16 de mayo 2024
Buenas tardes, señores y señoras.
Soy Lesther Alemán Alfaro, nací y crecí en Nicaragua, y estar aquí ante ustedes es un milagro. Soy comunicador de profesión y, por vocación, activista político. Fundador de la Alianza Universitaria Nicaragüense (AUN), un movimiento político creado por jóvenes estudiantes para jóvenes. Mi país actualmente está controlado por una dictadura dinástica y sangrienta.
Una nación donde pensar diferente y exigir tus derechos cuesta: muerte, cárcel o destierro. Un país con más de 6.2 millones de habitantes sumergido en pobreza y atado al control absoluto de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
El 16 de mayo de 2018, se instaló en Managua una mesa de diálogo entre sectores de la oposición y el régimen. Ortega estaba por tomar la palabra cuando me enfrenté directamente a él, a menos de dos metros de distancia. No con violencia, sino con la fuerza de mi voz.
Yo tenía 20 años, no sabía qué palabras usar al increparlo, pero sabía que debía enfrentarlo con la verdad, el dictador que nos condenó como nación. Alcancé a decirle: “esta no es una mesa de diálogo, sino una mesa para negociar su salida, porque usted es un asesino, hoy lo repito: es un asesino. Ríndase.”
No me equivoqué. Las distintas estrategias represivas y violentas en contra de la población civil hoy se cuentan en más de 355 asesinados -en su mayoría jóvenes-, además de 1500 presos políticos que han vivido tortura física, psicológica, emocional y prolongada. Actualmente hay 121 nicaragüenses encarcelados como prisioneros de conciencia en las cárceles “La Modelo” y “La Esperanza”, sin obviar el millón de nicaragüenses obligados al destierro sin derecho a patria.
En la historia reciente no hay un precedente como ese, menos en Nicaragua. Es que la fuerza de los jóvenes no la puede detener un régimen decrépito. La voz moral, las aspiraciones democráticas, la vocación pacífica ante los conflictos y la lucha sin descanso por los derechos es imposible aniquilar; aún ante las peores amenazas.
Esos cuatro minutos que duró mi intervención, hace ya seis años, cambiaron mi vida. No me arrepiento de los costos: un exilio a Estados Unidos porque ofrecían dinero por mi cabeza, persecución constante, encarcelamiento por más de 20 meses, una condena de 15 años de cárcel, inhabilitación perpetua de todos mis derechos que me definen como ser humano, y posteriormente el despojo de mi nacionalidad y la eliminación de todos mis registros oficiales.
En Nicaragua la democracia, la justicia, la libertad y tus derechos pueden costar hasta tu propia vida. “Me duele respirar”, fueron las últimas palabras de Álvaro Conrado, un niño de 15 años, asesinado el 20 de abril de 2018 por regalar agua a quienes nos manifestábamos.
“No me mates, por favor, no ando nada” fue la súplica de Junior Gaitán ante el oficial de la Policía que le apuntó el arma en la cabeza. Era un niño de 15 años que protestaba en Masaya. Ambos asesinatos hoy siguen en la impunidad al igual que otros cientos de crímenes.
En Nicaragua ser joven, ser estudiante, ser campesino, ser opositor, ser indígena y afrodescendiente es un delito y significa muerte. Tras su retorno al poder en 2006 hasta la actualidad, Daniel Ortega violó la institucionalidad, la democracia incipiente y la soberanía nacional.
Perpetuándose en el poder, eliminando a sus adversarios, controlando los poderes del Estado, Ejército y Policía en lo absoluto. Y cometiendo evidentes fraudes electorales como en 2021. Año en el que nos preparábamos como oposición para unas elecciones generales que lo definirían todo y en el que no renunciábamos a la ruta cívica, pacífica y ordenada para resolver la crisis. Ortega decidió destruir todas las líneas rojas y burlarse de la comunidad internacional, incluyendo la OEA, Naciones Unidas, Unión Europea y hasta del propio Vaticano.
En abril de 2021 fui nombrado vocero oficial de la Alianza Electoral que congregó a todos los precandidatos y a las fuerzas vivas de oposición -partidos y movimientos políticos-. Pocos días después se desató una cacería; uno a uno estábamos siendo capturados en nuestras propias casas, a altas horas de la noche, sin que la Policía Nacional presentara ninguna orden de captura ni de allanamiento.
Fui arrestado el 5 de julio de ese mismo año, ante los ojos de mi madre que clamaba que me dejaran de golpear en el suelo. Más de 100 oficiales de la policía con saña vengaban mi “ofensa” a su comandante. Me llevaron a El Chipote, uno de los centros de tortura de la dictadura. Fue una orden de Daniel Ortega y su esposa.
Me aislaron en una celda de dos metros por dos metros completamente sellada, con luz artificial las 24 horas del día, sin acceso a medicina, información, abogado, visitas y a que se me respetara el debido proceso. Según los jueces -controlados por el matrimonio- yo era el responsable de violar la soberanía nacional y traicionar a mi patria. Por esto es importante ocupar espacios para relatar la realidad de lo que se vive en Nicaragua.
Durante esos más de 20 meses de prisión fui interrogado casi el total de esos días, a cualquier hora y con la aclaración por parte de mis torturadores de que “aunque no merecía vivir, el comandante -en referencia a Ortega- me había perdonado la vida porque es misericordioso”. Y es que se cree la imagen del magno e incuestionable líder, aun para muchos que romantizan con la estafa de la revolución de 1979.
Hasta que el 9 de febrero de 2023, llegaron a mi celda, me sacaron y me llevaron a la pista aérea del aeropuerto internacional en Managua junto a 221 presos políticos. Un avión con tripulación estadounidense haría posible nuestra liberación, convirtiéndose también en destierro.
Mientras volábamos a Washington D. C., la Asamblea Nacional en Nicaragua aprobó la ley que nos desnacionalizaba y posteriormente a todo familiar inmediato que tuviésemos, creando una incubadora de apátridas.
Daniel Ortega hoy es un modelo norcoreano, talibán tropicalizado, que sin pagar costos internacionales confía en la pasividad de organismos multilaterales, mientras hace de Nicaragua un espacio de impunidad generalizada, tierra confiscada, exporta apátridas a quienes tortura de manera prolongada en tiempo y espacio porque mantiene un régimen de persecución transnacional, el tránsito del narcotráfico y el puerto seguro de la migración irregular hacia Estados Unidos y otros países.
Mi último recuerdo de esa Nicaragua, que hoy construimos aun desde fuera de sus fronteras, fue besar su suelo, el que me vio nacer y le prometí que volveré. Porque estoy convencido de que, aunque Ortega ha hecho todo lo posible por silenciarme, no podrá eliminar la fuerza de todo un pueblo que decidió cambiar su historia.
A la comunidad internacional:
- No pueden apartar su mirada de Nicaragua.
- No pueden justificar índices de crecimiento económico con base en remesas que son producto del destierro.
- No deben facilitar financiamiento para reprimir, encarcelar y exiliar a nacionales.
- No deben cerrar las puertas a miles de nicaragüenses que piden asilo en Europa, Estados Unidos y otros países de recepción.
- Es momento de actuar: hay que aislar financieramente al régimen.
- Acompañen y respalden a la oposición -dentro y fuera de Nicaragua- en su lucha por su libertad.
- Demanden la pronta liberación de los presos políticos que sufren constantemente torturas. Así como el retorno seguro del exilio forzoso.
- Esperamos que Europa acoja, al igual que en Argentina, jurisdicciones para que las víctimas puedan llevar sus casos ante las instancias internacionales de justicia.
La comunidad internacional debe dejar de ser timorata; esperamos más de Naciones Unidas, de la Unión Europea y de cada país que defiende los derechos, no solo sus comunicados, sino sus acciones.
Henry Blass, no estás solo.
Jasson Salazar, no estás solo.
Adela Espinoza, no estás sola.
Olesia Muñoz, no estás sola.
Eliseo Castro, no estás solo.
A los presos políticos, no están solos.
Cumbre de la democracia, Ginebra, Suiza, 15 de mayo 2024.