Guillermo Rothschuh Villanueva
7 de mayo 2017
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La obra de Gabo no puede ser escindida, constituye un todo indivisible, los intercambios y trasvases de temas y personajes son recurrentes
En la medida que pasa el tiempo
Mis relecturas de Gabriel García Márquez —sus novelas y obra periodística— me produjeron nuevos encantamientos y confirman su condición de adelantado. La celebración este año de los cincuenta de Cien Años de Soledad (1967), me invita a sumergirme de nuevo sobre esa mar profunda de aguas cristalinas. Mientras tanto, el repaso gustoso sus crónicas, reportajes y notas de prensa, me llevaron a ratificar la manera escrupulosa que cronometra el tiempo. Primero fueron las Notas de Prensa 1960-1984, después nadé con El relato de un náufrago (1970), me entretuve un rato con Noticias de un secuestro (1996), comprobé sus cualidades de reportero asomándome a Vivir para contarla (2002), no obstante que nos dejó esperando la segunda parte; me extasié con Crónica de una muerte anunciada (1981), culminé mi hartazgo, metido de cabeza, repasando Cuando era feliz e indocumentado (1958). Mis relecturas han sido fortuitas. El orden que las estoy haciendo me las dicta mi regalada gana, derecho que me asiste, según acredita Daniel Pennac, en su calidad de defensor oficioso de los lectores.
En la medida que me interno en este mundo mágico, voy corrigiendo algunas afirmaciones sobre su condición de cronista. No hay tales que fuese hijo de Gay Talase, primo hermano tal vez, como tampoco recibió la influencia de Rodolfo Walsh, lo cual quiere decir que la grandeza de García Márquez —obsesivo-compulsivo con el manejo del tiempo— es una conquista propia y al menos no proviene de estos dos grandes cronistas. Los críticos se pierden en discusiones interminables tratando de averiguar en qué momento Gabo empezó a ser dueño su estilo. Las principales incursiones han sido en sus primeras creaciones literarias. Unos creen que el inicio fue con Isabel viendo llover en Macondo (1955), la mayoría piensa que con El coronel no tiene quien le escriba (1961) y algunos la ubican en Los funerales de la Mama Grande (1962). Estas apreciaciones siendo válidas, se deben a que pocos fijan la mirada en su obra periodística. El infortunio se salva evocando a su maestro, Ernest Hemingway, de quien como alumno aventajado, siguió el ejemplo de escritor y periodista.
¿Cuánto debe García Márquez cronista a su condición de reportero? Más de lo que imaginan. No hay por donde extraviarse, él mismo lo confiesa. Uno de sus grandes méritos fue meterse a bucear en los recovecos de los acontecimientos, interpelando hasta la saciedad a sus protagonistas. El relato de un náufrago es el resultado de veinte sesiones de seis horas diarias de trabajo. Durante ese tiempo se pasó entrevistando a Alejandro Velasco. Lo sometió a un interrogatorio despiadado. No deseaba dejar cabos sueltos. Dueño de la hipérbole, tradujo sus largas horas de desvelo en un relato que presta a la crónica muchos de sus recursos. ¿Será, cómo yo pienso, que antes había pasado por sus ojos El viejo y el mar (1953)? La aparición puntual de los tiburones a las cinco de la tarde —sitiando a Velasco— me hace evocar la escena, donde el viejo Santiago enfrenta a los tiburones, en una lucha desesperada por ganar la partida. Como en los viejos folletines, los reportajes aparecieron una tras otro durante 1955, disparando las ventas de El Espectador de Bogotá. Su bautizo de fuego lo catapultó.
La obra de Gabo no puede ser escindida, constituye un todo indivisible, los intercambios y trasvases de temas y personajes son recurrentes, lujos de un creador que alterna las dos manos con idéntica maestría. ¿Primero fueron personas y hasta después personajes o fue a la inversa? Una manera de verificar los vasos comunicantes que atan todo su universo creativo, son sus Doce cuentos peregrinos (1992) y la novela Del amor y otros demonios (1994). Antes de ser lo que son, habían sido crónicas y notas de prensa. El prestigitador los rehízo a su antojo. En Gabo ocurre un fenómeno parecido a lo acontecido con nuestro bardo mayor, don Rubén Darío. En su Autobiografía (1915), el más universal de los nicaragüenses, reconoce la influencia fructífera de sus crónicas, en la depuración de su estilo. Darío fundacional. Solo tuvieron que pasar dos años para que García Márquez continuara su prodigioso ascenso hacia la consagración definitiva. El aterrizaje en Venezuela, atendiendo invitación de su compadre Plinio Apuleyo Mendoza, fue el paso decisivo para depurar su forma de escribir.
Los trabajos que publicó en la prensa venezolana —entre 1957 y 1958— bastan para entender lo mucho que Gabo escritor, debe al ejercicio del periodismo. Jamás dejó de serlo. Ambidextro, alternó ambos oficios y sobresalió en los dos, como novelista y periodista consagrado. Tom Wolfe destaca en El nuevo periodismo (Anagrama, 1973), los préstamos que hacen los bendecidos —Talase, Capote, Mailer, Wolfe— a la creación literaria y los aportes que estos regresan, con sus crónicas, a la literatura. Wolfe exalta las deudas mutuas entre periodismo y literatura. En el momento que el autor de La hoguera de las vanidades (1987), formuló sus observaciones, García Márquez ya había sacado buen trecho a los estadounidenses. Los recursos estilísticos apuntados por Wolfe, están presentes en casi todas las crónicas aparecidas en los años cincuenta. Me atengo a dos trabajos que luego vinieron a formar parte del libro Cuando era feliz e indocumentado. Sirven para probar mis aseveraciones. El primero se llama El año más famoso del mundo y el otro aparece bajo el nombre Solo 12 horas para salvarlo.
Ambas crónicas constituyen prueba irrefutable del rigor y obsesión que siente Gabo por el manejo del tiempo. Grandes autores han disfrutado haciendo lo mismo. El dominio de tiempo y espacio, marcan el camino de su grandeza. James Joyce sigue siendo reconocido como el primero en embrujar con este tipo de recursos. Ulises (1922), cegó por su audacia. 24 horas dieron para dos tomos. Dublín resplandece desde entonces. Al haber metido teatro, música, poesía y todo cuanto se le antojara en esta obra, los agoreros prescribieron la muerte de la novela. ¡Qué va! ¡Fue su despegue hacia otros mares y otros cielos! El nicaragüense Sergio Ramírez decide celebrar su arribo al mundo, para hacerlo narra —con ese humor suyo— las peripecias de su familia, 24 horas antes de su nacimiento. Un baile de máscaras (1995), significó su regreso definitivo a la literatura. Irrumpe su canto con un repaso de lo ocurrido el día anterior al 5 de agosto de 1942. Son 24 horas salpicadas de alegría y sinsabores. Por atreverse a poner nombres y apellidos, algunas familias masatepinas reaccionaron enojadas.
Gabo escoge 1957 como El año más famoso del mundo, el festín resulta placentero. Por esta crónica desfilan hombres de Estado, vedettes, modistos, actores y actrices, políticos, cantantes, revolucionarios, dictadores, viajeros, exploradores, astronautas, profesores universitarios, médicos, científicos, policías, sabios y malandrines. Estupendo viaje. Nada queda fuera de su mirada, todos merecen entrar en su recuento histórico. Pone de revés las interioridades de los acontecimientos que hicieron de 1957, un año especial en su calendario de escribidor. Para remontar las alturas, en ejercicio infatigable, Gabo se metió a escudriñar revistas y periódicos, en aquel momento no había computadoras que abreviaran el tiempo de la investigación. 1957 fue el año del Sputnik, la aparición de la fiebre asiática, la muerte de Humphrey Bogart y Pedro Infante, la prohibición por parte de Batista del rock’n roll en Cuba, la caída de Gromyko, la visita de Nixon a África, la muerte de Christian Dior, la aparición de Kruschev como estrella de TV y la salida de Sir Anthony Eden de la política.
Encabalga lo hechos de manera armoniosa, la galanura de su prosa —poética siempre, aunque lo le guste a Octavio Paz— y la manera como resuelve los entuertos, provocan fascinación. El año más famoso del mundo fue sometido a un repaso escrupuloso. La alegría que produce su lectura resulta contagiosa. García Márquez deseaba puntualizar su grandeza. ¿Cuál? ¿La suya o la de ese año? ¡Las dos! Los meses viajan raudos, mientras que yo lector, deseo que nunca termine. Esta crónica lo ubica en la cúspide del nuevo periodismo. No le basta. Tahúr curtido, sube la apuesta. Desea hacer magia. Vuelve sobre sus pasos. Se entera que un niño ha sido mordido por un perro rabioso. Indaga los pormenores, las vicisitudes y sufrimientos de los familiares de Roberto, de apenas 18 meses de edad. A partir de las 6 de la mañana del 1 de marzo, acompaña a la familia atribulada. Un sábado más para la mayoría de la gente de Caracas. La familia Guillén, dueña del perro infectado, inicia desesperada el recorrido, para saber el nombre de la criatura víctima de la tarascada infernal.
Obsesivo-compulsivo, marca los minutos a cada instante, los avances y retrocesos obedecen a que la vacuna anti-rábica carece de eficacia, ya había transcurrido una semana desde que Roberto Roverón había sido mordido. Los contratiempos vienen y van. El dramatismo impreso es enorme. El tiempo discurre a un ritmo deseable, solo de esta manera puede generar suspenso. Los centros de salud y las farmacias venezolanas no disponen de 3,000 unidades de Iperimune, un suero anti-rábico fabricado en Estados Unidos. Algunos médicos no lo conocían, pese haber aparecido en los catálogos desde 1947, señala el portento. La cura estaba a 5,000 kilómetros de distancia. A partir de ese instante, Gabo acorta el recuento del tiempo. Imprime mayor suspenso a la crónica. Los reveses se suceden mientras la solidaridad crece. En Caracas ha sido desplegado un dispositivo que incluye programas televisivos, envío de cables y llamadas telefónicas. No se olvide que era sábado, deben actuar con la celeridad que viaja la luz. Todo ocurre sin que su madre se percate.
Me pego a su orilla, el resplandor de su escritura me deslumbra. No me importa saber el desenlace. No quiero que el relato termine. Estoy bajo los efectos de su embrujo. Sabe atraparme y ahora yo no quiero desasirme. Espero —como en esas películas a las que nos tiene acostumbrado Hollywood— haya un final feliz. Su prosa me corta la respiración. El ritmo de la lectura la impone la escritura. Sigo avanzando como un endemoniado. Los traspiés siguen sucediéndose. Acelera la velocidad, atemperada por caídas y recaídas. Aparece la luz al final del túnel. ¡Uff! La Iperimune llegará a las 4.50 de la madrugada del domingo. Roberto está a salvo. Este caramelo fue el que me condujo de la mano a releer Noticia de un secuestro y Crónica de una muerte anunciada. ¿Recuerdan cuánto tiempo dura el calvario de Santiago Nasar? Otra historia donde el hechicero hace cabriolas con el tiempo. Me interesaba referirme a Cuando era feliz e indocumentado, a menos de un año de cumplir 50 de haber venido al mundo. Mientras tanto estoy empinándome por enésima vez Cien años de soledad.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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