Guillermo Rothschuh Villanueva
15 de mayo 2022
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Eulogio vivía en la panadería. Era refractario al licor y no fumaba. Sus grandes atracciones eran el cine, el juego de póker y el desmoche
Eulogio y su prole, herederos de una panadería de renombre, debido a la excelencia de su fundador.
Eulogio Taleno se convirtió en una institución en la provincia ganadera, se encargaba de hornear el pan nuestro de todos los días. Una estrella que brillaba más allá del firmamento de las hermanas Sánchez: Benitana, Mercedes y María, dueñas de la panadería más codiciada en Juigalpa, desde los años cincuenta hasta los setenta del siglo pasado. Eulogio llegó como ayudante y se quedó a su servicio durante veinte años, suficientes para forjarse su propia leyenda. En la medida que la fama de las Sánchez conquistaba el paladar de los juigalpinos, el prestigio de Eulogio aumentaba. Con él nos veíamos la cara por las mañanas. Hacíamos fila para llevar pan caliente del horno a la mesa del desayuno en nuestras casas. Pan francés y pan de yema de calidad insuperable.
Tuvo que esperar un año para que se le presentara la oportunidad. Un 15 de agosto —día festivo en el calendario local, se celebra a la virgen de la Asunción— no llegó a trabajar don Gilberto Medrano. Se había sumado a las celebraciones báquicas. Una mañana tormentosa para las hermanas Sánchez. No podrían cumplir con la demanda diaria en casa, tampoco las diferentes solicitudes provenientes de ventas y pulperías. Tenían el encargo de suplirles durante la semana sus delicatesen. Eulogio se atrevió a decirles que él podría remplazar el vacío dejado por Medrano. Apenas tenía doce años y doña María, cauta y temerosa, pensó que era aventurarse demasiado, dejar que un mozalbete asumiera tamaña responsabilidad. Estaban en la sin remedio, las dudas las consumían. ¿Qué hacer?
—Doña María, deme chance. Insistió Eulogio.
—¡Qué sabes vos de pan! Ripostó, una de las dueñas de la panadería.
—María, terció doña Tana, por qué no le das una arroba para probar.
Medrano nunca mostró interés para que Eulogio aprendiera el oficio, lo hizo espiándolo. Doña María estaba nerviosa. Mientras el pan no saliera del horno, no sabría si Eulogio podía cumplir con un compromiso de esa magnitud. Doña Tana, que conocía la argamasa de la que estaba hecho el cipote y el mismo Eulogio, juzgaron que había llegado el momento de dar el siguiente paso. Doña María seguía vacilante. Temía que el muchacho de doce años no pudiera con semejante encargo. Fue el principio de su consagración. Abrió a Eulogio las puertas del horno de una panadería, obligada como estaba, a ratificar sus dones. No las defraudó. A partir de entonces Eulogio sustituyó a Medrano. Se percató de la importancia de no ingerir licor. Jamás lo ha hecho.
Su logro hizo ver a las Sánchez que era a Eulogio a quien debían confiar, por derecho propio, el ejercicio de panadero oficial. Su competencia estaba instalada frente a su panadería. El contrapeso lo hacía doña Josefa Ocón. Un reto del que salieron airosas. El pan francés y de yema, no admitían competencia. Nadie disputaba su exquisitez. Un mar de gente se aglomeraba frente al horno, para adquirir el pan que a diario disfrutaban en casa. Pan oloroso y de sabor inigualable. El pan de bollo costaba un real y el de mantequilla treinta centavos. Las Sánchez no volvieron a pasar angustias. Eulogio vivía en la panadería. Era refractario al licor y no fumaba. Sus grandes atracciones eran el cine, el juego de póker y el desmoche. Vicios de los que pudo librarse con el paso del tiempo.
Las hermanas Sánchez afianzaban su empresa con la venta de pan dulce, en cuya elaboración Eulogio no participaba, el desafío lo asumía doña Tana, alma y nervio de la panadería. Las fórmulas eran hijas de su invención. Las famosas tortas apudinadas, un deleite al paladar, no tenían nada que envidiarle al mejor de los queques, costaban cincuenta centavos. Las de más alto valor y las más cotizadas. Algo así como el equivalente a los pastelitos de carne de Mama Güicha, los de mayor demanda, junto con las empanaditas, ambas a un real. Doña Tana se encargaba con su magia de preparar el pan dulce. Eulogio solo lo horneaba. “Nunca quiso darme la fórmula, pese a que le rogué a que lo hiciera”, se queja Eulogio, lúcido todavía a sus 93 años, muy bien vividos.
Ninguna de la trenada de mujeres descendientes de las hermanas Sánchez, heredó sus dones. No saben hacer pan ni los nacatamales especiales para los festejos navideños. Doña Tana es responsable. Sus celos impidieron transmitir a su linaje, las distintas fórmulas para preparar sus empanadillas, picos, tortas, bizcotelas y galletas azucaradas, muy parecidas a las Galletas Cantón, las de mayor reputación y consumo nacional. Zulma Galán Sánchez, ríe al evocar a su ascendencia. Su tía Tana se llevó a la tumba los secretos. Una gran pérdida. Somos lo que comemos. En la antigua Roma, dueña de la mitad de Europa y parte de Asia, el pan, el vino y aceite de oliva, debían estar presentes y en la mesa de los franceses —de aristócratas y pelados— no puede faltar el pan.
Con los años, doña Aura Benavente, llegada de Masaya, abrió una de las panaderías más grandes que han existido en Chontales. Nada más que fabricaba un pan distinto al de las hermanas Sánchez, como recuerda José Ramón Lovo. Doña Aura compró un camión y abrió varias rutas de abastecimiento. Esto dimensiona la magnitud de su negocio. En una de las rutas abastecía a Santo Domingo, La Libertad, San Pedro y Santo Tomás. En la otra, Villa Somoza, El Coral, Muhan y Acoyapa. Trató de consolidar una ruta hacia Puerto Díaz. No obtuvo los beneficios esperados. Anita Galán, heredó la panadería de su abuela. Mantuvo el negocio. En los años ochenta decidió cerrar el negocio y donar la maquinaria a los panaderos que habían trabajado junto a ella y al lado de doña Aura.
Eulogio echó el ojo a Socorro Mejía, trabajaba para las hermanas Sánchez, se casó con ella y tuvieron diez hijos, cuatro varones y seis mujeres. Después de dos décadas de laborar para las Sánchez, Eulogio decidió montar tienda aparte. Como compartía mesa en los juegos de naipes en Casa del Obrero, con el doctor Humberto Castrillo Morales, este le propuso que abriera su panadería. Una propuesta decorosa. El galeno se encargó de adquirir la maquinaria. A Eulogio solo correspondió comprar el banco de madera en Santo Tomás. Uno de sus sueños se hacía realidad. Decidió instalarse en Punta Caliente. El pago de la maquinaria la hizo entregando pan, cumplidamente, al Hospital Asunción. Distaba a solo sesenta metros de su local. Navegaba con bandera propia.
Para salir adelante no podía limitarse a fabricar pan simple, tenía que ampliar su portafolio de negocios. Sintió la necesidad de aprender hacer pan dulce. Contrató los servicios de Leonardo Ramírez. Su giro empresarial tenía que ser un tanto parecido al emprendido por las hermanas Sánchez, sus bienhechoras. Para reforzar su trabajo, una vez adquiridos los conocimientos necesarios, creyó urgente enseñar las artes aprendidas a Félix Juarro. Los bonetes, pupusas, empanaditas, empanadillas con piña, bizcotelas, barras rellenas, pan de yema, huesitos de queso, conservas, torta de leche, flautas, enverjados, galletas de vainilla y naranja, donas, pasteles de queso y pasteles de pollo, etc., consumidos por cienes de juigalpinos, llevan su sello de excelencia.
La panadería de Eulogio es un negocio familiar, no quiso cometer el error de doña Tana. Sus hijos crecieron en un ambiente donde se respiraba harina, huevo, mantequilla, leche, azúcar, canela y clavo de olor. Decidió heredarles sus artes. Dos se dedican a hornear, uno falleció y el otro, William, que es poeta, canta orgulloso a su familia, elogia su trabajo: “Universo de trabajo/ de músculos forjadores de masa/ en madrugadas frías y calor agobiante… La blancura de la harina crepitando/en el horno de Vulcano. /La tremolina de los panaderos… Todos matemáticos de figuras geométricas/ dibujan triángulos, círculos, medias lunas/ cilindros y barras moldeadas/ con manos de panificador desde la infancia. /Don Eulogio nuestro vulcano… Patriarca viviente de esta nueva generación”. Un tributo filial.
Ahora Eulogio lee la Biblia, el libro sagrado de los cristianos, sin asistirse de anteojos. Con su memoria intacta, evoca el pasado. Vuelve la vista atrás. Se ve acarreando harina de las hermanas Sánchez sobre sus hombros, desde Rancho Chico, en Pueblo Nuevo, hasta la panadería. Su honradez bastó para que sus benefactoras le echaran la mano. Una vez instalado en Punta Caliente —dueño de un negocio que supo llevar a puerto seguro— le suplían la harina. En su casa en el barrio Santa Ana, congrega a hijas, hijos, nietos y bisnietos, para continuar honrosa tradición. Más de una decena de hombres y una sola mujer, trabajando mano a mano, riendo a carcajadas, soltando bromas y haciendo chistes, hornean a diario sin descanso, con la intención de perpetuar a su especie.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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