5 de agosto 2024
Gane quien gane en las elecciones de noviembre 2024 en Estados Unidos, tiene en el 2025 una agenda global con la que lidiar frente a los autócratas del mundo. Es importante que la política exterior de Estados Unidos asuma un liderazgo para prevenir más daños a la gente en el mundo, y evitar mayores olas migratorias, derrumbes económicos o cambios geopolíticos.
El autoritarismo crónico en estancamiento
Después de la concentración de poder, muchos de los llamados líderes, como en Honduras, están tratando de contener la libertad de sus ciudadanos. Pero una vez que se da la concentración del poder pasan al estado de excepción y represión. Y cuando se monopoliza el poder, la radicalización autoritaria se torna casi irreversible. Y entre más años esté en el poder un dictador, menor el Estado de derecho, mayor la inestabilidad, la migración, y la pobreza. La dictadura de Nicaragua ha dejado a sus ciudadanos sin acceso a educación formal, con la eliminación de sus centros académicos más importantes, con la destrucción casi total de las organizaciones de la sociedad civil, y con el cierre de medios independientes, más la expulsión de más de 800,000 ciudadanos.
Es vital que el mundo democrático ponga un alto al declive democrático. De hecho, este declive está entrando en una etapa de estancamiento, a pesar de que ciertos populismos están tratando de aprovechar sus nuevas cuotas de poder. En los próximos 18 meses ocurrirán elecciones en al menos ocho dictaduras (Argelia, Azerbaiyán, Jordania, Egipto, Bielorrusia, Uganda, Tayikistán y Kirguistán), y en otros países que quieren replicar el modelo autoritario, como Honduras.
Los autócratas aplicarán las mismas medidas de fraude como lo han hecho antes:
- Falsedad en medios oficiales
- Silencio oficial de parte de la autoridad electoral antes y durante el conteo
- Caída del sistema durante el conteo
- Retraso y confusión en el conteo de votos mientras se presenten quejas, impugnaciones, pérdidas de cajas con votos
- Lectura oficial de resultados preliminares pero sin confirmación formal de cuándo habrá reporte final
- Deliberación interna de cómo proceder mientras la comunidad internacional se manifiesta y el pueblo empieza a protestar
- Declaración de la ‘victoria’ del dictador, y plan de contención ante la protesta y la presión externa.
Pero todas estas dictaduras llevan más de 20 años en el poder, y no han logrado nutrir nuevos líderes, con sociedades más impacientes, desgastadas por el maltrato y la mala economía. En todas hay diferentes formas de resistencia cívica que mostrarán ímpetu para retomar el cambio político. La coyuntura para la presión internacional es precisa.
En América Latina y el Caribe, se acercan elecciones en Ecuador, Bolivia y Honduras, donde la polarización política oscurece la unidad democrática, pero hay también movimientos cívicos. Además, en El Salvador y Venezuela el 2025 es un año crucial.
En el primer caso, Nayib Bukele a un año de su segundo Gobierno, no tendrá logros económicos que mostrar y no cuenta con un chivo expiatorio (aunque está montando su ataque a la sociedad civil), y la cohesión social se ha desmoronado frente al autoritarismo del presidente. Es un año en el que la opinión pública salvadoreña expresará crítica sobre la gestión del presidente, en donde la oposición política estará intentando renovar su presencia y confianza popular.
En Venezuela, las elecciones legislativas son el verdadero campo de batalla que iniciará la transición democrática. La expectativa del fraude del 28 de julio era muy alta. Maduro y sus aliados no estaban listos para soltar el poder, y han apuntado al chantaje de la violencia como transacción a cambio de fraude. Sin embargo, el voto popular reflejó que Maduro perdió y el proceso legislativo electoral dará lugar a un movimiento político que fortalecerá a la oposición forzando un aceleramiento de la transición democrática.
Hacia una política exterior proactiva
Estas coyunturas son claves en medio del surgimiento de una nueva administración ejecutiva en Estados Unidos. Es importante que su política exterior alinee al menos cinco pasos que sustituyan el retroceso autocrático por un cambio democrático.
Primero, la denuncia internacional contra estos regímenes tiene que escalarse. Las violaciones a los derechos humanos y la criminalización de la democracia tiene consecuencias mundiales para todas las personas, no solo para los países, pero reducir el autoritarismo es parte del compromiso democrático, y ese mismo compromiso se convierte en arma clave para prevenir guerras: las democracias no van a la guerra. La democracia es buena para todos, la libertad responsable en manos de sus ciudadanos es el modelo con la mejor calidad de vida hoy día.
Segundo, la dependencia económica en materia de ayuda y endeudamiento debe contenerse y cortar de raíz el riesgo moral que sin ayuda el pueblo se muere. La realidad es que los dictadores se aprovechan para sacarle dinero al mundo a como puedan. El endeudamiento es voraz: estas dictaduras captan el 20% del endeudamiento global y el 56% de la ayuda oficial, a pesar de aportar solo el 5% del PIB mundial. Sin embargo, los países no prosperan.
El escrutinio y la realidad de Nicaragua es un ejemplo claro de préstamos internacionales bajo un incumplimiento de las cláusulas contractuales, por lo que es vital someter a estos países a cumplir con sus compromisos, así como congelar futuros desembolsos. Lo mismo se observa con El Salvador, Honduras, y Venezuela. No hay cumplimiento fiel a sus compromisos de endeudamiento.
También es importante que las instituciones financieras internacionales asuman la responsabilidad de velar por la democracia como condición para el endeudamiento, tanto por principio como por procedimiento: es el pueblo soberano el que paga la deuda al fin y al cabo. Organizaciones como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial tienen que ser consistentes con sus propias evaluaciones y no ignorar la presencia de violaciones a los componentes de gobernanza, que incluyen la presencia de Estado de derecho, la ausencia de captura de Estado, como lo hace el FMI en muchos países.
Tercero, en medio de una polarización y populismo exacerbado, la suma de las fuerzas democráticas toma más peso cuando un país asume el riesgo de apoyar procesos democráticos en el resto del mundo. El liderazgo de Estados Unidos tiene que tomar un rol protagónico apuntalando presión política en países que son adversarios directos de este país, lo que incluye a Nicaragua, Cuba y Venezuela, pero también prevenir riesgos de fraudes electorales o radicalizaciones en países como Ecuador, Honduras y Bolivia, y en países que están fuera de la región como Rusia. La amenaza de China y Rusia no es solo en materia económica, sino en el modelo político que quieren exportar al resto del mundo, dando legitimidad a estados autoritarios.
Es por eso por lo que Estados Unidos debe apuntalar más su política exterior hacia la condicionalidad cruzada con socios comerciales que estén en favor de la democracia, y restringir sus relaciones con aquellos países que se alían oportunistamente con China, Irán o Rusia. Debe dar el ejemplo que las sanciones sí funcionan, y que la transgresión a la democracia tiene consecuencias entre quienes violan los derechos humanos.
Cuarto: Estados Unidos debe aumentar su protagonismo político apoyando grupos cívicos democráticos. La experiencia venezolana de las elecciones del 28 de julio de 2024, ha creado un vacío internacional, en el que el rol crítico de Estados Unidos está casi ausente.
Más que una política exterior a través de redes sociales, es vital que Estados Unidos use su liderazgo en la defensa de los demócratas. La verdadera cumbre de las democracias está en la conformación de un movimiento global liderado por el apoyo político y material a los grupos cívicos en estos países, sin temor a la acusación de intervencionismo. La realidad es que la promoción de la democracia es un esfuerzo por restaurar la autodeterminación soberana de los ciudadanos y está codificada internacional y regionalmente, sea por la resolución de Naciones Unidas para la democracia en 1999, o la Carta Democrática en 2001.
La unión hace la fuerza cuando la suma de sus miembros comparte el mismo sentir democrático. Lo mismo aplica a Nicaragua, El Salvador y Honduras, donde sus grupos se encuentran acechados por liderazgos autocráticos que van acumulando el poder para beneficio de pocos.
La comunidad global de democracias empieza con el apoyo al movimiento cívico y la resistencia política que presionan para lograr una transición democrática.