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Hoja de ruta

Una hoja de ruta, si se negocia con alguien, es con un compañero de viaje, no con un adversario que estorba y daña al país.

Vista de un encuentro de la Mesa de Negociación entre la Alianza Cívica y el Gobierno de Ortega - Murillo. Foto: Cortesía | Alianza Cívica

Fernando Bárcenas

5 de marzo 2019

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La Alianza Cívica, en escuetos comunicados repetitivos y autocensurados, dice que negocia con Ortega una hoja de ruta. Usa a este propósito un lenguaje capcioso. Una hoja de ruta, si se negocia con alguien, es con un compañero de viaje, no con un adversario que estorba y daña al país.

Lo que aparenta negociar la Alianza en el pre-diálogo es la reglamentación del desarrollo de la negociación. Pero, esa reglamentación la negocia sin reglamentación. O sea, dice que debaten cómo funcionará la negociación una vez que entren a abordar temas de fondo, la selección de mediadores, testigos y garantes, cuál será la metodología y los tiempos del proceso, los mecanismos para la toma de decisiones, horarios de reuniones, política de comunicación y divulgación, la naturaleza de los acuerdos a ser alcanzados y aspectos de logística.

Como vemos, la Alianza se ha estancado con Ortega en un revoltijo difuso de distintos tópicos insulsos, entrelazados, sin orden, con objetivos cualitativamente distintos.

En la cuarta sesión, la Alianza ya no habla de negociar el mediador, sino de negociar testigos, asesores y acompañantes (un término escogidamente orteguista, con el cual se designa a los compadres del régimen sin criterio independiente). La Alianza ha pasado de negociar al mediador a negociar compadres de Ortega. Con razón han enmudecido, en la peor tradición de los pactos de nuestra historia.


El pre-diálogo consiste en seleccionar al mediador

Lo que se debió negociar como preludio, únicamente, es quién será el mediador. La reglamentación de la negociación no se negocia entre las partes, mucho menos desde la perspectiva subjetiva orteguista de la realidad, porque todo mediador, en cambio, aplica una reglamentación neutral prestablecida conforme a estándares internacionales, que las partes deben acatar sin chistar, para nivelar a las partes en cuanto a los procedimientos de negociación (sin que se impongan las pretensiones subjetivas de quien se ve favorecido por la correlación de fuerzas).

Es sencillo, Ortega negocia las reglas del diálogo como dictador, para pervertir la negociación, no para hallarle salida a la crisis.

Convertir el diálogo en algo fútil, sin credibilidad ni importancia para el pueblo, es una finalidad orteguista, ya que, al promover una indiferencia hacia el diálogo, Ortega piensa que el pueblo retornará a la normalidad orteguista. Es decir, que retornará a la pasividad política del ciudadano desprovisto de derechos, sin alternativa alguna.

En cambio, a medida que se agrava la crisis crece, bajo la superficie, la polarización del pueblo en su contra.

El momento del diálogo lo define la correlación de fuerzas

Con Ortega como negociador, que no es un hombre político, sino, un conductor palaciego de bandas armadas, se debe negociar, además del mediador, también el garante, porque se negocia con alguien absolutista, feudal, que está por encima de la ley, y que impone como razón legal del Estado su versión subjetiva de la realidad. De modo, que se requiere situarlo en una condición de respeto obligado a los acuerdos. Por ello, el garante debe ser alguien en grado de sancionar a Ortega.

Discutir si esa obligatoriedad es injerencismo o no, es una miserable pérdida de tiempo. Si Ortega aún no está dispuesto a aceptar un mediador y un garante independiente, significa que no han madurado las condiciones para el diálogo, puesto que el momento de un diálogo aceptable, donde cambie por fuerza el comportamiento de Ortega, lo determina una correlación de fuerzas desfavorable para Ortega.

La fortaleza de la Alianza

La fortaleza de la Alianza debería ser estratégica. No consiste, ni mucho menos, en levantarse del diálogo como un niño consentido que negocia con pataletas. Por el contrario, esa es su debilidad, porque la Alianza, creada por los obispos expresamente para el diálogo, pierde razón de ser sin el diálogo. La Alianza no es un partido político combativo, sino, una coalición de personajes que creen representar, sin delegación alguna, a distintos sectores sociales.

La Alianza es un proyecto burocrático, sin legitimidad política. No constituye una alternativa de movilización y de lucha. Sin contacto directo con las masas en lucha, su estructura puramente burocrática es sumamente débil.

En política, la única forma de adquirir fortaleza es conquistando credibilidad en las masas, por capacidad combativa. La estrategia más elemental en política consiste en construir un partido de masas que apunte a fortalecer una alternativa nacional, que la comunidad internacional pueda apoyar, porque esta alternativa se propone derrotar a Ortega.

Levantarse de la mesa de negociación, sin capacidad de movilización directa, apela infantilmente a las sanciones de la comunidad internacional, como el niño que se hace bravucón cuando lleva a su hermano mayor al lado.

Para romper una negociación, con reglas de mediación internacionales, hay que señalar un comportamiento inaceptable de Ortega a los ojos del mundo en el uso de las fuerzas en la sociedad, no en la mesa de negociación, visto que la coordinaría un mediador profesional en grado de llamarle al orden.

La credibilidad es un objetivo político

La Alianza pide al pueblo que le otorgue confianza, y ello implica demandar ceguera y pasividad repugnante. La Alianza debería apuntar a merecer credibilidad por su comportamiento.

Sin embargo, en estas cuatro sesiones del diálogo la Alianza ha perdido totalmente credibilidad por su acuerdo de confidencialidad con Ortega. La negociación ha perdido interés, ha perdido importancia, se ha vuelo fútil, secreta, decepcionante. Ortega, por torpeza, ha decidido convertir el diálogo en otra institución más, sumida a sus caprichos.

La Alianza ni siquiera se percata de los cambios de conciencia en la población, luego de cuatro sesiones insignificantes de un diálogo secreto. Ya nadie espera que el diálogo sirva para algo, luego de ver burladas sus expectativas.

Una cláusula de confidencialidad sobre los acuerdos del pre-diálogo, sólo es posible entre partes que en un contrato se representan a sí mismas. Pero, la Alianza pretende representar al pueblo, y presume que ha recibido un mandato del pueblo. Sin embargo, neciamente acuerda que guardará confidencialidad con Ortega, de no informar al pueblo (que supuestamente es su mandante) lo que no autorice Ortega. La Alianza no está autorizada a firmar con Ortega ningún acuerdo de confidencialidad, porque no negocia en nombre propio, y el pueblo no puede mandatarle que no le informe lo que negocia en nombre de la nación.

El diálogo se ha convertido, así, en una forma de zancudismo, de espaldas al pueblo, ya que Ortega le ha impuesto a la Alianza un comportamiento orteguista. La Alianza se ha situado también por encima de la sociedad.

¿Qué ha cedido la Alianza a Ortega?

Hasta ahora ha cedido:

  1. Que, en lugar de un mediador, se escoja un testigo y un acompañante (que es un cero a la izquierda).
  2. Que la Conferencia Episcopal, en lugar de mediar la negociación, asista, sólo el cardenal Brenes y el nuncio, como oyentes (apelándoles como testigos y acompañantes, sin función alguna).
  3. Que Ortega se reserve el derecho a vetar a quien le apetezca, entre quienes la contraparte desee delegar.
  4. Que en lugar que el mediador aporte un reglamento de negociación, de acuerdo a estándares internacionales, se improvise, como reglamento, algo que se compagine con el rol dictatorial de Ortega.
  5. Que no se informe al pueblo sobre el diálogo si no cuenta con la aprobación de Ortega.
  6. Que las funciones del garante se definan de modo que no haya tal garantía de cumplimiento de los acuerdos so pena de sanciones. Por lo tanto, no puede ser un organismo internacional que vele por los derechos humanos y políticos.
  7. Que no se aborden las elecciones adelantadas.

De igual forma discrecional, es decir, orteguista, la Alianza decide a dedo quien representa al movimiento campesino en la Alianza, sustrayéndole a este movimiento el derecho elemental de nombrar a sus propios delegados en la negociación. La Alianza trae un vicio burocrático de origen, porque es resultado de una selección a dedo por la Conferencia Episcopal, sin ningún mérito combativo, y sin delegación expresa del pueblo en lucha.

Es fundamental que quien negocie con Ortega sea quien dirige la lucha por los derechos de los ciudadanos, porque su objetivo será vencer al dictador, no convivir con la opresión en una supuesta unidad de contrarios (como proponen neciamente Serrano Caldera y Pérez Baltodano).

Maniobra táctica de Ortega en el pre-diálogo

En el pre-diálogo Ortega maniobra tácticamente para lograr como objetivos centrales:

  1. Romper su aislamiento, desprestigiando a la Alianza por incompetente, y dividiéndola, de modo que prevalezca a su interior el sector más afín al régimen dictatorial, el más propenso históricamente a hallar puntos de coincidencia contrarios a la democracia.
  2. Intenta frenar las sanciones internacionales, introduciendo, con el diálogo, un compás de espera.

Pero, Ortega pierde de vista que con un dialogo sin credibilidad, con una negociación que no sea vista como instrumento de cambio, no llegará a frenar las sanciones internacionales, que es su objetivo principal.

Objetivo prioritario del pre-diálogo

En ese revoltijo, que dice la Alianza que negocian secretamente, hay tres elementos cualitativamente distintos, y que se deben entrelazar en un orden de prioridades:

  1. Naturaleza de los acuerdos
  2. Selección de mediadores, y garantes
  3. Reglamentación del desarrollo del diálogo

Lo fundamental es definir la naturaleza de los acuerdos. Es decir, ¿qué se negocia? En este caso, se negocia la fecha de las elecciones anticipadas y las reformas y las medidas necesarias para que las elecciones tengan credibilidad, y para que se desarrollen con garantías.

Una vez definido el objetivo del diálogo, en torno a las demandas ciudadanas, no en torno a las demandas de Ortega, se debe escoger al mediador (posiblemente a la ONU), para que actúe conforme a normas de mediación estándares.

Objetivos inmediatos de la negociación

El objetivo inmediato sería elecciones adelantadas creíbles, y definir los procedimientos y cambios institucionales a tal fin. Así, a cambio de que Ortega contribuya con tales elecciones adelantadas creíbles, de que frene irreversiblemente la represión y la acción de las turbas y de las bandas paramilitares, de que restablezca los derechos plenos de todos los secuestrados y perseguidos políticos, el pueblo accedería a pedir un alto, condicional, a las sanciones internacionales.

Se trata de trasvasar la presión internacional a la presión movilizadora nacional, para abrirle posibilidades a una alternativa de poder nacional, que dirija la negociación y la lucha contra el orteguismo.

Ingeniero eléctrico

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Fernando Bárcenas

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