15 de julio 2022
Al pensar en la situación de Nicaragua, a veces es difícil ver el futuro con esperanza.
Con casi 200 presos políticos en situaciones infrahumanas en las cárceles de la dictadura; la protesta cívica ilegalizada; sin justicia ni reparaciones por los más de 300 muertos en 2018; los cientos de miles hermanos y hermanas refugiados políticos y económicos en el extranjero y; los recursos aparentemente ilimitados del Gobierno para reprimir.
Pero a la vez creo que, irónicamente, es la memoria la que me genera más esperanza sobre el futuro del país. Me refiero al recuerdo de los diez millones de pequeños actos de solidaridad que se vieron y sintieron durante el auge de la lucha antidictadura que comenzó en 2018. Solo para mencionar los primeros que vienen a la mente: doña Coco, la abuela de 65 años que vendía bolsas de agua en Managua por unos pesos. Cuando los estudiantes fueron atacados, en escenas donde varios murieron, a doña Coco se le grabó arriesgándose para regalarles bolsas de agua a los jóvenes —cuidándolos como lo haría una abuela—. También recuerdo a Alex Vanegas que, cuando estaban apresados los primeros manifestantes, salió con los colores nacionales y su mensaje de libertad en la camisa y corrió a diario por las calles de Managua. Alex fue golpeado y arrestado nueve veces por su solidaridad.
En 2018 los nicaragüenses pudimos ver que, cuando se trabajaba desinteresadamente por la libertad del país, un desconocido siempre aparecía para apoyar con techo o comida. Y, por el otro lado, otros tuvimos el profundo sentimiento de propósito que viene con brindar ayuda al que está en más riesgo que nosotros (muchas veces desde lejos, enviando ahorros y una voz moralizadora al que más lo necesitaba). Y así los nicaragüenses grabamos en nuestras memorias el conocimiento de lo que somos capaces individualmente y como pueblo, y pudimos ver como esos diez millones de actos de solidaridad llevaron a una dictadura militarizada casi al punto de quiebre.
Pareciera a veces que nada de eso valió la pena, por la situación mencionada anteriormente. Pero si eso fuera cierto: ¿Por qué arrestar a Alex nueve veces? ¿Por qué se envió a la Policía a explotar globos color azul y blanco que dejaban activistas en las calles de varios pueblos? ¿Por qué al día de hoy es ilegal la protesta? ¿Por qué no permitir que un solo miembro de la oposición quedara libre durante la época electoral, aún sabiendo que, si el Gobierno quisiera, se pudo haber robado las elecciones de otra manera? ¿No es demasiado ridículo todo esto?
La razón que el Gobierno se esfuerza tanto en acallar estos actos es simple: se esfuerza para dar la sensación de que cada persona que está harta de la dictadura está sola —es decir, que solo vos, tus amigos y algunas personas en redes sociales son las que piensan así. Pero eso no es cierto. El Gobierno sabe que si la ciudadanía comienza a recordar esa solidaridad de antaño —y que cada uno y una se pueda sentir conectada nuevamente al resto del país, comienza a recordar de lo que es capaz— regresará la esperanza, junto al recuerdo reciente de cuando Nicaragua casi derroca a una dictadura.
Por eso, sugiero que se reconstruya esa esperanza a través del recuerdo y de esos actos de solidaridad que fortalecen unos a los otros, y que debilitan a esos que hacen daño a nuestros conciudadanos. Como podamos, sigamos aportando nuestro grano de arena recordándonos que seguimos acá, apoyando especialmente a los que están en más riesgo: a los y las periodistas, defensores de derechos humanos, activistas que mantienen viva la denuncia, a los medios independientes, y notablemente a las familias de los presos políticos, que más cercanamente dan aliento a las Tamaras, Violetas, y Felixes (por mencionar los nombres de solo algunos presos políticos) que hoy viven en calabozos solitarios por haber mostrado su solidaridad manteniendo viva la voz de la oposición en las calles y medios en Nicaragua —siempre muy conscientes del riesgo que podría significar. Sea aporte financiero, techo, comida, o apoyo moral, lo importante es sentirnos reconectados y apoyados.
¡Y hagamos esto con esperanza!, sabiendo que esa solidaridad radical hacia el conciudadano desconocido, ejemplificada por doña Coco y Alex, es lo que creó el camino correcto en el pasado, y es la que nos permitirá ver una Nicaragua libre en el futuro.