Guillermo Rothschuh Villanueva
5 de septiembre 2021
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El libro es un testimonio muy revelador, expone el talante de cada uno de los demiurgos, sus diferentes personalidades
Un librero bogotano que trabajaba con ediciones raras
“… estas palabras que aparecen ahora como rescatadas de algún
naufragio, y lo hago con la certeza de que serán tan iluminadoras
para algún lector —y acaso para un futuro novelista—
como lo fueron entonces para mí”.
Juan Gabriel Velásquez
Basta incursionar en los primeros momentos de la conversación sostenida en Lima, el 5 y 7 de setiembre de 1967, entre Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, para darnos cuentas que el libro —Dos soledades Un diálogo sobre la novela en América Latina, (Alfaguara, mayo, 2021) recoge una plática cautivante, un ejercicio inusitado. Cien Años de Soledad (1967), empezaba a desplegar sus alas por el continente americano e invadía Europa; 18 contratos de traducción en diferentes lenguas se sucedieron en cascada. Vargas Llosa ya había sido consagrado por la crítica con el Premio Seix-Barral por La ciudad y los perros, 1962, y venía de recibir el prestigioso Rómulo Gallegos por La casa verde (1966). Un raqueteo que Gabo no quería que fuese editado como libro, se salvó del olvido.
El supuesto rechazo de Gabo a que el intercambio de ideas fuese publicado, aparece en la formidable investigación emprendida por Xavi Ayén (Aquellos años del boom García Márquez, Vargas Llosa y todos aquellos amigos que lo cambiaron todo, RBA, Barcelona, 2014). Las citas continuas de Vargas Llosa en el capítulo inicial de García Márquez: Historia de un deicidio, publicado por Barral Editores en 1971, La realidad real, dentro de lo que él llamó La realidad como anécdota, confirma que Gabo estaba enterado de la edición realizada en Lima en 1968, por Carlos Millas Batres/Ediciones-UNI. El peruano utilizó parte de lo expuesto, para citarlo en el primer capítulo de su tesis de doctorado en la Universidad Complutense de Madrid. No hubo abuso alguno de su parte.
Las primeras páginas vienen acompañadas de una breve introducción de Juan Gabriel Vásquez; un trabajo de Luis Rodríguez Pastor, en su condición de testigo presencial del evento y de José Miguel Oviedo, su promotor, en la sede de la Universidad de Ingeniería de la Universidad (UNI), de San Carlos de Lima. La segunda parte está conformada por la mítica entrevista entre los dos portentos, dividida en dos momentos. La tercera está constituida por los testimonios de Abelardo Sánchez León, Abelardo Oquendo, Ricardo González Vigil y Vargas Llosa. La última estuvo consagrada a un par de entrevistas realizadas a Gabo por Alfonso La Torre y Carlos Ortega. Al final trae un álbum con siete fotografías dedicadas a registrar un acontecimiento literario que hizo época.
El libro es un testimonio muy revelador, expone el talante de cada uno de los demiurgos, sus diferentes personalidades. Se muestran totalmente opuestos en su manera de discernir sobre su condición de creadores. García Márquez aferrado a sus creencias, no hace concesiones a Mario. El peruano estaba decidido a situarlo en el terreno teórico. Gabo rehúye ese tratamiento. Vargas Llosa insiste en meterlo por estos callejones. Desea que le explique de manera prolija su arte fabulatorio, pretensión que Gabo no comparte. No hay manera que ceda, continúa moviéndose por el ámbito que más le apetece. Sus respuestas están cargadas de referencias anecdóticas. Contrasta las versiones racionales dadas sobre diversos hechos, con la desbordante imaginación de las personas involucradas en ellas.
Desde un inicio los dos novelistas rubrican sus respectivos estilos y preferencias literarias. Gabo inclinado siempre a filtrar una imaginación delirante, sustentada en el embrujo de la realidad latinoamericana, la cual trasvasa en lenguaje poético en cada una de sus obras, no el balde la poesía fue su primer amor literario. Mario, académico, trasluce su prestancia desgajando un lenguaje con una fuerte tendencia a teorizar, cada vez que las circunstancias lo ameriten. Ambos haciéndose cargo, desde perspectivas diferentes, sobre temas que laceran nuestras sociedades. Gabo mide bien sus pasos, poco dado a las comparecencias públicas, complace al amigo. Mario, por el contrario, suelta un torrente teórico frente al auditorio, similar al que utiliza con sus alumnos en las aulas de clase.
El que captó mejor el instante fue Carlos Ortega, las palabras rotundas de Gabo y su propensión narrativa, las expuso en El Comercio Gráfico, tres días después que se apagaran las luces del proscenio. El domingo 10 de septiembre de 1967, dejaba sentir su voz. Demostró que él era una de las personas mejor enteradas de la obra de García Márquez. “Mientras el público levitaba, enredado y seducido por los hilos mágicos, con que simplemente conversa, su diálogo con Mario Vargas Llosa se alejaba, obstinado, de los áridos límites de la especulación teórica… para adentrarse, infinitamente ameno, en el alucinante mundo de este hombre que es un narrador hasta cuando respira; desde su epidermis hasta la médula de los huesos”. Ese era el propósito de Gabo y lo cumplió tal como muchos esperaban que lo hiciera.
Con respuestas llenas de ingenio y ligeras incursiones por su mundo narrativo, Gabo sabe ameno y gustoso. Tiene una forma muy particular de aludir su condición de escritor. Permanece distante de toda expresión conceptual. Cree que la literatura, especialmente la novela, tiene una función subversiva. Algo idéntico venía de decir Vargas Llosa. Al ofrecer su discurso de agradecimiento por el Premio Rómulo Gallegos, en Caracas. Su intervención estuvo cargada de nitroglicerina. “La literatura es fuego”, denominó a su ponencia. Deslizándose por las mismas aguas, Gabo clama que la buena literatura tiende a destruir lo establecido, a todo lo impuesto. Está persuadido que la literatura contribuye a crear mejores condiciones de vida. Algo en lo que ambos están absolutamente acuerdo.
Con galanura propia de su estirpe, Vargas Llosa mete la cuña, pretende que Gabo aclare que no se trata de literatura panfletaria, alabada y acogida por los dogmáticos. Para solaz del auditorio, el colombiano suelta su tesis: “Yo creo que si esto está previsto, que si es deliberada la fuerza, la función subversiva del libro que se está escribiendo, desde ese momento ya el libro es malo”. El escritor debe permanecer en contradicción permanente con la sociedad. Escribe como una forma de resolver el conflicto personal que tiene con su medio. Cuando yo me siento a escribir un libro, es porque me interesa contar una buena historia, añade el portento. Esta será para siempre una posición innegociable de su arte creativo. En sus crónicas sobre el socialismo real, desechó toda actitud panfletaria. Jamás lo hizo.
Vargas Llosa vuelve sobre un tema que le obsesiona, una especie de mantra al que vuelve una y otra vez. Insiste que el factor racional no es preponderante en la creación literaria. Él suele decir que hay que dejarse llevar por los demonios. Gabo vuelve a recordarles que en todas sus historias parte de experiencias personales. A él no le interesa indagar sobre el lado consciente de las cosas, pierden su encanto. Cuando un crítico colombiano dejó sentado que las mujeres representaban en sus obras la seguridad, el sentido común, son las que mantienen la casa, mientras los hombres andan involucrados en todo tipo de aventuras, revisó sus libros para darse cuenta que era cierto. La lectura de su coterráneo le hizo daño. Escribía Cien años de Soledad, acuérdense de los prodigios de Úrsula.
Otro aspecto crucial de estas confesiones, viene envuelta en letras memorables sobre papel maché. Al indagar si Gabo era un escritor realista o un escritor fantástico, este se define como escritor realista. En América Latina todo es posible, estamos frente a una realidad inconmensurable. El problema que confrontan los escritores es de naturaleza técnica. Tienen dificultades de trasladar al texto acontecimientos reales. “Vivimos rodeados de cosas extraordinarias y fantásticas y los escritores insisten en contarnos unas realidades inmediatas sin ninguna importancia”. Cree que hay que trabajar en la investigación del lenguaje y en las formas técnicas del relato, con la intención que toda esa realidad alucinatoria, forme parte de los libros y de la literatura latinoamericana.
Al no ponerse de acuerdo sobre el lugar que corresponde a Jorge Luis Borges, se trenzan en una discusión iluminadora. Gabo y Mario coinciden que una literatura evasiva es una literatura menos importante que aquella que parte de la realidad concreta. Gabo aclara que Borges es un escritor al que lee todas las noches y que resulta necesario para la exploración del lenguaje, concluyendo que es un escritor que detesta. Vargas Llosa aduce si no cree que Borges de alguna manera muestra en sus obras la irrealidad argentina. Esa irrealidad también es una dimensión, un nivel de esa realidad total que es del dominio de la literatura, enfatiza Vargas Llosa. La respuesta es contundente. La irrealidad latinoamericana en Borges, también es falsa. Dista leguas luz de su arte creativo.
Para que no quede duda del sortilegio que encierra esta realidad, narra las acrobacias de Maximiliano Hernández Martínez, presidente salvadoreño, quien creyó haber inventado un péndulo para saber si los alimentos estaban envenenados. Para paliar una epidemia de viruelas, el teósofo salvadoreño, ante la falta de respuesta del ministro de Salud, creyó haber encontrado la solución: tapar con papel rojo todo el alumbrado público del país. Estoy seguro que los peruanos estuvieron plenamente de acuerdo con la tesis de Gabo. El Perú sigue siendo un país mágico. Con casi un 20 % de población indígena, mantienen su tradición. Pócimas y rezos en distintas lenguas, constituyen el camino de la salvación del cuerpo y alma. Siguiendo a Ernesto Sábato, pienso que el mundo es mágico.
El epígrafe lo planté de manera deliberada, Juan Gabriel Vázquez, especie de prologuista, afirma que esta conversación que pareciera rescatada del naufragio, le fue útil en sus inicios de escritor. Nos cuenta el cuento que pudo leerla siendo un veinteañero en búsqueda de libros que le marcarán un rumbo. Un librero bogotano que trabajaba con ediciones raras, fue el primero en darle la buena nueva de la conversación de Gabo y Mario. Dice que la obtuvo mimeografiada y se dispuso a leerla bajo la convicción que encontraría pistas que contribuyeran a realizar su grandísimo sueño de escritor. Un cuarto de siglo después, siente satisfacción al presentar estas palabras recuperadas, bajo la creencia que podrían resultar útiles a noveles escritores. Sabe demasiado truculento.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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