Guillermo Rothschuh Villanueva
1 de diciembre 2019
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En sus memorias aparecen nombres, personajes y lugares que entran y salen de su largo caminar como escritor.
“Cada lector suyo no solo leía un libro diferente si no
a un autor distinto. Es más aun si el libro era el mismo
cada uno de nosotros estaría leyendo otra novela”.
Julio Ortega.
I. Gabo, Borges y Proust
El peruano Julio Ortega convocó a cuarenta y dos escritores a participar en un Taller de Leer e invitó a los lectores de Gaborio Artes de releer a Gabriel García Márquez (2003), a recorrer el gabinete de versiones ofrecidas y sumarse a la memoria colectiva que lo postula. El pretexto para su iniciativa fue la publicación de Vivir para contarla (2002), bajo el argumento que en sus libros hemos pulsado nuestra identidad de lectores. Las memorias de Gabo constituyen para Ortega “un verdadero taller de lectura: el sánscrito del origen, las cartas y telegramas del amor, el periodismo de la vida cotidiana recomienza en el cuarto iluminado donde siempre es lunes”. Es uno de los primeros en dictaminar que Gabo hizo de su vida una creación de sus novelas. En sus memorias aparecen nombres, personajes y lugares que entran y salen de su largo caminar como escritor.
Al verme la cara con tantos ensayistas y críticos literarios de variadas procedencias, primó el desconcierto. Temía que esa marejada de escritores terminara ahogándome en la diversidad de sus propuestas. La única posibilidad era hacerme un plan de lectura. Ortega puso ante mis ojos el hilo que me permitía meterme a la cueva sin temer a extraviarme. En el braceo desesperado fui descubriendo ciertas constantes, las coincidencias que algunos autores encontraron entre las memorias de García Márquez y el yo insistente de Jorge Luis Borges. Otros más acuciosos formularon cierto paralelismo entre Gabo y Marcel Proust. El hecho que varios escritores hayan coincidido en estas similitudes enaltece y ubican a Gabo como autor de primerísima importancia, como en verdad lo juzga la crítica contemporánea.
El narrador español Juan Francisco Ferré, se metió de cabeza para ofrecernos un ensayo prodigioso: Un viento utópico- Magias parciales y mitos fundacionales en Cien años de soledad. Para Ferré existe una innegable dimensión proustiana en la escritura temporal de Cien años de soledad, a la que convendría aplicar el juicio de Paul de Man sobre el sentido irreparable de la busca del tiempo perdido: “Proust es aquel escritor que sabe que la hora de la verdad, igual que la hora de la muerte, nunca llega a tiempo, puesto que lo que llamamos tiempo es precisamente la incapacidad de la verdad para coincidir consigo misma”. Su afirmación parte de considerar a Macondo como territorio mítico, geográficamente aislado y relativamente emancipado de las servidumbres de la lógica donde el tiempo gira sobre sí mismo en trayectorias irregulares, desprendido de la realidad circundante.
Sobre un eje similar se desplaza la venezolana Violeta Rojo, destaca que Vivir para contarla sigue un esquema proustiano. El olor y los sabores son elementos sustanciales en En busca del tiempo perdido. La cita que introduce para asentar el paralelismo con las memorias de Gabo es muy conocida: “Desde que probé la sopa tuve la sensación de que todo un mundo adormecido despertaba en mi memoria. Sabores que habían sido míos en la niñez y que había perdido desde que me fui del pueblo reaparecían intactos en cada cucharada y me apretaban el corazón”. El día que Luisa Santiago llegó a invitar a su hijo para que le acompañara a vender la casa en Aracataca, fue providencial. “… ese paseo de solo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarla”. El sustrato resulta idéntico en ambos escritores.
La crítica uruguaya Lisa Block de Behar, subraya las analogías entre Gabo y Borges y sus afinidades puesto que frecuentaron autores similares: Cervantes, Faulkner, Quevedo, Conan Doyle, James Joyce, Virginia Woolf, Nathaniel Hawthorne, Herman Melville, etc. Ambos escribieron sus memorias. Borges concentró su intensa vida literaria en un ensayo escueto, dictado o en colaboración y García Márquez lo haría “a través de un copioso libro, de varios cientos de páginas, en donde se confunden en un mismo discurso el acontecimiento de ser, de hacer y decirlo”. Los dos sobreviven gracias a la pasión de prolongar sus vidas en historias. Cuentan para vivir una aspiración común entre quienes ejercen el oficio de cambiar las palabras o de vivir para contarla, con el ánimo de justificar “otras razones de las que la memoria no suele acordarse”.
II. Sus novelas predilectas
Un texto parecido al de Ortega fue incubado por su coterráneo José Miguel Oviedo, con una diferencia sustantiva, todos los ensayos (ocho en total) están concentrados en la trayectoria literaria y política de Mario Vargas Llosa. La obra publicada por Taurus en 2007 —Dossier Vargas Llosa— incluye un trabajo sobre su condición de erotómano (Historia de un libertino), otro a su afición por el teatro (Vargas Llosa, actor) y en otro analiza su participación como crítico político (Vargas Llosa, testigo del mundo). Oviedo no requirió de auxilio para ofrecernos una visión exultante de un novelista que alza vuelo con La ciudad y los perros (1962), y en cuyo discurrir ha convalidado sus grandes dotes creativos. Como costumbra, conmemoró los cincuenta años de Conversación en la catedral (1989), con una obra con idéntico acento. Hombres recios (2019), narra la caída de Árbenz y el ascenso de los dictadores en Guatemala.
El libro de Ortega ofrece versiones y visiones encontradas, afirmaciones, negaciones y sobresaltos acerca de las valoraciones de las obras del portento. La mayoría de sus críticos expresó el impacto que marcaron sus libros en su devenir como escritores. Otros construyeron su relato contando el entusiasmo provocado por la primera lectura de Cien años de soledad. Dasso Zaldívar —su biógrafo— expresa que lo que le cautivó fue lo mismo que exaltaron desde un principio la mayoría de sus lectores. Cien años de soledad ofrece “la captación y comunicación de la más profunda realidad colombiana y latinoamericana”. Muchos los ensayistas divergen a la hora de escoger su obra predilecta de Gabo. Algo legítimo. Todos somos esclavos de nuestras predilecciones. Depende como hemos forjado nuestros gustos y fuimos depurándolos.
El costarricense Carlos Cortés considera Crónica de una muerte anunciada como su mejor libro. Todos los años lo lee. Después de haber concluido su lectura —durante dos horas corrosivas— resurgió de la vigilia para preguntarse: ¿Quién fue? ¿Quién le robó la virginidad a Ángela Vicario y a mi generación la inocencia literaria? El español Germán Sierra afirma que El otoño del patriarca posee tres condiciones que lo vuelven más trascendente que El recurso del método y Yo, el supremo. Primero, es una novela panamericana, no remite a una nación o personaje; segundo, la aplicación de recursos audiovisuales la conecta con los lectores y escritores más jóvenes; y, en tercer lugar, su aproximación a una teoría de la autoridad extremadamente moderna: “el poder del tirano moderno solo existe a causa de y durante su extinción”. Son seres antediluvianos.
Existe un denominador común entre quienes se metieron a enjuiciar Vivir para contarla. El español Fernando R. Lafuente, considera que las memorias de un escritor son sus obras. “Las biografías pueden ser fascinantes, pero sin el misterio de la creación literaria, se convierten en mera agenda”. Coincide con Zaldívar, las memorias son un género de ficción. Lafuente recuerda lo que Gabo dijo en 1998, al dar a conocer el primer capítulo; sus memorias iban a ser “su gran libro de ficción, van a ser al fin la novela que siempre quise escribir y que he estado buscando toda la vida”. Dentro de este mismo territorio se desplaza el argentino Tomás Eloy Martínez. Las memorias “exhalan una alegría que se ha vuelto la sustancia misma del lenguaje de Gabo”. “Lo mejor que puede decirse de Vivir para contarla es que, de todos los libros de García Márquez, es el que más se le parece”.
Sobre la misma ruta transita Violeta Rojo; al interrogarse acerca de la diferencia entre cualquier libro de memorias y Vivir para contarla, concluye que las reglas del juego están claras desde el principio: es un libro ficcional bajo la apariencia de ser autobiográfico. Aunque el autor tiene un nombre, vive su vida y la comparte con su familia, “todas sus peripecias han sido recordadas y vistas a través de ese filtro difuminador de contornos, suavizador de aristas, curador de dolores, idealizador de sentimientos que son el tiempo y la nostalgia”. El hispanista Alberto Moreiras, además de insistir en la influencia de Faulkner en Gabo, replica que “Vivir para contarla es ficción de la ficción”. Asegura que lo que el novelista “cuenta en la autobiografía es lo no biográfico”. Al escribir sus memorias, Gabo se esmera en hacer creernos que sus personajes son de carne y hueso, ¡qué no los inventó!
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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