al escondite, metida en una vasija da barro depositada en la despensa, esperando que Iulo la encuentre, sin pretenderlo, escucha la conversación de Malco el Escudo, tramando el asesinato de Eneas. En ese momento se enteran que las muertes ocurridas son resultado de su lujuria, deseoso como estaba de despejar el camino, para hacerse de Elisa. Ana pide a Eneas que visite la morada de Eshmún, el templo que domina la colina. Ese día los oráculos le harán una revelación.
Las naves de Eneas están preparadas para el zarpe. En su huida precipitada y ante los reclamos de Elisa, le recuerda que nunca se comprometió a nada. A quien nada promete, nada puede reclamársele. En Cartago solo tiene cabida la guerra. La ciudad sufre el asedio de Yarbas. Eneas reprocha a Elisa por no haberle escuchado. Consumido por los estropicios de los diez años de guerra que azolaron a Troya, conocía los sinsabores y sinrazón de las guerras. Perdió a sus amigos, a su padre, Anquises; y Iulo vive de milagro. Antes de partir al exilio, vio cómo su descendiente jugaba al combate. Como padre, su deseo es mantenerlo alejado de ese horror. Sus consejos cayeron en saco roto. Dueña de su carácter, Elisa se digna en recordarle que fundo Cartago, huyendo de Tiro, para evitar ser asesinada por su hermano. Nada podía detener al héroe en busca de su recompensa.
La escritora española insiste en recordarnos, que son los poetas quienes eternizan en la memoria de sus pueblos, las hazañas de sus héroes. El heredero de Julio César desea pasar a la posteridad; halaga a Virgilio. En un salto temporal prodigioso, Vallejo lo introduce en la novela. Convertido en el poeta favorito de Augusto, lleva una vida regalada; recibe un trato especialísimo. Mecenazgo en estado puro. Al autor de La Eneida no hace gracia ser su apologeta. No le tiene admiración. Teme y aborrece. Escribe a contra gusto. Augusto es consciente de la primerísima importancia de Virgilio. Algo aprendió de Julio César. Al escapar de los brazos de Elisa, el héroe troyano parte para dar cumplimiento al designio de los dioses. Sus descendientes, Rómulo y Remo, amantados por una loba, son los fundadores de Roma. Virgilio canta a la manera de Homero.
La persistencia de Eros no abatió el corazón de Eneas, con pudor, el dios del amor sabe que los humanos se rebelan y luchan por sus ideales. Se elevan frente a los dioses. Son depositarios de una belleza que solamente a ellos pertenece. Para resaltar lo dicho, afirma que se trata de esa “belleza rara y conmovedora de las acciones generosas, del bien que nadie recompensará, del acto justo por el que se paga un precio, de la lucha perdida de antemano contra adversarios invencibles”. ¡Para que lo diga un Dios! Esta diferencia nos vuelve superiores. En nuestra finitud, gozamos del privilegio de amar, arriesgarnos, inventar palabras y crear otros mundos. Con la salvedad que vivimos fugazmente, después falleceremos. En el Olimpo nada cambia. Todo permanece igual. Viven ensimismados. Los días se repiten y el asombro no asoma en sus vidas. Algo que sabe muy bien, Irene Vallejo.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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