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Francia, nueva etapa

Macron representa a los poderosos del sistema, pero una restauración es apenas un respiro en medio de una crisis

El candidato socioliberal a las presidenciales francesas, Emmanuel Macron durante un acto electoral celebrado en París. EFE/Ian Langsdon.

Ignacio Ramonet

4 de mayo 2017

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La primera sorpresa fue... que no hubo sorpresa. Por una vez las encuestadoras no se equivocaron. En el Reino Unido con el Brexit o en Estados Unidos con Donald Trump, los sondeos erraron por completo. En Francia en cambio, con semanas de antelación, las consultoras anunciaron que, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales del 23 de abril pasado, los vencedores serían, en este orden : Emmanuel Macron (‘En Marche !’ En Marcha !) y Marine Le Pen (‘Front National’ Frente Nacional), únicos calificados para pasar a la segunda ronda del domingo 7 de mayo. Y que justo después llegarían, también en este orden : François Fillon (‘Les Républicains’ Los Republicanos), Jean-Luc Mélenchon (‘France Insoumise’ Francia Insumisa) y Benoît Hamon (‘Partido Socialista’). Y acertaron

Semejantes resultados, en un país traumatizado por la crisis social y los atentados jihadistas, constituyen un verdadero seísmo y merecen varios comentarios.

Primero, indican el final de un largo ciclo de la historia política francesa comenzado en 1958 con el general De Gaulle, la adopción de la Constitución actual y la instauración de la Va República. Desde esa época, o sea desde hace casi sesenta años, siempre se había calificado para la segunda vuelta por lo menos uno de los dos grandes partidos franceses : el gaullista (con diferentes apelaciones a lo largo del tiempo, RPR, UDR, UMP, LR) y el socialista. Esta vez, cosa inaudita, ninguno de los dos ha conseguido sobrepasar los obstáculos de la primera ronda. En sí, esto ya es histórico y demuestra, como en otros países, el profundo desgaste de las formaciones políticas tradicionales que dominaban la escena desde la Segunda Guerra Mundial.

De los cuatro candidatos llegados en cabeza en esa primera vuelta, sólo uno, François Fillon, representa a un partido tradicional ; los otros tres encarnan fuerzas alternativas totalmente nuevas (‘En Marcha !’) o sin casi representantes en la Asamblea Nacional (‘Frente Nacional’ y ‘Francia Insumisa’)


La derrota es particularmente espectacular para el Partido Socialista porque esta formación está en el poder desde 2012, y controla los tres principales centros de decisión política: la Presidencia de la República (François Hollande), la Presidencia del Gobierno (Primer Ministro : Bernard Cazeneuve), y la Asamblea Nacional. El candidato socialista, Benoît Hamon – jefecillo de una fracción crítica contra el Presidente Hollande y que se impuso en las primarias frente, entre otros, al ex-Primer Ministro Manuel Valls- condujo una campaña particularmente desastrosa, garrafal y errática.

Con algunas buenas ideas (la Renta Básica Universal) pero con una obsesión histérica antirusa y un arrogante rechazo a establecer alianzas con la gran fuerza de izquierda, la ‘Francia Insumisa’ de Jean-Luc Mélenchon.  Hamon apenas obtuvo 6,36% de los votos, el peor resultado en sesenta años del Partido Socialista. Tanto más calamitoso cuanto que se habían unido a él los ecologistas... Con tan funesto desenlace, Benoît Hamon compromete el porvenir mismo del Partido Socialista que -después del fracaso del impopular Presidente François Hollande- corre ahora el riesgo de estallar en varios pedazos.

Otra enseñanza de los resultados de la primera vuelta concierne el Frente Nacional (FN) de extrema derecha. Este partido viene ganando, últimamente, en primera ronda, casi todas las elecciones en Francia. Pero el sistema francés de dos vueltas obliga a los partidos a pasar alianzas para la segunda ronda. Y el Frente Nacional es un partido huérfano, no tiene casi aliados no puede constituir ninguna coalición importante, con lo cual queda desprovisto de las necesarias reservas de votos para vencer el escollo de la segunda ronda. Así por ejemplo, en las elecciones regionales de diciembre de 2015, el FN fue el partido más votado (27,73%) de Francia en primera vuelta, pero, en la segunda ronda, sin aliados, fue incapaz de conquistar la presidencia de ninguna región.

El pasado 23 de abril, su líder Marine Le Pen no consiguió alzar su partido al primer puesto, quedó segundo con un millón de votos menos que Emmanuel Macron. Ello constituyó una importante decepción para su electorado. Aunque los medios dominantes, para movilizar en favor de Macron, agitan el espectro de una posible victoria del FN el 7 de mayo, es prácticamente imposible que eso ocurra. El riesgo de ver a Marine Le Pen ganar la segunda ronda es absolutamente mínimo en un país en donde, el pasado 23 de abril, el 80% de los electores no votaron por ella. Aunque este partido, al favor de la crisis, ha tratado de reconvertirse disimulando sus rasgos más visibles del neofascismo y adoptando los atributos del populismo de derecha, mantiene su ADN racista, antisemita y xenófobo. Su probable derrota (una más...) lo hará entrar sin duda en una crisis existencial.

Aunque el FN tratará de desquitarse en las elecciones legislativas del 11 y 18 de junio próximo en las que el efecto segunda ronda tendrá menos impacto porque ahora hay cuatro fuerzas (y hasta cinco si contamos el Partido Socialista) que se enfrentan lo cual hace prever, en la segunda vuelta, decenas de enfrentamientos triangulares y hasta cuadrangulares.

A pesar de no haber podido clasificarse para la segunda ronda, el otro vencedor de esas elecciones presidenciales es, sin discusión, Jean-Luc Mélenchon, líder de ‘Francia Insumisa’. En 2012, Mélenchon había obtenido 4 millones de votos (11%). Esta vez alcanzó los 7 millones (19,6%). Se ha quedado a seiscientos mil de votos apenas de la segunda vuelta... Y para la claridad del debate, es una pena. Considerado como « el mejor orador de la política francesa », el dirigente insumiso hizo una campaña inteligente, intensa, brillante e inventiva. Con innovaciones tecnológicas mundiales como la de los hologramas que le permitieron estar ‘presente’ en seis ciudades a la vez... Y desarrolló un programa preciso y claro sobre todos los temas que interesan hoy a una sociedad muy golpeada por el desempleo, la marginación social y la violencia de los atentados djihadistas. Apostó por la ‘transición ecológica’ y supo recoger y expresar la indignación de muchos franceses hartos de la politiquería y que, como en algunos países de América Latina, claman : « ¡Que se vayan todos ! ».

El peso de los electores ‘insumisos’ será decisivo en segunda ronda. Y es también muy probable que esa poderosa fuerza electoral permita a Jean-Luc Mélenchon obtener un importante resultado en la « tercera vuelta » o sea las elecciones legislativas previstas para el 11 y 18 de junio próximo. Como cuarta fuerza política del país, ‘Francia Insumisa’ podría constituir un grupo parlamentario bisagra cuyo rol en la nueva Asamblea pudiera ser determinante.

Última consideración, acerca de Emmanuel Macron (39 años), vencedor del 23 de abril y probable nuevo Presidente de Francia. Con escasa experiencia –fue consejero del Presidente Hollande y efímero ministro de Economía-, tuvo la intuición de que el sistema político tradicional estaba carcomido y amenazaba ruina. Salió del gobierno, abandonó a Hollande y lanzó, ante la incredulidad general, su movimento ‘En Marche !’ (que tiene sus propias iniciales...) cuando parecía que no existía espacio para una nueva fuerza política.

En realidad, el éxito de Macron se debe más a las circunstancias que a sus propios méritos. Porque una serie de acontecimientos imprevistos fueron eliminando a sus principales rivales potenciales. En el seno del Partido Socialista, su competidor más peligroso, Manuel Valls, fue descartado en las primarias. Y el candidato designado, Benoît Hamon, considerado como demasiado a la izquierda y como « traidor » a Hollande, no podía seducir al conjunto de los socialistas, y por consiguiente no era un contrincante nocivo para Macron.

Luego, en la formación de derechas ‘Les Républicains’, el candidato que más sombra podía hacerle, Alain Juppé, perdió. Y el vencedor, François Fillon, fue destruido por los escándalos de corrupción. A todo eso vino a añadirse el descarte del Presidente François Hollande cuando anunció que no se presentaría a las elecciones.

¿Qué adversarios le quedaban a Macron? Esencialmente dos : Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon. Ni el poder financiero, ni el poder empresarial, ni el poder mediático podían aceptar, por distintas razones, a ninguno de estos dos candidatos. Por eso, a partir de febrero pasado, todo el formidable peso de los poderes fácticos se puso al servicio de Emmanuel Macron. En particular, los medios dominantes  -en manos de un puñado de oligarcas multimillonarios- se lanzaron en una frenética campaña en favor del líder de ‘En Marche !’. Aportándole además un soporte financiero considerable. De tal modo que Macron, orador bastante mediocre y con un programa aún más confuso para disimular su carácter furiosamente ultraliberal, fue imponiéndose en las encuestas como el probable vencedor.

Si su victoria en la primera vuelta, como acabamos de analizar, se debe en parte a las circunstancias y a la eliminación coyuntural de sus rivales, por otra parte también es el resultado de lo que Macron significa. En un sistema que se derrumba y en el que los partidos tradicionales son barridos[vi], el líder de ‘En Marche !’ se declara sin ambages ‘europeísta’, neoliberal y librecambista. Defiende decididamente la ‘uberización’ de la economía y apuesta por el social-liberalismo. Su proyecto, en vías de realización, responde al viejo sueño de la élites burguesas en tiempos de crisis : constituir una formación política que podríamos llamar de Gran Centro, integrando a la izquierda de la derecha, al propio centro y a la derecha de la izquierda. En unas palabras, como diría el conde de Lampedusa : cambiarlo todo para que nada cambie.

Basta con ver, después de la victoria de Macron el 23 de abril, la eufórica embriaguez de todos los fanáticos del social-liberalismo y la espectacular subida de las Bolsas para entender con claridad lo que significa, políticamente, ese triunfo de Emmanuel Macron : una revancha de las castas, de los poderosos del sistema.

Pero una restauración es apenas un respiro en medio de una crisis. La gente no ha dicho aún su última palabra.

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