Guillermo Rothschuh Villanueva
15 de septiembre 2019
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“Espero alegre la salida y
espero no volver jamás”.
Frida Kahlo
Frida y Diego se casaron dos veces, cuando lo hicieron por primera vez en 1929, ella tenía 22 años y él 43. Transcurridos noventa años de su primer matrimonio, el interés por conocer los altibajos de la pareja —sus respectivos amoríos— marcan el derrotero de sus vidas. La unión y la separación amorosa eran una constante más allá del primer divorcio diez años después. Diego lo pidió. Imposible referirse a la una sin aludir al otro. Dos personalidades con diferencias artísticas muy marcadas; dos corazones afines. Una historia llena de infidelidades, incertidumbres, apego y desapego. ¿Una manera singular de amarse? Viviendo juntos conocían el desamor, estando lejos morían de angustia. Nunca pudieron saberse fuera del territorio que habitaba su amor. Dos amores descarriados. Dos corazones sangrantes en búsqueda de la barca perdida.
Frida decidió forjar su propio horizonte. ¿Qué hubiera sido de su vida sin la presencia de Diego? Supo brillar con luz propia, a pesar que Diego la bañaba con su sombra. Sin Diego su destino pudo ser otro. Frida desafió su época y sus circunstancias. Supo del dolor y la alegría. Entendió la vida a su manera. Un volcán en plena erupción. Sus amoríos fueron múltiples, aunque guardó su corazón solo para Diego. La oveja descarriada siempre regresaba a sus brazos. ¿Con qué ojos lo veía? Jamás logró sanar las cicatrices de su corazón herido. Cada regreso únicamente era una pausa refrescante en medio de las tribulaciones permanentes. Las idas y venidas martajaron su corazón a prueba de infortunios. Cada separación una estocada. El distintivo de sus vidas fue no tener paz y sosiego. Se herían como amantes feroces. Una pasión desbordante.
Cuando no era Diego el que alzaba vuelo en busca de nuevos amoríos, era Frida la que se embarcaba en nuevas aventuras. Tina Modoti, la grandiosa, fue quien se encargó de presentarle a Diego. En el ínterin ambas saborearon las delicias del sexo. Mucho antes Frida había transitado por todas las avenidas del amor. Desde su época de estudiante tuvo la osadía de besar por igual a hombres y mujeres. Desafiaba a su gusto las reglas impuestas por la sociedad. Nunca se sintió prisionera ni atada a otro hombre que no fuese Diego. En cada desencuentro se percataba que no podía vivir lejos de las infidelidades del ogro disoluto. Los golpes mellaban su espíritu. Frida se iba para regresar como manso corderito a los costados de Diego. Asomarse a las infidelidades de Diego es como bajar al infierno. Eros reencarnado.
¿Cómo una mujer tan independiente y decidida nunca tuvo valor para dejar plantado a Diego en su propia agonía? La metáfora que sintetiza sus relaciones afectuosas está retratada en el puente colgante que unía la parte de la casa de Diego con la casa de Frida. El arquitecto O’Gorman la diseñó de esa manera a petición de Diego. Vivían juntos, aunque en camas separadas. El puente era el vaso comunicante entre ambos amantes. Si juntos desfallecían, al uno sin la otra les resultaba imposible vivir. El corazón de Frida permanecía atado a Diego. Era su luz y martirio. Siempre les tuvo sin cuidado lo que podían pensar amigos o enemigos sobre sus relaciones tormentosas, en una sociedad altamente machista. Ni la bigamia ni el adulterio formaban parte de su credo. La lealtad privaba sobre las caídas y recaídas de sus frecuentes desenlaces.
En los lienzos Frida encontró la manera de dejar constancia de los dolores que la agobiaban, los provocados por el accidente automovilístico, como los suplicios que padeció por no tener hijos. Su más grande dolor. En cada pincelada acuñaba sus lágrimas. Sus autorretratos son expresión evidente de los sufrimientos que le arrebatan el aire. ¿En dónde fue más intenso el malestar? Su vida fue una persistente oscilación entre Eros y Thanatos. Cuando el dolor físico aflojaba, las dolencias amorosas la aquejaban. Su amor no conoció reposo. Sus sufrimientos nunca nublaron su alegría por la vida. Para que no quedase duda de la intensidad de sus padecimientos, los plasmó en sus autorretratos. Sus cuadros —como hizo ver a André Bretón— no eran una expresión del arte surrealista. Resumían su vida. Enunciaban su dolor congelado.
Con Frida y Diego podemos regresar a los versos del viejo romancero: “Ni contigo ni sin ti, / tienen mis penas remedio. / Contigo porque me matas / y sin ti porque me muero/”. Frida apostó por la autenticidad. Falsificarte no estaba en su breviario. ¿Sabría que cada una de sus declaraciones de amor —muy sentidas, por cierto— tendrían resonancia en el tiempo? Sus cartas son ahora de consumo público, en una época en que la privacidad fue dada de baja. Con avidez arqueológica los estudiosos meten las narices por todos los recovecos donde creen que podrían encontrar o añadir algo nuevo a su alma herida. Solo hay suma. Nunca resta. Nuevos amoríos desconocidos de Frida, alegan jubilosos. Ya nada podrá envilecer su vida. Solo los insulsos viven afanados tratando de ensombrecer la diafanidad de su existencia.
Diego y Frida no podían vivir fuera del entorno de sus querencias. No importaba si los amores de Frida se encarnaban por más de diez años como ocurrió con los desvaríos que tuvo junto al fotógrafo Nickolas Muray. Las confesiones de Diego a Elena Poniatowska sobre su amor por Frida resuelven cualquier ecuación indigerible. “Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. Ella fue la poesía y el genio mismo…Desgraciadamente, no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer”, aduce convencido. El amor en Frida como en Diego no reconocía fronteras. Al casarse por segunda vez el 8 de diciembre de 1940 —prueba de que no podían vivir separados— para evitar nuevas tempestades, convinieron no volver a tener sexo. Su relación afectiva no dependía de estar encamados.
Todos debemos estar claros, que el largo listado de mujeres y hombres, fueron para Frida ungüento pasajero, no enturbiaron jamás su amor por Diego. Esto es así porque Diego fue para Frida, presencia y lejanía, sosiego y tormento, alegría y desilusión, recuerdo y olvido, verdad y engaño, ausencia y compañía, desdicha y felicidad, suyo y de todas, amante y esposo, asfixia y oxígeno, paz y discordia, lujuria, dicha y desventura, proximidad y distancia, sueño y realidad, calma y tempestad, prisión y libertad, vida y muerte. No entiendo porque no quieren darse cuenta que nunca encontró en ninguno de sus tantos amantes, los diferentes atributos que alegraban y entristecían su vida junto a Diego. Déjalos Frida que sigan escudriñando hasta los más oscuros rincones de tu vida. Estás a salvo. Su veneno nunca podrá alcanzarte.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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