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Falsos dilemas o atributos a Ortega

La nación debe desplazar a Ortega íntegramente del poder, como régimen ineficiente y corrupto que, por incongruencia histórica, debe perecer

Daniel Ortega en el acto oficial del repliegue. EFE.

Fernando Bárcenas

18 de julio 2016

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Un investigador del Diálogo Interamericano en Washington D.C., Manuel Orozco, escribió en Confidencial del 11 de julio de 2016, un artículo titulado “los dilemas del presidente”, que introduce una serie de conceptos políticamente confusos, a la par de un método metafísico con el que aborda, desde la óptica de los intereses de Ortega, el análisis de la realidad política del país. A tal artículo, se le debe contrastar seriamente, con un rigor analítico decididamente progresista.

Falsos dilemas de Ortega

El señor Orozco sostiene que con un control férreo del poder, Ortega se enfrenta a dos dilemas: ¿Con qué método ganar las elecciones? ¿Y cómo seguir gobernando una vez lograda la victoria?

Pero, luego, contradictoriamente, aclara que el tema no es gobernar, sino, mantener el mismo nivel de control con los aliados actuales. Cosa que nadie pretendería, por lo absurdo de considerar que ambas cosas sean una finalidad en sí misma. Las alianzas de gobierno son circunstanciales y concretas, y el nivel de control es variable, en la medida que la situación política cambia.


Los falsos dilemas de Ortega, que preocupan a Orozco, carecen de importancia para la sociedad. El interés ciudadano se centra, por el contrario, en cómo la nación se apresta a rescatar sus derechos conculcados por Ortega, y cómo logra superar decididamente el absolutismo degradante del orteguismo, para propiciar un desarrollo de las fuerzas productivas y una distribución más igualitaria de la riqueza.

Luego del proceso electoral, Ortega habrá creado condiciones de mayor inestabilidad y, consecuentemente, de menor gobernabilidad, que intentará paliar, ciertamente no con alianzas, sino, con mayor represión. Este comportamiento irracional del absolutismo es preludio de una implosión interna, poco perceptible aun externamente.

Represión o reforma

Orozco sostiene que para mantener el mismo nivel de influencia, Ortega o reprime o hace una reforma política. O sea, que Orozco piensa que Ortega puede llegar al mismo resultado caprichoso, por métodos opuestos (como un gusano alrededor de una manzana, que llega al mismo punto arrastrándose al Este o deslizándose al Oeste). Constata, sin embargo, que Ortega ha aumentado la represión.

Estos problemas –testifica Orozco- emanan de maniobras del gobierno. Entonces, concluye sorprendentemente, que la búsqueda de alianzas es esencial. Y sugiere a Ortega una apertura política negociada con el COSEP. A su juicio, este gremio es el mejor posicionado para promover reformas políticas.

No obstante, se abstiene de precisar qué reformas políticas sean necesarias (lo que debiera ser, más bien, la esencia de su consejo a la dictadura).

Ortega tiene como programa de gobierno el enriquecimiento familiar, con una corrupción sumamente desenfrenada e impune. Para ello, el sistema político que corresponde es un poder absolutista, listo a la represión y al enfrentamiento violento. Ortega aprovechó la displicencia de los sectores decisivos de la sociedad, para construir pacientemente, en los últimos 26 años, ese tipo de Estado feudal a la medida.

La relación de Ortega con el COSEP es mutuamente oportunista, pero, no es horizontal. Sirvió para encubrir con un manto de pragmatismo neoliberal la consolidación totalitaria y autónoma del corrupto régimen orteguista. De allí, a concluir –como hace Orozco- que el COSEP pueda promover reformas políticas, significa creer que los exclusivos intereses especulativos del COSEP tienen una expresión política amplia, que se extiende, además, más allá del ámbito coercitivo del Estado orteguista. De ello, precisamente, por miopía oportunista, carece el COSEP.

La dictadura perfecta, sin represión (!)

Orozco argumenta candorosamente que Ortega representa la dictadura perfecta. Y se pregunta (como si esa premisa metafísica fuese suficientemente persuasiva), ¿por qué entonces aumenta la represión? Para Orozco, la dictadura perfecta es una cámara frigorífica donde las contradicciones sociales hibernan.

Con esa visión mecanicista, Orozco insiste que las instituciones estatales, sin importar la naturaleza del régimen político, son organismos neutrales y autónomos per se. Así, sostiene que la policía es un cuerpo represivo tradicionalmente pacífico, y que compromete su neutralidad política a cambio de favores al gobierno y partido, desprestigiándose.

En política no existen instituciones tradicionalmente pacíficas o tradicionalmente violentas (ni siquiera las instituciones religiosas). Precisamente, porque la política es un enfrentamiento dinámico, en el cual, las instituciones son objeto y, a la vez, medios de combate, supeditados al carácter pacífico o violento que asume circunstancialmente la lucha social en un país atrasado.

Tampoco hay dictadura perfecta. El poder no es un andamiaje arquitectónico, estático, que se pueda diseñar y construir a la perfección, con solidez estructural, a voluntad. Como si se tratara de una represa o de un puente.

Lo esencial, para juzgar la estabilidad relativa de un régimen dictatorial reaccionario, es si se ha impuesto luego de una derrota decisiva del movimiento de masas, o si tal enfrentamiento está aún en ciernes. Para emitir un juicio político responsable sobre la represión de parte de la dictadura orteguista, centraríamos nuestra atención, no en la perfección burocrática de tal dictadura (obviamente, una tontería metafísica mayúscula de Orozco), sino, en los cambios de conciencia política de los trabajadores, y en las circunstancias y factores que inciden en el agravamiento de las contradicciones sociales.

La diferencia entre democracia y dictadura

Con su plan actual, Ortega arriesga perder más capital político de lo que podría perder si introduce reformas políticas, asegura Orozco. Y agrega: a todo líder, demócrata o no, le importa llegar al poder, mantenerse y controlar la riqueza del país.  La diferencia, entre uno y otro, está en el método. Orozco no se percata de la magnitud del despropósito que dice. Metafísicamente, hace del método un fin en sí mismo.

La diferencia de un líder democrático con un tirano es de naturaleza política, no simplemente de métodos (como si éstos fuesen una abstracción aparte). De modo, que la afirmación de Orozco –sobre la coincidencia de objetivos entre un líder demócrata y uno que no lo es, pero, cuyas diferencias son sólo de métodos- es falsa de cabo a rabo, dada la interrelación dialéctica, en todos los ámbitos de la naturaleza, entre medios y fines.

En estrategia política, lo esencial para definir ese binomio interdependiente (de medios y fines), son las circunstancias concretas que determinan una situación política, en correspondencia con la correlación de fuerzas cambiante entre las clases sociales. Orozco se salta el análisis concreto de la situación política, para hacer un sesgo abstracto sobre el método como un fin absoluto (así puede despreciar los objetivos sociales distintos del demócrata y del tirano).

Ni existen objetivos políticos iguales para distintos agentes sociales. Ni objetivos iguales para distintas coyunturas. Ni existen métodos políticos neutrales, al servicio indiscriminado de uno u otro agente social. Ni los métodos políticos pueden ser usados en cualquier momento, a voluntad.

La tesis absurda de Orozco es que un tirano no tiene objetivos propios, sino métodos propios; y que si adopta métodos de la democracia formal, será automáticamente un líder democrático. De ahí que Orozco, para hacer de Ortega un demócrata, se esfuerce en asesorarle sólo metodológicamente. Y que lo haga en abstracto, sin señalarle reformas concretas…

En lugar de escuchar a Orozco (que le pide a Ortega que sobreviva políticamente haciendo reformas, como la lagartija que abandona su cola), la nación simplemente le debe desplazar íntegramente del poder, como régimen ineficiente y corrupto que, por incongruencia histórica, debe perecer.

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El autor es ingeniero eléctrico


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