6 de septiembre 2024
Gane quien gane la elección presidencial de noviembre en los Estados Unidos, (la vicepresidenta Kamala Harris o el expresidente Donald Trump), es seguro que el resultado tendrá un profundo impacto sobre el clima político del país. Lo que no está tan claro son las consecuencias económicas, tanto por la falta de interés de Trump en las políticas como por los esfuerzos del equipo de campaña de Harris por desviar la atención del aumento de precios de los alimentos durante la presidencia de Joe Biden.
Hasta ahora, los mercados financieros se han mostrado bastante indiferentes a la elección, tal vez porque los inversores dan por sentado que ni Harris ni Trump conseguirán el control de las dos cámaras del Congreso, lo que limitará su capacidad para aprobar leyes significativas. Las encuestas y los mercados de apuestas predicen una competencia muy pareja, de modo que es razonable suponer que se avecina una parálisis política. Pero ¿será así? En mi opinión, la probabilidad de una amplia victoria de los demócratas está en aumento, y a los inversores les conviene prestar atención.
Desde el momento en que Biden puso fin a su campaña por la reelección y Harris comenzó su notable ascenso, pareciera que los republicanos (o para hablar con más exactitud, Trump) juegan a las damas mientras los demócratas juegan al ajedrez. Al Partido Republicano no le faltan estrategas sagaces, pero acaso el liderazgo del partido ignora sus consejos o le falta disciplina para seguirlos.
En cambio, los demócratas llevan adelante una campaña notablemente disciplinada, que en general tiene a Harris alejada de entrevistas con la prensa y momentos no guionados; la única excepción fue su encuentro del jueves con una muy cooperativa corresponsal de CNN, con la presencia de su compañero de fórmula Tim Walz, listo para darle apoyo. Esta estrategia ha resultado muy eficaz, con una Harris que emana carisma y energía en sus muy estudiados discursos y a la que no le costó salir airosa de su primera entrevista. Trump, después de un decenio de dominar las noticias, se encuentra dejado de lado y le cuesta obtener la atención pública.
Si los demócratas ganan la Casa Blanca, conservan el Senado y recuperan la Cámara de Representantes, Harris podrá aprobar amplias reformas económicas. Eliminando la regla procedimental del Senado que permite la práctica dilatoria del «filibuster» (como los demócratas han prometido en varias ocasiones), el gobierno de Harris podrá imponerse a la oposición republicana incluso con una mayoría muy pequeña. Por supuesto, esta estrategia puede provocar volatilidad a largo plazo, ya que los republicanos podrán hacer lo mismo cuando regresen al poder, pero esto no parece amilanar al liderazgo demócrata.
Como sea, conseguir el control de las ramas ejecutiva y legislativa permitiría a Harris y a los demócratas dar una respuesta aunque sea parcial al déficit de los Estados Unidos (que según se estima alcanzará 1,9 billones de dólares en 2024) y a la creciente deuda a largo plazo, con la aprobación de muy necesarios aumentos de impuestos. Harris ha propuesto subir los impuestos a los ricos y a las corporaciones para generar cinco billones de dólares de recaudación adicional en los próximos diez años. Pero le resultará difícil poner en práctica sus ambiciosos planes progresistas sin aumentar el déficit o incumplir su promesa de no subir impuestos a nadie que gane menos de 400 000 dólares al año. Aunque dice que quiere «dar vuelta la página» en relación con Donald Trump y el último decenio de la política estadounidense, no está muy claro cómo imagina el próximo capítulo.
Por cierto, Trump también ha propuesto un aumento de impuestos, aunque en la forma de un arancel universal del 10% a las importaciones y del 60% para las de procedencia china. En 2023 Estados Unidos importó bienes por más de tres billones de dólares, de modo que esta idea puede generar importantes niveles de recaudación. Hay que señalar que el uso de aranceles es común en países en desarrollo con sistemas tributarios débiles.
Pero a pesar de las afirmaciones de Trump en sentido contrario, los aranceles que propone (por más que técnicamente los sujetos gravados sean empresas extranjeras) llevarán en última instancia a un aumento de precios para los consumidores estadounidenses, que afrontarán la mayor parte de los costos. Además, los otros países tomarán inevitables represalias que encarecerán todavía más los bienes importados.
Ni Trump ni Harris parecen muy interesados en reducir el déficit. El plan económico de Harris incluye varias medidas costosas, por ejemplo restaurar el crédito fiscal por hijo de la administración Biden y ofrecer subsidios para la compra de la primera vivienda. Con los antecedentes de Harris (una demócrata progresista de California), podemos sospechar que su programa de gasto no se detendrá en estas propuestas iniciales.
Trump prometió una rebaja de impuestos universal, y juró que las prestaciones de la seguridad social estarán exentas de impuestos, no sólo en el caso de jubilados de bajos ingresos sino también para los ricos, que pagan un porcentaje más alto y por tanto serían los más beneficiados. No hace falta decir que es una idea imprudente.
El contraste entre ambos candidatos se torna todavía más evidente en lo referido a la Reserva Federal. Harris prometió respetar la independencia de la Fed, aunque es probable que designe funcionarios favorables a mantener tipos de interés bajos, aunque suponga el riesgo de más inflación. Trump, por su parte, insinuó que el presidente debería «tener voz» en las deliberaciones de la Fed (un retroceso a los días previos a la autonomía de los bancos centrales); pero en vista de la tendencia de Trump a monopolizar los debates, habría que ver si alguien más tendrá ocasión de hablar.
En condiciones ideales, ninguno de los lados saldrá de la elección de noviembre con poder para imponer su voluntad. Pero si uno de los partidos termina controlando la Casa Blanca y las dos cámaras del Congreso, es mucho más probable que sea el Partido Demócrata. Cualquier victoria de Harris será mejor para el alma de los Estados Unidos, pero su significado para la economía es mucho más incierto.
*Artículo publicado originalmente por Project Syndicate