21 de febrero 2016
Era de los hombres que hablaba poco, pero cuando hablaba lo hacía con solemnidad. Argumentaba cada una de sus palabras y mantenía la evidencia con mucha claridad. Formado por los jesuitas. Era un estudioso permanente. Comprometido y compañero. Nunca dudó de su incorporación a la lucha contra el somocismo como tampoco dudó de su retiro de las posiciones inadecuadas y en detrimento de las poblaciones vulnerables. Sus obras son una clara manifestación de lo expresado.
Cuando se comprometió con la Cruzada Nacional de Alfabetización, logró lo que correspondía para el pueblo de Nicaragua. Disminuir el analfabetismo, pero no se vanaglorió de ello. Creía en lo colectivo no en lo individual.
Consideró que su obra era con Dios y regresó a sus orígenes, con mayor experiencia y con una gran humildad.
Lo conocí cuando ejercía su labor en La Salle y siempre fue cauto en sus consejos. Procuraba que cada quien determinara por su propia experiencia cuál era su verdad y lo mejor para cada uno y para el colectivo. Respetuoso del crecimiento individual y dador de “señas”, “consejos”, “rutas”, “nortes”, pero amante de la experiencia vivida. Podría calificarse como un promotor de la fenomenología.
Sabio y humilde. Enseñó hasta el último día de su vida que el compromiso vale más que mil palabras sin refrendar. Que la palabra que no se refrenda con los hechos es una mentira o una cuasimentira.
Su vida es una página transparente. No nos está permitido empañarla. Fue una vida pulcra, diáfana, de esperanza. Su ejemplo tiene olor de santidad. Un gran compañero, leal, comprometido y claro en sus posiciones. Trabajé con Fernando Cardenal y doy fe de ello.
En esta hora de su muerte terrenal, un gran abrazo a la familia y de manera especial a Rodrigo y a Ernesto Cardenal. Su ejemplo siempre perdurará.
Guatemala de la Asunción, 22 de febrero de 2016