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Ha muerto el asesino de mi tío… (II Parte)

La historia de la Revolución (aún fragmentada) no puede seguir encajonada en bibliotecas que solo visitan los académicos: debe ser un tema de enseñanza

Barrios de Managua. Calles de Managua.

La revolución de 1979 quedó muy lejos de cumplir todo lo prometido. En lugar de ello, generó muchas heridas que nunca fueron cerradas. Los nicaragüenses necesitamos estudiar y recordar nuestra historia para entender los errores del pasado... y no volver a cometerlos. // Foto: Archivo

Natalia Cuadra Dumke

27 de octubre 2024

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A propósito de los muchos lectores que tuvo mi último artículo en CONFIDENCIALHa muerto el asesino de mi tío…” , en gran medida por, según las palabras del periodista y director de este medio, Carlos Fernando Chamorro: “Haber tocado heridas abiertas y temas que siguen teniendo una enorme vigencia” —de ahí que haya recibido varios emails de algunos de esos lectores expresándome agradecimiento porque de cierta manera al contar mi memoria personal sobre el Servicio Militar Patriótico (SMP) impuesto en los años ochenta por el ya fallecido Humberto Ortega Saavedra, ellos sintieron que sus historias también habían sido representadas— me veo en la obligación moral y responsabilidad de la ética periodística, de corregir un error de ese artículo.

En “Ha muerto el asesino de mi tío” incluyo una cita del Dr. Ernesto Medina, exrector de la UNAN-León y de la UAM, hoy desterrado, desnacionalizado y exiliado en España, en donde me dice que, al terminar la guerra, el FSLN nunca se planteó una autocrítica sobre su rol en el enfrentamiento entre hermanos nicaragüenses en el conflicto bélico con la contrarrevolución. Esta información es cierta, pero también no lo es.

Conversando con el Dr. Medina hace unos días para aclarar este punto, él me dijo lo siguiente: En 1990 tuvo lugar, en El Crucero, en Managua, una asamblea del partido. Allí estaba la Dirección Nacional del FSLN (o sea, los nueve comandantes). Fue una asamblea de gran importancia en donde los asistentes (dirigentes como exministros, secretarios políticos, etc.) se ponían de pie para pedir la palabra demandando explicaciones sobre por qué la Revolución perdió la base campesina; qué pasó con la Piñata; querían explicaciones y querían que se discutieran los errores que se cometieron sobre la guerra.

Sobre este tema exigían discutir concretamente el por qué no hubo un diálogo con la contrarrevolución para evitar el derramamiento de sangre entre hermanos nicaragüenses. Sin lugar a duda, este fue un punto demasiado álgido porque después del receso que se tomaron todos, al retornar, el directorio del partido dio por terminada la asamblea argumentando que no estaban preparados para tocar temas tan delicados como la guerra. Luego el Dr. Medina se fue al extranjero a hacer investigaciones y estudios posdoctorales en su campo académico.


Consultando con otras fuentes y libros como “The Sandinista Revolution: A Global Latin American History (2024) del académico y profesor de Historia de la Universidad de Chapman, Mateo Jarquín, pude confirmar que en los meses y años posteriores finalmente hubo debates profundos en congresos y asambleas del FSLN en torno al tema de la guerra en donde se concluyó que lo que tuvimos en Nicaragua en los años ochenta fue una “guerra civil” así como una “guerra de agresión” por parte de Estados Unidos. Así quedó registrado en documentos oficiales del partido.

En 1993, el Dr. Medina regresó a Nicaragua. Al pedirle que me describiera en una palabra al FSLN, él no titubea. Lo describe como “inexistente”; una “caricatura”, me dice. En las calles se encontró con un FSLN patentado por Daniel Ortega quien quería tener al país en una crisis permanente utilizando el tema del 6% de las universidades en formas de huelgas violentas. Toda esa violencia política orquestada por Ortega es lo que, entre otras cosas, causó la división del partido en 1994.

“En ese año, un congreso partidario le dio el voto mayoritario a la corriente que encabezaba Daniel Ortega que, en realidad, nunca aceptó la tesis de la guerra civil, e impuso la narrativa oficial de la retórica antiimperialista hasta el día de hoy”, describe un ex miembro del FSLN participante en el Congreso. Al año siguiente, en 1995 nace el MRS (Movimiento Renovador Sandinista), ahora UNAMOS, fundado por Dora María Téllez, Sergio Ramírez, Luis Carrión, entre otros, quienes rechazaban esos actos de violencia y autoritarismo de Daniel Ortega y su corriente.

En estos tiempos de polarización global (alimentada en parte por redes sociales) en donde sólo leemos lo que refuerza lo que ya creemos y aceptamos como la “única verdad”, creo que hoy más que nunca los que escribimos/hacemos periodismo tenemos una enorme responsabilidad de verificar hechos y rectificar errores. A la oposición nicaragüense, que desde mi punto de vista está a años luz de formar un liderazgo al estilo de María Corina Machado de Venezuela, no les vendría mal leer al sociólogo Richard Sennett quien aconseja en “recobrar la experiencia de la vida pública, el reencuentro directo con personas que no son como nosotros”.

No olvidemos nuestra historia

Sobre este artículo y el anterior he llegado a dos conclusiones principales: en primer lugar, el pueblo nicaragüense no tiene historia ni memoria. Y me temo que esto es deliberado. Y si es cierto que la historia es contada por los vencedores, en Nicaragua no los tenemos. ¿Es que ustedes creen que Daniel Ortega ha sido el gran ganador de todo este “manicomio” como lo llama el politólogo Andrés Pérez Baltodano?

Ese pobre hombre vive secuestrado en un búnker junto a su mujer que pasa el día entero maquinando maldades y comiéndose las uñas. Sólo falta que los dedos se le pongan en carne viva. No me crean a mí. Fíjense bien en su próxima aparición pública. En segundo lugar, un pueblo que no tiene memoria es un pueblo que está condenado a seguir cometiendo los errores de su pasado. Y ya ven dónde estamos.

En todo caso, los únicos que nos atrevemos a contar nuestras historias, que a propósito, sólo es nuestra y por tanto, es nuestro imaginario, ¡de nuestra propiedad!, lo hacemos con los berrinches de las emociones, y eso no le sirve a nadie. El desaparecido IHNCA tenía una importante colección dizque de nuestra historia, pero es una historia incompleta, fragmentada y contada sólo por las voces “autorizadas”.

De ahí que los que nos dedicamos a la vagancia de andar indagando los hechos tenebrosos alrededor de la muerte de un Enrique Schmidt o buscando información sobre las propiedades que se piñatearon Jaime wheelock y el mismo Humberto Ortega, o tratando de recopilar los nombres de los barrios y otros espacios públicos en memoria de los asesinados durante la lucha antisomocista y de los muchachos caídos en combate, andamos reconstruyendo historias, tratando de armar el rompecabezas.

Un pedazo por aquí, otro pedazo por allá. Así andamos los desocupados. Por eso, cuando escribo que mi niñez la viví en un barrio marginal de Managua que más bien parecía un cementerio, sobre todo en la noche, cuando jugaba a las escondidas con mis amigos y nos escondíamos detrás de las decenas de monumentos en memoria de esos muchachos que perdieron sus vidas tan jóvenes en la “guerra civil” o “guerra de agresión” (que más da, Dios mío), no me crean a mí.

Créanles a los historiadores de “mente científica” como dice el Dr. Medina que son los que van a recopilar y escribir nuestra Historia (que por supuesto no comienza con la Revolución) en los años de la transición democrática. La historia sobre la Revolución (aún fragmentada) no puede seguir encajonada en bibliotecas que solo son visitadas por académicos, ni mucho menos puede ser contada con tintes ideológicos en las escuelas como ocurre hoy en día en tiempos de dictadura.

Nos guste o no, la Revolución tiene que ser un tema obligatorio de enseñanza en las escuelas de secundaria cuando llegue la democracia, así como es obligatorio cubrir en países como Canadá, EE. UU y Europa, la Segunda Guerra Mundial.

Lo único que les pido a esos futuros académicos e historiadores es que no se olviden de estos nombres y de los que hacen falta: Barrio Augusto César Sandino (presente). Barrio Bertha Díaz (presente). Barrio Edgar Munguía (presente). Barrio Daniel Chavarría (presente). Barrio Carlos Fonseca (presente). Barrio Camilo Ortega (presente). Barrio Camilo Chamorro (presente). Barrio Edgar Lang (presente). Barrio Enrique Schmidt (presente). Barrio Georgino Andrade (presente). Barrio Germán Pomares (presente). Barrio Jonathan González (presente). Barrio Julio Buitrago (presente). Barrio Manuel Olivares (presente). Barrio Oswaldo Manzanares (presente). Barrio Pablo Úbeda (presente). Barrio René Cisneros (presente). Barrio René Polanco (presente). Barrio Rigoberto López Pérez (presente). Barrio William Díaz (presente). Barrio Oscar Turcios (presente). Barrio Ernesto Castillo (presente). Barrio Gaspar García Laviana (presente). Colonia Miguel Bonilla (presente). Colonia Leonel Rugama (presente). Colonia Cristian Pérez Leiva (presente). Reparto Manuel Fernández (presente). Villa Pedro Joaquín Chamorro (presente). Colegio Gaspar García Laviana (presente). Colegio César Augusto Salinas Pinell (presente). Colegio Eduardo Contreras (presente). Colegio Brenda Cano Torrez (presente). Mercado Roberto Huembes (presente). Mercado Iván Montenegro (presente). Mercado Israel Lewites (presente). Parque Luis Alfonso Velásquez Flores (presente). Hospital Manolo Morales (presente). Hospital La Mascota (por Manuel de Jesús Rivera) (presente).

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Natalia Cuadra Dumke

Natalia Cuadra Dumke

Ha enseñado Español en los departamentos de Lenguas Modernas y Literaturas en varias universidades de Canadá. Colaboradora con la revista alemana Hispanorama.

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