24 de julio 2016
Fernando Cardenal y yo mantuvimos una amistad que fue haciéndose muy íntima y profunda con el correr de los años. Lo había conocido en 1963, cuando César Jerez y yo terminamos la etapa de formación como maestros en el Colegio Javier de Panamá y, antes de ir a estudiar teología en Frankfurt, pasamos unos días juntos en Guatemala y nos hospedamos en el Liceo Javier. Fernando era maestro allí y nos dio un largo paseo por la capital. Me asombró la manera enormemente entusiasta como, mientras conducía el automóvil, nos habló de la educación y de la receptividad de sus alumnos. Aquel enorme entusiasmo fue también la nota principal de otro encuentro cinco años después en México cuando también César Jerez y yo nos encontramos con Fernando recién ordenado sacerdote. Esta vez era la comunicación del fruto de sus primeros trabajos sacerdotales con jóvenes universitarios.
Las conversaciones de Fernando con Citlali Rovirosa-Madrazo están llenas de ese mismo entusiasmo. Y no pocas veces estalla también al responder a preguntas e inquietudes sobre la juventud. En la duodécima conversación habla Fernando de un encuentro con jóvenes en Granada, ciudad del Sur de España, y recuerda que les dijo: “Mi esperanza es que los jóvenes vuelvan a las calles a hacer historia”. Fue grande su sorpresa y su alegría cuando, al volver a Managua, se encontró sobre la Avenida Jean Paul Genie una gran manta colgada de lado a lado con el mismo letrero: “Mi esperanza es que los jóvenes vuelvan a las calles a hacer historia. Fernando Cardenal”. Es fácil comprender esa alegría, cuando sabemos que brotaba de un corazón como el de Fernando que, cercano a su muerte, podía decir a su entrevistadora, hablando sobre si el sufrimiento extremo puede ser razón para pensar en la eutanasia: “El sufrimiento puede ser llevado con gran humanidad. Te lo dice con sencillez una persona que ha sufrido dolores permanentes de cabeza la mayor parte de su vida.” Sufriendo así, Fernando nunca dejó de vivir con una alegría entusiasta como si tuviera las mismas energías de su juventud.
Los temas de estas conversaciones
Los temas con los que se atreve Fernando en estas 16 conversaciones son muy numerosos y nada fáciles. De acuerdo al título del libro en que han sido recogidas estas conversaciones –“Francisco”-, empiezan tratando el tema del Papa y los dos Sínodos sobre la familia, el extraordinario en 2014 y el ordinario en 2015. Sigue el pontificado mismo de Francisco. El tema lleva a rememorar la relación de Fernando con Juan Pablo II y la objeción de conciencia que el jesuita presentó cuando le fue planteado el mandato de dejar el Ministerio de Educación en 1984. Sabemos que esa objeción de conciencia le costó la expulsión de la Compañía de Jesús. Las conversaciones continúan tratando los grandes errores y pecados de la Iglesia así como también sus aciertos y su rostro solidario, donde Fernando enfatiza que Jesús de Nazaret es el fundamento de la Iglesia y la razón de la firmeza de su propia pertenencia a ella.
Comienza en seguida el tema de los avances sociales de la Iglesia de hoy en contraste con su permanente conservadurismo en el campo de la moral sexual y de la vida. Siguen los temas de la homosexualidad y el ejercicio de la sexualidad, sobre los cuales habló ampliamente en una de sus entrevistas con Carlos Fernando Chamorro. Irrumpe la comparación entre dos papas: Juan XXIII y Juan Pablo II, a los que luego se añade el Arzobispo mártir Romero. Viene después la acusación de la ONU contra el modo como la Iglesia trata el tema de los sacerdotes pederastas. Vuelve la cuestión del aborto y entra el tema de los anticonceptivos y la ultimidad de la conciencia. La moralidad de los líderes revolucionarios en Nicaragua pasa luego a primer plano. La primera parte del libro termina en la novena conversación con el tema del celibato como asunto personal de Fernando y como problema de los sacerdotes diocesanos, pero culmina en una lamentación de Fernando por lo que él experimenta como ausencia de Dios entre los pobres.
La segunda parte del libro discurre a través de otras siete conversaciones. En la décima Fernando trata lo improbable de que tenga que plantear otra vez en su vida una objeción de conciencia y discute la problemática de la legitimidad de la violencia revolucionaria. Después repiensa Fernando el compromiso político como posibilidad de ejercicio del mayor amor y la contradicción en la política entre la corrupción y la honestidad. La duodécima conversación está centrada en las razones de la esperanza de Fernando en la juventud y el sentido del llamado del papa Francisco a los jóvenes a “hacer lío”. Otros dos temas intervienen alrededor del fracaso o no del socialismo y la vigencia de la utopía así como la contradicción entre una América Latina con la mayor población católica y la mayor desigualdad entre ricos y pobres. Y finalmente, una reflexión sobre si la elección de un papa latinoamericano supondrá el fin del eurocentrismo.
En la décima tercera conversación aparecen varios temas. La manipulación de la Iglesia por las clases dominantes, la existencia y el alcance de la lucha de clases así como el programa de “austeridad solidaria” para llegar a una nueva sociedad y su postura frente al mercado. Pero también la redefinición del rol de Fernando con la juventud. La décima cuarta conversación se centra en las polémicas alrededor del evolucionismo y el cambio climático y la postura de la Iglesia ante la ciencia –temas tratados más extensamente en la Tercera Parte del libro escrita por Citlali. La penúltima conversación trata temas dispares: la apertura de los archivos vaticanos sobre el Holocausto, la postura de los jesuitas frente al diálogo inter religioso, el tema del origen de la vida y su sacralidad frente a la eutanasia. La décima sexta y última conversación es tal vez la más multi temática. La postura de la Iglesia frente a la mujer, el futuro de la teología de la liberación, la discusión sobre el desarrollo del embrión humano y su personalización así como los posibles efectos sobre la interrupción del embarazo y el diálogo inter religioso y la búsqueda de la paz.
Las cinco convicciones mayores de Fernando Cardenal
No cabe la menor duda de que Fernando se enfrentó en estas conversaciones con una multitud de temas, que a cualquiera le habría inquietado. Soy testigo de que los estudió con una gran responsabilidad. No pretendió nunca sorprender, por decirlo así, con un jonrón que se saltara las vallas por el centro del estadio. Sabía que los temas eran peliagudos y sabía que su nombre iba a atraer a muchos lectores. En no pocas ocasiones dialogamos juntos sobre no pocas de sus respuestas.
Quería él dejar constancia en su tratamiento de varias convicciones suyas muy enraizadas. La primera y la más importante de todas, la prioridad en su corazón de su amor a Jesucristo y de la centralidad del Evangelio de Jesús de Nazaret en todas las decisiones de su vida.
La segunda, su amor por la Iglesia y su lealtad hacia ella, a pesar de su clara conciencia de las muchas veces que esta Iglesia había fallado históricamente en el seguimiento de Jesucristo.
La tercera, la fe en la juventud como fuerza para mejorar el mundo y en la educación de la juventud como instrumento eficaz para movilizar esa fuerza.
La cuarta, ya en la madurez de sus 35 años, el compromiso total con los pobres y con la lucha por su liberación y por la justicia, sellado ante ellos con juramento en un barrio marginado de Medellín al final de su último año de formación espiritual.
La quinta, la concreción de ese juramento en su participación en la lucha revolucionaria para derrocar la dictadura somocista y en la construcción de una patria soberana, socialista y democrática a través de la cruzada de alfabetización, la dedicación a la juventud sandinista y la entrega en el Ministerio de Educación.
Hay una frase en el libro que estoy presentando que no sintetiza, pero sí enfatiza estas convicciones: “yo he sido una persona motivada profundamente por el mensaje de Jesús que me llevó al compromiso por los pobres y ese compromiso me llevó a la Revolución” (p.161).
La esperanza en la juventud
Otro de los temas recurrentes en las conversaciones es la juventud, los jóvenes. Fernando habla aquí de su esperanza en la juventud desde su experiencia más profunda: cuando en Granada “yo dije lo que esperaba de ellos es simplemente porque yo conozco a los jóvenes, estuve con los jóvenes aquí en Nicaragua, yo participé y viví el Movimiento Cristiano Revolucionario que fundamos en la UNAN de Managua en la lucha contra la dictadura, estuve en la campaña nacional de alfabetización con sesenta mil jóvenes en la montaña, luego estuve cuatro años con la Juventud Sandinista (en ese entonces la juventud de la Revolución).” A esa esperanza añade Fernando otra experiencia, la experiencia de la alegría. Y dice que para los jóvenes “mi mensaje central fue…siempre: ¡sean felices!” Fundamentaba esta felicidad en tres fuentes. Primero, en “Aristóteles, que decía que ‘la finalidad de la Ética era la felicidad’ y que “los sabios son felices porque aman”. Segundo, en “Jesús, que nos enseñó que había más felicidad en dar que en recibir”. “Lo que yo sigo haciendo ahora –dice Fernando- es buscar la manera de unir el espíritu de entrega, el espíritu de servicio, con la alegría”. Por eso, en tercer lugar, se refiere a Rabindranath Tagore y su pequeño poema: “Dormía y soñaba que la vida era alegría. Desperté y vi que la vida era el servicio. Serví y vi que el servicio era la alegría.” Fernando añade: “los jóvenes tienen toda la fuerza y la capacidad para hacer cosas maravillosas en su país, en su comunidad, en el mundo, Esto sucede cuando se dan dos condiciones: primero, tener una meta grandiosa, una importante y grandiosa meta para el país, por difícil que parezca alcanzarla; y segundo, que quienes están llamando a estos jóvenes para cumplir con dicha meta (o movilizarse por dicha causa), tengan verdadera autoridad moral.” Eso creía Fernando que sucedió en Nicaragua con la Cruzada Nacional de Alfabetización. Es notable que a Fernando, al final de su vida, la Carta Encíclica Laudato Si’ de Francisco “sobre el cuidado de la casa común” le pareció que contiene una “nueva gran causa… proteger paralelamente a la naturaleza y a los pobres…, una causa grandiosa…, una empresa y una doctrina para el bien común, y viene precisamente de una de las pocas personas en el mundo que hoy tienen esa gran autoridad moral”. Incluso soñó, junto con su interlocutora y amiga, Citlali Rovirosa-Madrazo, en convocar “a los jóvenes para impulsar una ‘coalición educativa’ inspirada en la Laudato si’…, una campaña mundial de educación ecológica…” Contaba para ello con la permanencia del grito animoso y perturbador del papa Francisco en su primer encuentro multitudinario con jóvenes en Río de Janeiro, apenas tres meses después de ser electo: “¡Hagan lío!” Fernando pensaba que ese “¡hagan lío!” significaba que “se muevan, que opinen, que participen, que sacudan las estructuras arcaicas y vacías…que propongan…que no tengan miedo…Jesús también vino a crear líos…un lío tan grande…que los dirigentes, sumos sacerdotes…decidieron asesinarlo.” En un país como Nicaragua, donde hoy, según escucho, la naturaleza está siendo atacada en una forma inmisericorde, donde las grandes extensiones de la Costa Atlántica están siendo saqueadas de bosques maravillosos, donde se pretende entregar al neocapitalismo chino la construcción de un canal que puede acabar con la reserva de agua dulce del Lago Cocibolca, ¿no parece que se justifica el entusiasmo de Fernando con la defensa de la tierra y de los pobres, que hace Francisco en la Laudato si’? ¿No parece que podría articularse alrededor de una causa política inmanente y trascendente a la vez?
Temas morales espinosos en la Iglesia
No es improbable, sin embargo, que el interés por estas Conversaciones de Fernando se enfoque intensa y particularmente alrededor de los temas que tocan el aborto, los anticonceptivos, la homosexualidad, el celibato en la Iglesia, etc. Los temas que podríamos llamar moralmente “espinosos”. Tratémoslos también en esta presentación.
Al abordar estos temas, Citlali Rovirosa-Madrazo le propone a Fernando una especie de paradoja: la Iglesia Católica ha sido muy progresista y avanzada en su enseñanza moral social pero, ¿por qué sigue siendo muy conservadora y retrógrada en su enseñanza moral personal, sobre todo alrededor de la vida y el sexo? Respecto del aborto, Fernando tiene convicciones muy claras. Habla del aborto, que llama “libre” y afirma que la Iglesia lo rechaza fundamentalmente para ser fiel a ese imperativo moral que brota del corazón humano: “¡no matarás!”. Se refiere también al nuevo contexto en que el papa Francisco lo trata: la incompatibilidad de “la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto” (Ls’ 120). Comenta Fernando: “La defensa y protección de la vida es importante en todos los niveles, la vida humana es sagrada en todas sus manifestaciones y estratos: la vida de los migrantes, la vida de los pobres, la vida de los ancianos, la vida de las víctimas de trata de personas, la vida de los enfermos de sida o malaria, y, la vida misma de las especies que habitan nuestro planeta, ‘nuestra casa común’, como la llama en su Carta Francisco.
Un jesuita chileno, socialmente muy avanzado y también antiguo profesor de moral, Pepe Aldunate, que acaba de cumplir 99 años, se expresó así hace dos años: “Es cierto que no podemos estar de acuerdo con el aborto sin apellido. Nadie lo está. Es una vida humana que se sacrifica de forma cruenta. Y es cruenta, no solamente con la criatura, sino contra la mujer, porque muchas veces la deja dañada de por vida.” Y añade: “Pero la solución no es prohibirlo, como ahora, porque eso ha demostrado que no soluciona el problema, Es más, lo acrecienta… En los únicos países donde hay más abortos es donde está prohibido. Ignorar este problema es realmente criminal”. Fernando habla con la misma claridad sobre el aborto terapéutico, practicado en circunstancias médicas específicas, “cuando no se puede salvar dos vidas y se opta por salvar la vida de la madre… Solo este –dice- es aceptado en documentos de algunas conferencias episcopales basados en la doctrina tradicional del ‘doble efecto’ Esto significa que para la Iglesia es mejor salvar una vida que dejar que se pierdan las dos (la de la madre y la del feto)”; aunque no piensan así los obispos y las leyes de Nicaragua. Habla luego de otro aborto no aceptado por la moral católica, el aborto llamado “eugenésico”, cuando el feto viene con “malformaciones drásticas que prevén una vida enferma o incluso inhumana para el feto ya nacido”. Fernando se da cuenta de que muchas feministas consideran que es preciso extender el debate a la “interrupción voluntaria del embarazo en caso de malformaciones genéticas graves” e informa de que una amiga suya que trabaja con mujeres violadas que sienten que no pueden aceptar el embarazo, le ha ayudado a comprender “el drama que viven estas mujeres en los barrios de Managua y en todo el país”. También el moralista ya citado, el anciano jesuita Pepe Aldunate, tocó este punto: él está de acuerdo con el derecho al aborto “en caso de violación. Hay mujeres que al ser violadas quedan tan traumatizadas que no pueden tener un niño que para ellas les recuerda a su violador. Uno no puede obligarlas a pasar por ese calvario. Una violación es un trauma muy grande.”Sintetizando, Fernando dice que cree que “la postura del Papa seguirá siendo de rechazo rotundo al aborto, pero no en el tono de condena que ha caracterizado a muchos en la Iglesia”, sino, “como dice Francisco en la EvangeliiGaudium” (214), acompañando “a las mujeres para quienes el aborto se les presenta como una solución rápida a situaciones de profundo dolor”.
Toca también Fernando el tema de la homosexualidad. Recuerda sus “tiempos de estudiantes: en el Colegio Centroamérica, era interno, éramos nosotros homofóbicos, éramos muy ignorantes…veíamos a la homosexualidad como un crimen…Una vez un chavalito contó que un compañero lo había intentado seducir y lo había invitado a tener relaciones -¿qué fue lo que hicimos nosotros?- esperarlo en el comedor para lincharlo…¡Y lo linchamos!” Hoy, en cambio, Fernando nos deja esto escrito: “algo que tiene que entender la Iglesia es que, mientras queramos seguir siendo cristianos seguidores de Jesús, debemos respetar a los homosexuales…”Y continúa Fernando: “Yo me hago una pregunta delante de Dios…¿podrá el Dios revelado por Jesús, el Dios del amor, el de la misericordia, la ternura, la piedad, nuestro buen Padre Dios, exigirle obligatoriamente a un joven que nació homosexual (o lesbiana) que guarde un celibato impuesto hasta el día de su muerte…, que nunca en toda su vida tenga una pareja?...Algunos científicos –continúa Fernando- han encontrado que la homosexualidad es una predisposición genética, aunque entiendo que no hay consenso en este tema y que el debate y las investigaciones continúan. Yo no puedo opinar científicamente…pero lo que sí…puedo decir es que, en mi experiencia pastoral la mayoría de las personas que se consideran homosexuales, lo son por nacimiento. Pero lo más importante es que, nosotros como católicos, creemos que a todos y a todas los ha creado Dios…¿discriminarlos es un proceder humano digno de un Dios, no solo misericordioso, sino también fiel a su creación?” Finalmente, Fernando aborda el tema del matrimonio entre personas del mismo sexo, y reconociendo que en los recientes Sínodos sobre la familia se ha reafirmado el matrimonio como sacramento para parejas de distinto sexo y que no es probable un cambio en este punto, él quiere aclarar que “una cosa es el matrimonio, que tiene una larga historia cultural y eclesial de referirse exclusivamente a la unión entre una mujer y un hombre, y otra cosa es que la Iglesia pudiera tal vezllegar a bendecir la unión entre parejas del mismo sexo. Esa bendición…es…algo diferente de un sacramento propiamente, pero algo que se otorga en nombre de Dios.” Termina Fernando: “Yo no creo que hoy… Jesús de Nazaret” negaría “a estas parejas una bendición en nombre de Dios.”
Finalmente se enfrenta Fernando con el famoso y espinoso tema de los anticonceptivos. No recuerda cómo el Papa Pablo VI retiró este tema de la agenda del Concilio, pero sí recuerda cómo el mismo papa formó una comisión que reflexionara el punto y le diera su opinión, y cómo la mayoría de esa comisión aconsejó a Pablo VI que, además del uso delos tiempos no fértiles de la mujer para el acto sexual, se aceptaran en la Iglesia los medios químicos para inhibir la fertilidad, como por ejemplo, la píldora. Todos sabemos que en la encíclica Humanae vitae el mismo Pablo VI mantuvo la prohibición de la píldora, inaugurando así una de las crisis más serias de discrepancia con una multitud de parejas católicas en todo el mundo. Fernando recuerda que “no pocas conferencias episcopales escribieron sobre el tema” después de publicada la Humanae vitae y aceptaron “que en último término la decisión recaía en la conciencia de las parejas, prolongando así la doctrina del Vaticano II (Gaudium et Spesnn 15-17) sobre la conciencia como último santuario de las decisiones humanas –única manera de respetar tanto la dignidad como la libertad de las personas humanas.” Fernando expone en su séptima conversación que en su trabajo pastoral él ha procedido “estando a favor del aborto terapéutico, y estando a favor de los anticonceptivos. Pero…nunca hablé en público –dice- ni escribí exponiendo mis ideas en estos más de sesenta años de vida jesuítica.” Continúa Fernando afirmando que le ayudó muchouna famosa frase de San Agustín: “En las cosas necesarias, obediencia. En las cosas discutidas, libertad. Y en todo caridad”…Como el tema del aborto terapéutico y los anticonceptivos eran discutidos en la Iglesia, yo procedí con absoluta libertad.”
Yo me he detenido y he bajado en esta presentación a la mina de las conversaciones con Fernando. La tercera parte del libro enriquece su totalidad con hondura político-epistemológica.
Muchas gracias a Hispamer por publicar este libro, y a ustedes por promover con su presencia el valor de mantener viva la memoria de Fernando. “El sí era un héroe y un santo. Vivió pobre, luchó por los pobres, y murió pobre”. Así me lo decía hoy un trabajador nicaragüense también pobre. Y muchas gracias a Citlali Rovirosa-Madrazo por la iniciativa de sus conversaciones con Fernando, que nos permitió asomarnos al gran corazón y la mente visionaria de este gran cristiano nicaragüense que vivió, soñó y actuó con los pobres y por los pobres de la tierra.
*Juan Hernández Pico es Sacerdote Jesuita. Extractos de la presentación del libro "Francisco, entre la ciencia y la teología moral. Tierra, revolución y destino común".