9 de marzo 2020
Madrid. La noticia de la muerte de Ernesto Cardenal me conmocionó; no lo esperaba. Quizás porque desconocía su frágil estado de salud. 95 años pesan mucho y las difíciles situaciones enfrentadas en los últimos años habían hecho mella en él.
La dictadura, por diversos medios, había aumentado el asedio a este hombre indoblegable, revolucionario de pura cepa, coherente con sus ideas y su vida, poeta y artista de estatura mundial, humanista con una clara y decidida opción por los pobres, sacerdote, místico, con valores éticos y estéticos extraordinarios.
La mezquindad de los que detentan el poder en Nicaragua llegó a urdir acusaciones viles para desprestigiar a Ernesto Cardenal, símbolo incontestable del intelectual nicaragüense comprometido, referente universal de la poesía, premiado con múltiples reconocimientos internacionales, - entre ellos numerosos Doctorados Honoris Causa por destacadas universidades de América y Europa y el Premio Reina Sofía de Poesía en 2012-, candidato al Nobel de Literatura en tres ocasiones. La corrupta justicia nicaragüense lo condenó a pagar una suma millonaria por delitos inexistentes y en su defecto, le fueron congeladas sus cuentas, entre otra serie de malvadas acciones en su contra. Cardenal declaró que se consideraba un perseguido político de la dictadura. Y tenía toda la razón.
Su muerte ha sido utilizada por la dictadora para ofender una vez más su memoria, convirtiendo la misa de cuerpo presente en la Catedral de Managua en una orgía de irrespeto, violencia incontrolada y desfachatez por parte de las turbas acarreadas como ganado y pagadas por el Estado. Insultos y acoso a los asistentes y a los familiares de Cardenal, ataques verbales y físicos a los periodistas independientes, robos de valiosos equipos electrónicos, gritos, y desorden generalizado que obligaron a que el féretro fuera sacado por una puerta lateral, sin poder recibir a cabalidad el homenaje que del país que amó por encima de todo.
Cardenal no merece este escarnio, esta violencia, este irrespeto. Él era un hombre de paz, lleno de amor por el prójimo, pleno de sensibilidad. Pero ¿qué podemos esperar de quienes se creen dueños del país y sus habitantes? De esos que no tienen ninguna estatura moral ni ética; los que tienen sus manos manchadas de sangre por crímenes de lesa humanidad y siguen hundiendo al país en una vorágine de odio, terror, miseria y destrucción.
¿Qué esperaban obtener con esta acción ruin, inspirada por la secular envidia y odio visceral de la poeta contra El Poeta? ¿Esperaban acaso que Nicaragua secundara su ignominioso proceder ante la muerte de Cardenal? ¿Creen que usando y abusando de gente del pueblo, a la que convierten en mercenarios borregos, van a engañar a alguien?
Lo único que han logrado es dejar al desnudo, ante el mundo entero, su falsedad, su doble discurso, su espíritu mezquino y malévolo que no deja a los muertos descansar en paz ni a sus familiares y amigos llorar su dolor ante la irreparable pérdida. Han hecho patente, una vez más, su espíritu miserable, contra la grandeza de un hombre irrepetible, un faro de luz en la oscuridad que atenaza a Nicaragua.
Y como colofón, ante la amenaza de nuevas agresiones en la ceremonia de su descanso final en Solentiname, emitidas por la mandadora de la finca, tuvo que ser enterrado en absoluto silencio y privacidad, junto a sus “hijos espirituales”, burlando así una nueva insidia del poder.
Por fortuna, en el mundo se han celebrado los homenajes y honores que no han sido posibles en su patria.
Que descanse en paz nuestro eterno ministro de Cultura. Polvo de estrellas en nuestra galaxia.
*Arquitecta. Miembro fundador del Ministerio de Cultura