24 de agosto 2024
A lo largo de la historia, las crisis y tragedias inevitablemente llevaron a interpretaciones apocalípticas que buscan imbuir a las catástrofes temporales de significado divino o redentor. Podemos ver esto en las doctrinas de las principales religiones monoteístas, e incluso en las ideologías totalitarias modernas como el comunismo y el nazismo. De uno u otro modo, parece que los humanos estamos inclinados a creer que sin Satanás no hay redentor.
Para entender lo peligroso de esa lógica solo tenemos que mirar a Gaza, donde una tragedia de proporciones bíblicas exacerba por igual las alucinaciones mesiánicas de Israel, Hamás y los evangelistas cristianos norteamericanos.
El primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y sus aliados —los zelotes teofascistas del Partido Sionista Religioso— ven a la guerra de Gaza como la antesala del dominio total sobre la bíblica Tierra de Israel, un territorio definido por la religión, que se extiende desde el río Jordán hasta el Mediterráneo. Para figuras de extrema derecha como Bezalel Smotrich e Itamar Ben-Gvir —líderes del sionismo religioso moderno y miembros del gabinete de Netanyahu— hay que erradicar completamente a los palestinos de allí.
La fantasía apocalíptica sionista consta de tres pasos: dominar el territorio, construir el «Tercer Templo» en Jerusalén y reemplazar a la democracia con el Reino de la Casa de David —según la Biblia hebrea, designado por Dios para gobernar Israel—. Permitir el asalto constitucional del gobierno a la democracia y los derechos humanos en Israel es solo parte del acuerdo que hicieron con Netanyahu al servicio de ese sueño.
Pero para el regreso del mesías hará falta más que una reforma judicial o, incluso, la construcción de asentamientos. Implicará «dolores de parto mesiánicos» —agitación, sufrimiento y dolor— y hasta una batalla apocalíptica profetizada desde hace largo tiempo: la guerra de Gog y Magog, en la que una coalición de enemigos trata de erradicar a Israel, pero solo consigue en cambio preludiar la llegada del mesías. Según algunos zelotes, el ataque de Hamás del 7 de octubre, que desencadenó la actual guerra de Gaza, constituyó el inicio de ese combate.
Esas ideas reflejan una teología política desarrollada en los territorios palestinos ocupados durante seminarios dictados por rabinos que percibían a la «milagrosa» victoria israelí en la guerra de los Seis Días de 1967 como un «momento mesiánico». De hecho, a los fundadores del sionismo religioso —el rabino Abraham Isaac Kook y su hijo, el rabino Zvi Yehuda Kook— les entusiasmaba la idea del conflicto; «Cuando hay una gran guerra en el mundo», escribió el padre, «el poder del mesías despierta», y el hijo se hizo eco: «Cada guerra es una fase de la redención de Israel».
Más allá de recibir a la guerra y la destrucción con los brazos abiertos, esta ideología exculpa de hecho al Estado de Israel de las violaciones de los principios morales universales, ni que hablar del derecho internacional. En 1980, el rabino Israel Hess, defendiendo la erradicación de los palestinos, escribió un artículo titulado «Genocidio: uno de los mandamientos de la Torá», en el que menciona la orden de Dios al rey Saúl de matar a todos los amalecitas. Más recientemente, Smotrich se quejó de que «nadie en el mundo nos permitirá matar de hambre a dos millones de personas, aunque sea legítimo y moral»; para esos zelotes, en vez de las normas y los valores de la humanidad, lo que debe guiar al comportamiento israelí es «la palabra de Dios».
Los judíos mesiánicos tienen a sus contrapartes en Estados Unidos: los evangelistas estadounidenses también entienden que la guerra de Gaza es un catalizador de su plan divino y, lejos de temer el apocalipsis, ansían su llegada con la misma intensidad que los Kook. Cuando Israel participa en una gran guerra, declaró John Hagee, un influyente pastor, «erguid vuestras cabezas y regocijaos», porque «vuestra redención se avecina».
Después de la intercepción del ataque iraní contra Israel con misiles en abril, Hagee declaró: «Proféticamente, estamos al borde de la guerra de Gog y Magog que describió Ezequiel en los capítulos 38 y 39» (según su versión, se trata de la «segunda llegada» de Jesucristo, que vendrá después de que los judíos resulten prácticamente aniquilados; y serán los cristianos y conversos devotos —no los judíos— quienes hereden el reino de Dios en la Tierra). Esto explica por qué Hagee y los Cristianos Unidos por Israel —el mismo grupo que presionó al expresidente estadounidense Donald Trump para que mudara la embajada de su país a Jerusalén— instaron a sus legisladores a permitir que la guerra escale. Los líderes evangelistas en todo EE. UU. han presionado a sus aliados del partido republicano para aumentar el envío de asistencia y armamento a Israel.
Si los evangelistas cristianos se hacen eco de la ideología de los judíos mesiánicos, Hamás la refleja: la «tierra de Palestina», declara el pacto de Hamás de 1988, es un «habiz» islámico (un legado inalienable según la ley islámica) «consagrado para las futuras generaciones musulmanas», que no se puede «dilapidar» y al que no se puede «renunciar». En los «principios y políticas» que publicó en 2017, Hamás reiteró que «rechaza cualquier alternativa a la liberación total y completa de Palestina, del río al mar».
Además, el pacto de Hamás dice: «El día del juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos»; cuando un judío se esconda detrás de «piedras y árboles», prosigue, esas piedras y árboles dirán: «Oh, musulmanes, oh, Abdalá, detrás de mí hay un judío, ven y mátalo». En el documento de 2017, Hamás declara que los «sionistas», no los «judíos», son sus enemigos principales, pero deja tan en claro como siempre su rechazo a las «llamadas soluciones pacíficas».
De todas formas, Hamás no es un grupo yihadista común. Es cierto, el 7 de octubre utilizó el tipo de tácticas brutales asociadas a grupos terroristas como el Estado Islámico (ISIS); pero, a diferencia de ISIS (y Al Qaeda), Hamás es un movimiento puramente nacionalista, sin propósitos mundiales. ISIS llegó incluso a acusar a Hamás de «desacato y apostasía» por centrarse únicamente en la liberación de Palestina, algo que se aleja de la doctrina fundamentalista.
Pero el reciente nombramiento de Yahya Sinwar —principal funcionario de Hamás en Gaza— como director de la oficina política del movimiento equivale a un golpe militar de la línea dura contra el ala política de Hamás fuera de Gaza. Con Sinwar, Hamás ansía la guerra y la autodestrucción, a las que entiende como el único camino hacia la redención... y los fanáticos religiosos israelíes y estadounidenses comparten ese anhelo. A menos que la diplomacia desactive la amenaza de una lucha apocalíptica por la Tierra Santa, es posible que el deseo de los zelotes se haga realidad.
*Este artículo se publicó originalmente en Project Syndicate.