27 de septiembre 2022
Un fantasma nuclear recorre Europa, otra vez. La semana pasada, el presidente ruso Vladímir Putin ordenó la movilización de unos 300 000 reservistas y anunció que usará «todos los medios disponibles» para defender a Rusia, a lo que añadió: «no es una fanfarronada». Una veterana figura de la política europea me hizo notar que este coqueteo con el abismo nuclear es una invitación a desempolvar viejos volúmenes sobre la Guerra Fría, como On Thermonuclear War de Herman Kahn.
Es verdad que en medio de la euforia que siguió a las últimas victorias ucranianas en el campo de batalla, algunos comentaristas muestran un cauto optimismo respecto de que Ucrania pueda ganar la guerra en la primera mitad del año entrante. Pero las últimas acciones de Putin hacen pensar que Rusia se está preparando para una larga guerra de desgaste. Además de subir el tono de sus amenazas, Putin también redujo dos importantes asimetrías que habían caracterizado al conflicto hasta ahora. La primera es la divergencia entre la «operación especial» de Rusia y la respuesta unida de toda la sociedad ucraniana. Puede que desplegar 300 000 soldados más no baste para conquistar Kiev o para ocupar Ucrania, pero mantendrá a Rusia en juego.
La otra asimetría es en el nivel del apoyo internacional. Ucrania habría desaparecido del mapa hace muchos meses si no hubiera recibido miles de millones de dólares en equipamiento militar, apoyo de inteligencia y ayuda económica de Europa y Estados Unidos. A Rusia, en cambio, le costó mucho conseguir algún apoyo externo significativo. Pero en la reciente Cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái en Samarcanda, Putin tuvo ocasión de ponerse al día con otros asistentes, como los presidentes de China, Xi Jinping, de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, de Bielorrusia, Aleksandr Lukashenko, y de Irán, Ebrahim Raisi.
El principal aliado de Putin es Xi, que no ha dejado de darle apoyo. Según conversaciones recientes que mantuve con académicos chinos, Beijing ve la situación en Ucrania como una «guerra por intermediarios» en el contexto de su incipiente guerra fría con Estados Unidos. Una enseñanza importante de la Guerra Fría original es que cuando las dos partes en una guerra por intermediarios reciben apoyo suficiente para mantenerse a flote, ninguna de las dos termina venciendo a la otra. Aunque este hecho ha servido a los ucranianos para pedir envíos continuos de armas a Occidente, también puede motivar una ampliación del apoyo práctico que China provee a Rusia (en concreto, camiones y semiconductores).
Si el conflicto se orientara en esa dirección, ya sabemos el resultado. La gente de Corea, Vietnam, Guatemala, Afganistán, Angola y muchos otros lugares puede dar testimonio de los horrores de guerras por intermediarios que se prolongan por años o incluso décadas, bañando en sangre a los países afectados, paralizando sus economías y dejando sin un futuro a las generaciones jóvenes.
Aun así, en lo inmediato Occidente debe mostrar que no se deja acobardar por las amenazas de escalada de Putin. Como han mostrado mis colegas en el European Council on Foreign Relations, Europa puede soportar una guerra prolongada si adopta un plan integral para proveer a Ucrania tres elementos clave: equipamiento militar, garantías de seguridad y apoyo económico.
En relación con el primer pilar, el ECFR ideó un «plan Leopard» para la provisión a Ucrania de vehículos blindados que necesita con urgencia, y bosquejó ideas concretas para ir suministrándole más tecnología occidental conforme su viejo inventario soviético se vaya agotando. Pero además de una planificación y ejecución esmerada, el plan demandará dinero. Dado que el ejército de Ucrania es más grande que la Bundeswehr (mayor fuerza terrestre de la Unión Europea), y que sus brigadas blindadas superan en número a las del Reino Unido, Francia y Alemania combinados, calculamos que proveer los equipos militares necesarios costará unos 100 000 millones de euros (97 000 millones de dólares).
En segundo lugar, para aceptar un acuerdo que ponga fin a la guerra, Ucrania necesitará garantías de seguridad a largo plazo creíbles. En este sentido, mis colegas han elaborado un marco que comprende garantías formales de apoyo, mecanismos de consulta, promesas de suministro y amenazas de sanciones. Este marco se deberá aplicar solamente a los territorios que estén bajo control total de Ucrania, para que la dirigencia ucraniana pueda aceptar un acuerdo sin necesidad de hacer concesiones en relación con territorios que sigan ocupados.
Finalmente, el apoyo económico debe incluir no sólo los costos de la reconstrucción del país y de su preparación para la integración con la UE, sino también las necesidades continuas del estado ucraniano en el día a día. Ahora mismo, los ingresos fiscales sólo cubren el 40% del gasto público, con lo que queda un faltante de financiación por cinco mil millones de dólares mensuales.
El mayor desafío será mantener el apoyo político y la solidaridad de Europa, sobre todo conforme sigan creciendo los costos de una larga guerra. Según algunas de nuestras estimaciones, proveer a Ucrania el apoyo descrito puede costar más de 700 000 millones de euros. Esto supera el monto del plan de recuperación pospandemia de la UE, al que ya se consideró revolucionario siendo para todos los estados miembros. Obtener el mismo nivel de apoyo para un único estado extrabloque demandará una hazaña de liderazgo político heroica.
Además, el invierno traerá consigo un aumento de la factura energética y del costo de alojamiento de los refugiados ucranianos. Ya han caído gobiernos en Italia y Bulgaria, y se percibe un avance de la ultraderecha en el contexto de una nueva oleada populista. La dirigencia europea tendrá que preparar a sus poblaciones para una guerra larga y continuar al mismo tiempo la búsqueda de soluciones. Sin dejar de demostrar su compromiso duradero con la lucha ucraniana, debe estructurar el apoyo en modos que mantengan abierta la puerta a un eventual acuerdo. Uno de los peores escenarios imaginables sería una guerra por intermediarios interminable.
Texto original publicado por Project Syndicate