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Hacerse el sueco con el coronavirus: la ignorancia al timón

El modelo Ortega-Murillo: desprecio por la ciencia; la falta de pruebas de diagnóstico y el fracaso del modelo familiar y comunitario

Foto: EFE | Jorge Torres

Jorge A. Huete-Pérez

27 de mayo 2020

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Lo que el Gobierno denomina “Libro blanco ante la pandemia de covid-19” evidencia lo que científicos independientes han venido señalando, que frente a las amenazas de la pandemia las autoridades han oscilado entre la ignorancia grosera y el triunfalismo jactancioso. Como si fuera poco, el informe insinúa descaradamente que, para enfrentar la pandemia, Nicaragua sigue el modelo sueco.

Aparentemente la política oficial del régimen Ortega-Murillo frente a la pandemia de coronavirus ha sido no solo dejar sino también promover que el coronavirus se propague a sus anchas sin importar el número de muertes.

El modelo sueco

Resulta más que absurdo comparar a Nicaragua con Suecia. Ambos países se encuentran diametralmente distantes en cuanto a sus indicadores esenciales de salud. Baste decir que, según datos del Banco Mundial, Nicaragua cuenta con nueve médicos por cada diez mil habitantes mientras Suecia cuenta con 40, más del cuádruple.  El gasto per cápita en salud en Nicaragua es de 192 dólares norteamericanos (incluyendo el aporte del paciente), mientras que en Suecia es de 5905 dólares, más de 30 veces el de Nicaragua. En Suecia la esperanza de vida al nacer es de 83 años, en Nicaragua es de 74 años antes de la debacle de 2018.

Si bien la estrategia de Suecia frente al coronavirus se ha diferenciado del resto de los países europeos, sin imponer un bloqueo total de las actividades económicas, el Gobierno sueco prohibió las aglomeraciones, permitiendo solo reuniones de menos de 50 personas. A pesar de que las escuelas primarias no cerraron, las escuelas de educación secundaria superior (mayores de 16 años) y las universidades pasaron a modalidad de educación en línea. Además, se incentivó que las personas enfermas se quedaran en casa, que la población evitara los bares y restaurantes y que se trabajara desde casa, practicando el distanciamiento físico y social. Ninguna de estas medidas del modelo sueco se impulsaron en Nicaragua.


No es que el modelo sueco para enfrentar el covid-19 haya sido bien valorado tampoco. No se sabe de algún país europeo que trate de imitarlo. Al 25 de mayo Suecia reportó un total de 33 843 casos confirmados y poco más de 4000 fallecimientos por coronavirus, cifras que para un país de alrededor de diez millones de personas no parecieran tan malas, comparadas con las de Italia o España, seriamente afectados por la enfermedad. Pero esos mismos datos resultan excesivos si se comparan con los de sus vecinos nórdicos, Dinamarca, Finlandia y Noruega, con medidas más restrictivas para contener el virus.

Tampoco pareciera conveniente seguir el modelo sueco en Nicaragua porque no ha resultado ni eficaz ni seguro. Aunque la situación aún no sea catastrófica, esa estrategia relajada de Suecia viene siendo cada vez más cuestionada. Un grupo numeroso de científicos suecos han criticado severamente que la estrategia resultó en demasiadas muertes que pudieron evitarse.

Se reprocha que Suecia no haya atendido adecuadamente a la población más en riesgo como la gente de edad muy avanzada, las minorías étnicas y los inmigrantes, lo que expone las limitaciones éticas del enfoque sueco por abandonar a su suerte a los más vulnerables. Esto lo ha reconocido autocríticamente el líder de la estrategia sueca en la lucha contra la propagación del coronavirus, el epidemiólogo Anders Tegnell.

Pero un elemento distintivo que vuelve inaplicable el modelo sueco en Nicaragua es que en Suecia las decisiones de salud no están expuestas a ninguna interferencia política. La Agencia de Salud Pública sueca cuenta con suficiente autoridad para definir las estrategias sanitarias con independencia de la élite política. Las decisiones se toman en consulta con expertos independientes y competentes, lo que refuerza su consistencia y credibilidad. Todo eso es improbable en la Nicaragua de hoy donde ni siquiera hay independencia de poderes y porque desde 2007 se vive un proceso sistemático de degradación de los derechos humanos.

El modelo Ortega-Murillo: desprecio por la ciencia

El desconocimiento de la realidad y el máximo desprecio del conocimiento científico son dos de las principales características del propuesto modelo del Gobierno nicaragüense para el coronavirus.

Desde el principio, las autoridades comenzaron desestimando las amenazas del coronavirus – la estrategia del avestruz – creyendo que al desentenderse del problema no pasaría nada. Negaron las evidencias científicas. En pleno apogeo de la pandemia, un diputado, médico de profesión, alegó públicamente que “mata más la gripe que el coronavirus”, cuando todos los estudios han demostrado que el coronavirus es al menos 20 veces más letal que la gripe.

Los científicos recomiendan el distanciamiento social como una de las medidas cruciales de contención del virus. Se sabe que en buena medida la rápida propagación del coronavirus ocurre por medio de la saliva de personas asintomáticas o con síntomas muy leves. Pero en Nicaragua, desde los ministerios y otras instituciones del Estado se continúa convocando a actividades masivas que conllevan a la aglomeración de personas. Como si fuera poco, se prohibió a los médicos y trabajadores de la Salud usar mascarillas y demás equipos de protección para, según ellos, no alarmar a la población innecesariamente.

Desde concepciones primitivas recurrieron a un pensamiento mágico, según el cual bastaría con invocar a las fuerzas sobrenaturales del bien para combatir la pandemia, una fuerza sobrenatural del mal.  Por ello el comandante Ortega ha concluido, después de una reflexión profunda que le llevó 34 días de encierro, que el coronavirus es una señal de Dios. A renglón seguido, compararía el coronavirus con la tos chifladora de los tiempos de su niñez en los años 40 para arremeter contra la campaña “Quédate en casa” que busca bajar la curva de infección mediante distanciamiento físico.

El cuello de botella: la falta de pruebas de diagnóstico

En su actitud de negación de la realidad el Gobierno ha recurrido a desechar información o bien a fabricarla según les parezca conveniente. Esto ha quedado en evidencia gracias al trabajo del Observatorio Ciudadano que ha venido documentando miles de casos sospechosos, incluyendo centenares de fallecidos, a partir de reportes de las asociaciones médicas y de denuncias de familiares de las víctimas, algo que el Gobierno se niega a reconocer.

La renuencia terca del Gobierno a realizar suficientes pruebas diagnósticas desde las primeras semanas del brote debería considerarse un error garrafal en el abordaje de la pandemia de coronavirus en Nicaragua. En epidemiología los tiempos son cruciales. Cada minuto perdido puede significar la pérdida de cientos de vidas. En ese sentido, las autoridades han dejado al país solo y a oscuras o, como hemos dicho antes, en plena ceguera diagnóstica frente a una realidad asustadora. Impidieron que se conociera el tamaño real del contagio y que se establecieran las medidas correspondientes a tiempo.

El Libro Blanco del Gobierno nicaragüense no explica por qué desestimaron las recomendaciones centrales de la Organización Mundial de la Salud en cuanto a la necesidad de hacer pruebas de diagnóstico, “pruebas, pruebas y más pruebas”, para detectar los brotes de coronavirus en el territorio nacional. Los epidemiólogos han explicado que la manera más directa de detectar la presencia de un patógeno en una población es por medio de exámenes de laboratorio de los casos sospechosos y que la detección oportuna de los casos es fundamental para frenar el avance de las epidemias.

Las pruebas de diagnóstico continuarán siendo una deuda pendiente y el principal cuello de botella mientras dure la pandemia porque si no se conoce dónde están los brotes del virus en los territorios no se puede detener el contagio. Los datos recientes revelados por los medios de comunicación sobre las pruebas realizadas por el laboratorio central del Minsa demuestran que se ha efectuado solo una muestra ínfima de pruebas de coronavirus que, aunque insuficientes, aportan más claridad sobre la omisión de datos importantes, demuestran el secretismo y la falta de transparencia que caracterizan la gestión de las autoridades nacionales.

La alteración de resultados y datos ha conllevado a que no cuadren las cifras del Gobierno en cuanto al número de casos positivos y el de fallecimientos, mostrando en los primeros días de mayo la inverosímil tasa de letalidad de 27%, de las más altas del mundo. Así mismo, debido a sesgos del muestreo y a falta de suficiente rastreo de casos, hasta mediados de mayo los datos del laboratorio central arrojaban una preocupante tasa de contagio del 27%. Para colmo, el 19 de mayo, cuando bajo presión pública el Gobierno finalmente soltó más datos, en tan solo una semana Nicaragua pasó oficialmente de 25 a 279 casos de COVID-19, un incremento de más de 1000%, otro récord mundial en la pandemia.

Nicaragua seguirá a la cola del continente en cuanto a pruebas de coronavirus mientras no se descentralicen las pruebas para incluir muchos más centros de diagnóstico, incluyendo hospitales y laboratorios privados.

Una comparación petulante

Las autoridades suecas han explicado que sus acciones cuentan con respaldo científico y que no son patadas de ciegos. De modo que no les agradará a los suecos verse mencionados en un mismo párrafo con otros Gobiernos que carecen de legitimidad y están acusados internacionalmente de graves delitos y violaciones de derechos humanos.

La comparación con Suecia ya es objeto de burlas y memes. Se ha dicho que podría haber un malentendido. No es que las autoridades nicaragüenses estén siguiendo el modelo sueco, sino que están haciéndose los suecos con el coronavirus, como se dice en Nicaragua cuando se eluden las responsabilidades. La nueva Suecia al norte de la Suiza centroamericana.

Comparar la incompetencia de Nicaragua con el modelo de Suecia no solo resulta petulante sino también incompatible. Si las autoridades buscaban imitar un modelo realista para enfrentar la pandemia debieron revisar la experiencia de Vietnam, que ha sobresalido por su excelente gestión. A la primera noticia de la epidemia, los vietnamitas establecieron rápidamente un conjunto de acciones simples pero rigurosas, logrando limitar el contagio a menos de tres casos por millón de habitantes y cero fallecimientos, una verdadera hazaña para un país pobre. También ha tenido éxito la estrategia de Grecia y de la vecina Costa Rica con importantes avances en terapia que usa plasma de las personas recuperadas de covid-19 como tratamiento efectivo para pacientes graves.

El fracaso del modelo familiar y comunitario

El modelo familiar y comunitario fracasó frente al coronavirus. La mejor estrategia para Nicaragua era frenar a toda costa la propagación del virus, como lo supondría un modelo que se dice enfocado en la prevención, no en la atención hospitalaria, como se ha tenido que hacer ahora con centenares de enfermos al mismo tiempo. El cacareado modelo, que debía enfocarse en la prevención, no pudo implementarse debidamente porque de entrada se enrocaron en su lema de “ningún tipo de cuarentena”. Con ese tipo de cerrazón   eliminaron de un plumazo las acciones más acostumbradas en cualquier epidemia.

La decisión de dejar que el virus entrara y se propagara sin control, implica también que las autoridades debieron proyectar un contagio del 60 o 90 por ciento de la población, necesario para la inmunidad de rebaño. Además, estimar que alrededor del 20% de las personas contagiadas enfermarían de gravedad y que, considerando una letalidad del 2.3%, aproximadamente entre 17 000 y 27 000 personas fallecerían por coronavirus, un sacrifico innecesario y a todas luces inmoral. Quienes impulsaron el modelo Ortega-Murillo seguramente conocían estas proyecciones presentadas reiteradamente por diversos epidemiólogos y debieron preguntarse sobre la moralidad y la legitimidad de sus decisiones que han conllevado a centenares de muertos.

La pandemia ha revelado que en Nicaragua la ciencia y el conocimiento son relegados para imponer los intereses políticos de los gobernantes. Hace mal la vicepresidenta  Murillo cuando insulta a los expertos independientes, con epítetos como “unos cuantos miserables” y “cerebros deformes”.

Aunque en su Libro en Blanco el Gobierno cante victoria sobre el coronavirus y aduzca tener controlada la pandemia, Nicaragua está rumbo a presentar uno de los mayores índices de muertes por coronavirus en Centroamérica, con más de 2500 casos positivos y más de 400 fallecimientos al despegue de la fase comunitaria.  Sin conocimiento y sin ciencia, sin una verdadera estrategia de mitigación de COVID-19, Nicaragua no podrá superar las amenazas de la pandemia.

PhD. Biólogo Molecular

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Jorge A. Huete-Pérez

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