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Hay que poner fin a la guerra de desgaste en Ucrania

La realidad de la amenaza nuclear implica que ambas partes deben mantener siempre abierta la posibilidad de negociar

Foto: EFE

Jeffrey Sachs

12 de mayo 2022

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Las guerras suelen estallar y prolongarse por los errores de cálculo de ambos lados respecto de su poder relativo. En el caso de Ucrania, Rusia cometió una enorme torpeza al subestimar la determinación de lucha de los ucranianos y la eficacia del armamento provisto por la OTAN. Pero Ucrania y la OTAN también están sobrestimando su capacidad para derrotar a Rusia en el campo de batalla. El resultado es una guerra de desgaste, que ambos lados creen que ganarán, pero en la que ambos perderán. Ucrania debe intensificar la búsqueda de una paz negociada, como la que estaba sobre la mesa a fines de marzo y descartó al aparecer pruebas de atrocidades cometidas por Rusia en Bucha (y tal vez al cambiar la percepción de sus posibilidades militares).

Los términos de paz de fines de marzo pedían la neutralidad de Ucrania, sobre la base de garantías de seguridad y un cronograma para la solución de temas en disputa como la situación de Crimea y el Donbás. Los negociadores rusos y ucranianos, así como los mediadores turcos, habían declarado avances en las negociaciones. Pero las noticias de Bucha llevaron a su fracaso, y el negociador ucraniano afirmó que «la sociedad ucraniana hoy tiene una actitud mucho más negativa respecto de cualquier idea de negociación que implique a la Federación Rusa».

Sin embargo, las razones para negociar siguen siendo urgentes y poderosas. La alternativa no es la victoria de Ucrania sino una devastadora guerra de desgaste. Para llegar a un acuerdo, ambas partes tienen que recalibrar sus expectativas.

Cuando Rusia atacó a Ucrania, era evidente que esperaba una victoria rápida y fácil. Subestimó en gran medida la modernización del ejército ucraniano tras el apoyo y entrenamiento militar que le proveyeron desde 2014 Estados Unidos, el Reino Unido y otros países. También subestimó la capacidad de la tecnología militar de la OTAN para contrarrestar la superioridad numérica rusa. Y el mayor error de Rusia, sin duda, fue dar por sentado que los ucranianos no iban a combatir, o incluso que se pasarían de bando.


Pero ahora Ucrania y sus aliados en Occidente sobrestiman las chances de derrotar a Rusia en el campo de batalla. La idea de que el ejército ruso está a punto de derrumbarse es una fantasía. Rusia tiene capacidad militar para destruir la infraestructura ucraniana (por ejemplo las líneas ferroviarias que ahora son blanco de ataque) y para capturar y retener territorio en la región del Donbás y sobre la costa del Mar Negro. Los ucranianos luchan con determinación, pero es muy improbable que puedan forzar la derrota rusa.

Tampoco pueden hacerlo las sanciones financieras de Occidente, que son mucho menos abarcadoras y eficaces que lo que admiten los gobiernos que las impusieron. Las sanciones de Estados Unidos contra Venezuela, Irán, Corea del Norte y otros países no lograron cambios en la política de esos regímenes, y las aplicadas a Rusia se están quedando muy cortas respecto de las promesas exageradas originales. Excluir a los bancos rusos del sistema internacional de pagos SWIFT no resultó la «opción nuclear» de la que muchos hablaban. Según el Fondo Monetario Internacional, la economía rusa se contraerá un 8,5% en 2022. Es un mal resultado, pero no tiene nada de catastrófico.

Además, las sanciones generan graves consecuencias económicas a Estados Unidos y sobre todo a Europa. La inflación estadounidense alcanzó un máximo en cuarenta años y es probable que se mantenga, por los billones de dólares de liquidez que creó la Reserva Federal estos últimos años. Al mismo tiempo, las economías de Estados Unidos y Europa están en desaceleración (o incluso en contracción), mientras se multiplican interrupciones en las cadenas de suministro.

La posición política interna del presidente de los Estados Unidos Joe Biden es débil, y es probable que se debilite aun más en los próximos meses (y que disminuya el apoyo público a la guerra) al empeorar las dificultades económicas. El conflicto divide al Partido Republicano: la facción de Trump no está muy interesada en un enfrentamiento con Rusia por Ucrania. Por su parte, los demócratas lamentarán cada vez más la estanflación, que puede costarle al partido la mayoría en una de las cámaras del Congreso (o ambas) en la elección intermedia de noviembre.

Las repercusiones económicas adversas de la guerra y del régimen de sanciones también serán tremendas para numerosos países en desarrollo que dependen de la importación de alimentos y energía. Los trastornos económicos en esos países generarán en todo el mundo pedidos urgentes de que se ponga fin a la guerra y al régimen de sanciones.

En tanto, el enorme padecimiento de Ucrania en términos de muertes, trastorno y destrucción no se detiene. El FMI prevé que la economía ucraniana se contraerá un 35% en 2022, como resultado de la brutal destrucción de viviendas, fábricas, instalaciones ferroviarias, equipos de almacenamiento y transporte de energía y otras infraestructuras esenciales.

Lo más peligroso es que hasta que no se ponga fin a la guerra el riesgo de escalada nuclear será real. Si las fuerzas convencionales rusas quedaran realmente al borde de la derrota (como pretende ahora Estados Unidos), puede que Rusia contraataque con armas nucleares tácticas. También podría ocurrir que Estados Unidos o Rusia derriben un avión de la otra parte en una misión sobre el Mar Negro, lo que a su vez llevaría a un enfrentamiento militar directo. Informes que hablan de la presencia de fuerzas encubiertas estadounidenses en el terreno y la revelación de la comunidad de inteligencia estadounidense de que ayudó a Ucrania a matar generales rusos y a hundir el buque insignia ruso en el Mar Negro resaltan el peligro.

La realidad de la amenaza nuclear implica que ambas partes deben mantener siempre abierta la posibilidad de negociar. Es la enseñanza central de la crisis de los misiles cubanos, de la que el próximo octubre se cumplen sesenta años. En aquel momento, el presidente John F. Kennedy salvó al mundo negociando un final para la crisis, en el que Estados Unidos acordó no volver nunca a invadir Cuba y retirar sus misiles de Turquía a cambio de que la Unión Soviética hiciera lo mismo con los que tenía en Cuba. No fue ceder a un chantaje nuclear soviético, fue una decisión prudente de Kennedy que evitó un armagedón.

Todavía es posible lograr una paz en Ucrania según los parámetros que se negociaban a fines de marzo: neutralidad, garantías de seguridad, un marco para la solución de los problemas de Crimea y el Donbás, y la retirada rusa. Sigue siendo la única opción realista y segura para Ucrania, para Rusia y para el mundo. La comunidad internacional apoyará un acuerdo de esa naturaleza; y por su propia supervivencia y bienestar, lo mismo debe hacer Ucrania.


Texto original publicado en Project Syndicate

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