2 de febrero 2019
-Anotaciones sin mayúsculas-
Yo creía, ingenuo de mí, que ante las tragedias de los pueblos no existían los individuos estrábicos. Pero los hay, y no porque ante la sangre de patriotas miren hacia otro lado, y saquen sus conclusiones de que, por ejemplo, no existen cabezas de niños destrozadas por certeras balas de francotiradores y que tampoco hay campos de concentración, donde los presos políticos agonizan hasta con “órdenes de libertad”, sino que esa especie a prueba de sensibilidad y patriotismo, nace así, con estrabismo natural, y hasta son eruditos al esgrimir la falacia como verdad, y decir que aquella se llama “crítica”, y que el criticado, quien vive y escribe junto con Alicia en el país de las maravillas, que para él es esta Nicaragua normal, está, como yo, alucinando, y creyendo ser testigo de madres que no pueden ver por última vez a sus hijos, e hijos que apenas alcanzan a rumiar en su soledad, la noticia de la muerte de sus progenitores, a quienes ya no pudieron ni podrán ver jamás.
A esa inmensa tristeza y crueldad llamo y seguiré llamando, o aullando -como el Aullido de Ginsberg- Auschwitz, y a uno de esos individuos de docto estrabismo que me “critica”, no le haré “el favor” de exonerar a los tiranos que bien alcanzan en tan horrible nombre que, sostengo, no es otra cosa que un Holocausto de siniestra intensidad. Y por más que, desde la perplejidad de sus neuronas congeladas en el exterior, diga solapadamente que denunciar lo incallable, como hago, es “contribuir a la polarización del país”, “distorsionar nuestra realidad” e “irrespetar la memoria del Holocausto”, no seré un traidor ni a la ética ni a la moral ni a la memoria de los caídos por la libertad, no pocas veces por agitar nuestra bandera patria. No seré un traidor a nuestro Holocausto.
Pero tampoco quiero ser usurpador del espacio y del escenario mediático, que por justicia le corresponde a los que sufren; a los torturados y a los agonizantes en este Auschwitz centroamericano. No merecen el mínimo respeto aquellos que, con el pretexto de lustrar sus egos, se quieren adueñar para minimizarlo, de este cotidiano y mínimo escenario que corresponde al Holocausto que padecemos, quienes ya no podemos siquiera sacarle brillo a algunas palabras que le hagan justicia a los asesinados. No importa que lustren sus egos los abrillantadores, mientras vemos cómo se desmoronan árboles de hojalata, y con ellos caen los eruditos estrábicos, perdiendo irremediablemente sus blandones demagógicos.
Después de agredir a obispos, parroquias y sacerdotes ellos no pueden llamarse cristianos; no pueden apelar a llamarse solidarios –como talvez solidaria considera la falacia de su “crítica” el erudito estrábico-, ni tampoco socialistas, pues acaban de ser expulsados de la Internacional Socialista y bien expulsados, pues esa exclusión no es maniobra imperialista, sino la consecuencia de la corrupción y la sangre derramada por mantenerse en el poder indefinidamente. A menos que, a estas alturas, se arropen en un enmohecido “centralismo democrático”, que es lo mismo que sus encapuchadas almas en la represión actual, esa misma represión que denunciarla significa polarizar, distorsionar e irrespetar. Peligrosa, y empleando un eufemismo, irresponsable acusación del erudito, incubada en la calumnia.
En Auschwitz no se puede leer un periódico. Ningún medio escrito, porque los censores, para no polarizar el país, han optado por robarse el papel, o como diría un erudito, secuestrar en la aduana las existencias de impresión de todo medio escrito, pero con la sana intención que la libertad de expresión e información sean abolidas, y dejen de ser un “recurso” del imperialismo para contrarrestar la distorsión de nuestra realidad y no irrespetar el Holocausto, que yo irrespeté. Ese es el “recurso”, el “método” lo insinúa el erudito.
Ese método tiene, como todos sabemos, tres postulados, y un axioma plagiado, y eso sí, muy bien madurado y con rosario rezado. De repente uno se equivoca y siente que está en una cámara de gas. No es cierto. Aquí el aire no es nuestro. Todo el aire que se respira, tendremos que pagarlo algún día. En principio el recurso es que nos tapen la nariz. El método es más importante, ya que implica los avances científicos de obligarnos a no desperdiciar el aire, es decir, aprender a no respirar. No olvidemos que estamos en Auschwitz. Según un erudito canadiense, este no es un Holocausto, es un Pic Nic.
Quien no se lo cree es Alex Vanegas. El maratonista cumplirá tres meses de estar preso con orden de libertad. Por las noches se le escucha correr, cuando está dormido, y a la mañana siguiente se le castiga. ¿Sabrá correr el erudito? ¿Para qué, si no tiene de quien correrse ni en sueños? ¿Gritos en la noche de quienes sueñan con la libertad? No los escucha el erudito. El maratonista incansable sigue corriendo. Agita nuestra bandera. Los eruditos estrábicos se estrellan contra el Gorro Frigio y lo abrazan. Uno puede pensar en una conversión, pero no, lo confundieron con una capucha.
No termina aquí la historia. Una señora viene de lejanos pueblos. Le han dado una comidita para su hijo preso. Llega al El Chipote, y enseña a los guardias una orden de libertad judicial. La señora aprieta, con sus dedos arrugados, la orden, el gastado rosario que ha ido rezando por todo el trayecto. Espera horas para que la vuelvan a atender. Desgranándose de humildad, y con muchas dificultades por los fanáticos orteguistas que en los alrededores la ahuyentan como a un perro, enseña a los guardias la orden de libertad. Se ríen en las narices de su sufrimiento. Leen la orden de libertad. La viejita revive su esperanza. Los guardias se ríen. —Señora -le dicen- ¿Usted cree en Dios? —Si -casi balbucea la anciana. Y los guardias vuelven a reírse: —Entonces que se lo saque Dios, porque nosotros no.