18 de febrero 2022
La Policía hondureña detuvo este martes al expresidente hondureño, Juan Orlando Hernández, mejor conocido como JOH. Ramón Sabillón, el policía que Hernández destituyó hace cinco años después que este arrestó a los hermanos Valle Valle –enlaces del cártel de Sinaloa– sin su autorización, le presentó la orden de captura. Sabillón vivía en el exilio. Xiomara Castro, la presidenta recién estrenada, lo reinstaló al frente de la corporación policial.
Un tribunal de Nueva York reclama a JOH para que responda por cargos relacionados con narcotráfico y el empleo de armas para resguardar los alijos de droga que pasaban impunemente por el territorio hondureño en ruta al Norte. El año pasado, su hermano, Tony Hernández, fue condenado a cadena perpetua en Estados Unidos por el rol que jugó en la trama de trasiego de drogas. Tony marcaba los paquetes de cocaína con sus iniciales. Quería hacerse un nombre en el negocio. Se convirtió en una pieza clave gracias al enorme poder institucional que le otorgaba la estrecha cercanía con el presidente.
Durante el juicio a Tony y a otros mafiosos, el nombre de JOH salió a relucir una y otra vez como cómplice conspicuo. Desde entonces, fue un hombre marcado. De poco le sirvió colarse al bueno para nada Parlamento Centroamericano (PARLACEN) en busca de inmunidad.
De consumarse la extradición, el Departamento de Justicia de EEUU dice contar con suficientes pruebas para condenarlo a varios años de prisión. Aparentemente, los magistrados y fiscales el exjefe de Estado colocó en el poder judicial, no lo salvarán. Honduras celebra.
Hernández llegó a la presidencia por primera vez en 2014 como el candidato del Partido Nacional. En 2017 torció la ley para seguir en el poder (tenía compinches en el Tribunal Electoral), y se impuso en los comicios generales mediante una jugada que la propia OEA tildó de fraudulenta. En ocho años (2014-2022), Honduras tocó fondo. La curva de la pobreza volvió a trepar. El crimen organizado, las pandillas –éstas muy metidas en el narconegocio–, se fortalecieron. Al amparo de las tinieblas, decenas de activistas por los derechos de la tierra, el medio ambiente, el agua y las comunidades fueron asesinados o encarcelados. (Aún hoy en día, seis activistas antiminería del Guapinol guardan prisión ilegalmente). Dos administraciones estadounidenses, una demócrata y otra republicana, se hicieron las desentendidas. Eso sí, no soportaban que centenares de miles de hondureños buscarán refugio en su país.
El diario La Prensa de Honduras publicó este martes un detalle de los cargos que le aguardan al expresidente en una corte de Nueva York. Los suficientes para sacarlo del tablero por unos años. Pero siempre quedan los incondicionales que él instaló y los poderosos a los que sirvió.
No es que los hondureños no hayan peleado. Se han batido duro. En la calle, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en las cortes, en los foros internacionales. Toma tiempo desmantelar un Estado de gánsteres que tiene a su lado al Ejército y la Policía.
Ahora hay un atisbo de luz. No sería posible sin la llegada de Xiomara Castro, que apenas lleva dos semanas en el cargo, y sin la inteligencia del pueblo, que la eligió. Esa votación ha sido un portazo al viejo régimen. Una razón para no desmayar. Lo que está en marcha en Honduras también manda un mensaje a los otros JOH del istmo, que tarde o temprano entenderán que el poder arrogante y criminal no es eterno.
*El autor es periodista y escritor.