Guillermo Rothschuh Villanueva
21 de mayo 2023
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Después de haber leído dos trabajos de En agosto nos vemos, quedamos claros que se trata del estilo inconfundible de Gabo
Gabriel García Márquez regresa con En agosto nos vemos, una novela póstuma. Foto: Confidencial | Cortesía.
“Volvió a la isla el viernes 16 de agosto en el transbordador de las dos de la tarde.
Llevaba una camisa de cuadros escoceses, pantalones de vaquero, zapatos sencillos de tacón
bajo y sin medias, una sombrilla de raso y, como único equipaje, un maletín de playa”.
En agosto nos vemos
I
Era inevitable que el anuncio de la publicación de una obra póstuma de Gabriel García Márquez, se esparciera por el mundo como reguero de pólvora. Nadie esperaba semejante sorpresa. La ola de conjeturas sobre la decisión tomada por sus dos hijos —Rodrigo y Gonzalo García Barcha— pica y se extiende. Imposible que no provocara reacciones encontradas. Toda noticia alrededor del colombiano universal encontrará eco. Especialmente tratándose de algo vinculado íntimamente con su celebrada producción literaria. Cuando todos creíamos que ya nada quedaba por leerse de Gabo, en un momento crucial, en abril de 2024 cumplirá diez años de haber entrado a la posteridad, salta la novedad que había dejado una novela inconclusa. Con el añadido que sus herederos convinieron en publicarla para solaz de sus millones de lectores.
Una información de este calibre tenía que impactar en el ánimo de editores, libreros y lectores. Las valoraciones iniciales —ya tendremos ocasión de conocer los juicios que surgirán una vez publicada— son de distinto calado. Los más entusiastas dan la bienvenida, aduciendo que se trata de una determinación soberana de sus hijos. Los entendidos dividen sus apreciaciones. Unos dan su beneplácito sin objeciones. Otros exponen sus puntos de vista, en dos direcciones. Acogen la aparición esperando que contribuya a un mejor conocimiento de la obra del premio Nobel de Literatura 1982. Insisten que la decisión está relaciona con el interés pecuniario de sus hijos. Creen que podría tratarse de una cuestión de pesos y centavos. Sostienen que los custodios de su vasta producción literaria, desean echarse al bolsillo, una millonada de plata.
Todavía no sabemos qué piensan autores de renombre, esos que tienen puesto un pie en el panteón de los ilustres. ¿Será que están a la espera de leerla de punta a punta, para luego verter sus reflexiones? Algunos entendidos en la obra de Gabo, adelantaron cómo sabe a su paladar la puesta en escena de los hermanos García Barcha. Los hijos del portento expresaron que habiéndola leída una y otra vez y transcurridos diez años, “descubrimos que el texto tenía muchísimos y disfrutables méritos y nada que impida gozar de los más sobresaliente de la obra de Gabo: su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y sus desventuras, sobre todo en el amor, posiblemente el tema principal de toda su obra.” Una ponderación que indudablemente todos compartimos, más allá de las dudas suscitadas.
Winston Manrique Sabogal, salió en búsqueda de especialistas en la producción literaria de Gabo. En su reportaje para la revista WMagazín, bajo su dirección, creyó oportuno apoyarse en Conrado Zuluaga, experto garciamarquiano. Este pensó encontrar la respuesta en un episodio de Cien años de soledad (1967). El coronel Aureliano Buendía, después de firmar el armisticio, pide a Santa Sofía de la Piedad, le haga el favor de quemar el baúl que contiene los versos arrebatados escritos durante las pausas de la guerra. Sumisa, ese día se negó. Al coronel Buendía no le quedó otra opción que asumir él mismo el encargo. Zuluaga cree que existe una especie de amor propio, al solicitar a los demás, destruir lo creado por nosotros, a sabiendas que no lo harán. García Márquez, al no destruirla, dejó abiertas las puertas a la posibilidad de su publicación.
Se sabía que Gabo venía trabajando algo parecido a una novela. En dos ocasiones leyó parte de su contenido. La primera vez en Casa de América en Madrid, (1999). Cuatro años después, El País de España, publicó La noche del eclipse, un pasaje de En agosto nos vemos, como tituló a una novela todavía sujeta a cambios y modificaciones. Debemos elogiar la propensión de Gabo por reescribir, una y otra vez, las obras que estaba condimentando. Él mismo se encargaba de contar la historia de la escritura de sus novelas y cuentos. Especialmente habló de los muchos años que tuvo que esperar, para escribir Cien años de soledad y Crónica de una muerte anunciada, para citar únicamente dos de sus obras más prestigiosas. Tampoco tuvo empacho en relatar el número de veces que reescribió Noticia de un secuestro, (1996). No cejaba en su escritura hasta saberlas acabadas.
II
No hubiera ocurrido ningún alboroto, si hubiese dejado En agosto nos vemos, totalmente concluida. No fue así. Dedicó ese tiempo para escribir Vivir para contarla (2002) y su canto de cisne: Memoria de mis putas tristes, (2004). Cómo sería mi desconcierto, que me sentí obligado a reclamarle por no haber concluido sus memorias. No tenía ni la más remota idea que en el camino se le había atravesado el alzhéimer. Una peste que maldijo cuando empezó a sentir sus estragos. En Una despedida: Gabo y Mercedes (2021), tributo filial rendido por Rodrigo a sus padres, nos cuenta adolorido, los gritos infernales de García Márquez, al enterarse que estaba perdiendo la memoria. Su principal herramienta de trabajo. Era consciente que su ciclo de escritor estaba cerrándose y se negaba a aceptarlo. Ya no tendría tiempo de pulir las obras comenzadas. Una tragedia sobre la tragedia.
Como ocurre siempre que herederos y albaceas publican una obra inclusa, las sospechas saltan de inmediato. El primer argumento utilizado es casi inobjetable. Algún motivo debió existir para que el autor no se atreviera a publicarla. Mucho menos que diera el visto bueno para hacerlo después. Criterio que debería ser tomado seriamente por las personas que dejó en resguardo de su producción literaria. Nadie mejor que el propio escritor para juzgar la pertinencia de sus creaciones. Mientras aflora la insatisfacción, los escritores continúan trabajándolas con apremio artesanal, hasta que sienten llegado el momento de darles punto final. Un trabajo arduo y delicado. Entonces y no antes, pueden salir a luz. Críticos y lectores serán los encargados del veredicto final. Como auténticos jueces, se encargarán de valorar sus virtudes o defectos. Quedamos a su espera.
Cuando un escritor alcanza las alturas, las editoriales se babean. Se muestran ansiosas por publicar cualquier engendro salido de su inspiración. En el caso del colombiano, la urgencia es mayor. El sociólogo francés, Frédéric Martel, en Cultura Maistream (2011), narra cómo grandes grupos empresariales se ponen de acuerdo, para hacer sus lanzamientos en diferentes países y en un mismo día. Esto convinieron Random House y Editorial Diana, para que En agosto nos vemos, salga a circulación en abril de 2024. Para ese mes estará a nuestra disposición en distintas partes e idiomas. Una modalidad practicada cada vez que publicaban un libro de Gabo. Tenían demanda cautiva. Deseaban ponerse a salvo de la piratería. Algo imposible en la era tecnológica. Lectores y cinéfilos siempre encuentran formas de burlar las trabas puestas en el camino.
Libreros entrevistados por Winston Manrique Sabogal, de manera casi unánime, afirman que la publicación de En agosto nos vemos, constituye una oportunidad económica para los hijos de García Márquez. Paco Gómez Nadal, de Santander, España, dueño de la librería La vorágine, ofreció una respuesta audaz. Está persuadido que las publicaciones inacabadas de obras póstumas, tienen el propósito de responder “más a una necesidad voraz del mercado editorial de ‘estirar’ el efecto vendedor de los grandes nombres de la literatura, de los que más gancho tienen.” Tesis que comparto y comulgo. Yolanda Auza Gómez, de Casa librería Wilborada, de Bogotá, afirmó que debería quedar en manos de los lectores decidir si valió o no la pena su publicación. Igual que los otros consultados, sugiere los réditos que podría generar “para sus herederos y editores.” Difícil de eludir esta clase de juicios.
Después de haber leído dos trabajos de En agosto nos vemos, (el otro fue publicado por La Vanguardia), quedamos claros que se trata del estilo inconfundible de Gabo. Tienen la impronta de su genialidad. La meticulosidad por el detalle, una atmósfera envolvente, giros imprevistos y un final de antología, una especie de juego macabro, son marcas que Gabo imprimía sus relatos. Me extasié en su lectura. Coincido con Gustavo Arango. En el trabajo publicado en el periódico eldiario.es hace una afirmación categórica. La comparto plenamente: “Esta novela, la única suya donde el personaje principal es una mujer, representa un final mucho más digno para el conjunto de su obra.” En lo que disentiré hasta el final de mis días, es que hayan vendido a Netflix los derechos de Cien años de soledad. Un grave antecedente. Gabo se opuso varias veces públicamente de llevarla a la pantalla.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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