5 de marzo 2016
La nación es un proceso de construcción social en el que participamos todos. Nación y patria son realidades vivas que se nutren de distintos factores que incluyen desde elementos materiales como nuestro territorio, nuestras comidas y bebidas, hasta elementos inmateriales como nuestras creencias compartidas como pueblo, nuestros mitos, nuestras leyendas, nuestras celebraciones. También nuestra historia.
Ambas nociones suponen un vínculo de solidaridad y de quehacer en común. Abrazan, asimismo, todo aquello que sentimos como propiedad colectiva. Así, hablamos de nuestro nacatamal, de nuestra marimba, de nuestra purísima. Y también de gestas históricas, por ejemplo, la guerra contra el filibustero Walker la llamamos guerra nacional. Abarcan también a los héroes y a los próceres, asumidos como tales, los cuales se constituyen en referentes sociales.
La patria encierra un sentido de pertenencia: La patria nos pertenece a todos. Pero también de apropiación: todos pertenecemos a la patria.
En nuestro caso, debemos reconocer que la patria es todavía una construcción que se encuentra a mitad de camino, porque la patria encierra la convicción de un pasado compartido y de un porvenir común. Y nosotros a causa de la reciente confrontación bélica sentimos la historia más como bando que como nación. Son dos historias enfrentadas, que se niegan la una a la otra. Lo mismo ocurre con la etapa del somocismo.
¿Y el porvenir? ¿Nos sentimos dueños de un porvenir compartido? El presente, hasta hoy, parece indicarnos que no. Basta recordar a nuestros migrantes, obligados a edificar su porvenir en otras patrias.
Ustedes se preguntarán ¿Y a qué vienen esas elaboraciones conceptuales si el título del artículo se refiere al Cardenal Obando?
Ocurre que en la Asamblea Nacional se ha aprobado una ley en la que se declara como prócer al cardenal Miguel Obando y Bravo y hay otra en trámite en la que se declara como héroe a Rubén Darío.
Aunque no lo parezca, estás decisiones son un fiel retrato de cómo se construye el sentimiento de patria, y cómo se fractura.
Rubén Darío, sin duda, es el personaje que mayor consenso despierta entre los nicaragüenses como símbolo de nuestra nacionalidad. Se le conozca mucho o se le conozca poco, difícilmente podemos encontrar a un nicaragüense que no sienta orgullo por Darío. Como también hay héroes cívicos, Darío será declarado héroe. En verdad se trata de un reconocimiento más bien formal, porque ya el pueblo tiene asumido a Rubén como un familiar, como algo propio. La ley solamente recoge lo que es ya una realidad social.
Lo contrario ocurre con la decisión de Ortega de imponer una ley que declara prócer al Cardenal Miguel Obando y Bravo.
Muy mal favor le hace el régimen al Cardenal con esta decisión.
Se trata en primer lugar de una decisión precipitada, porque los próceres son resultado del reconocimiento de los pueblos a lo largo de un período prolongado de tiempo. No son resultado de una declaración legislativa. A fin de cuentas, esas declaratorias, cuando no se asientan en un consenso nacional, siguen la suerte del papel en que se escriben. Terminan desteñidas, quebradizas, ilegibles, apolilladas.
En segundo lugar estamos ante una decisión manifiestamente manipuladora. Estemos claros, aquí no estamos ante un asunto religioso, sino de una patraña más para intentar manipular el fervor religioso del pueblo humilde. Ni se trata de una decisión bienhechora. No es casual que se realice en pleno año electoral.
Justo es reconocer que el Cardenal desempeñó importantes funciones en episodios de nuestra historia. Pero también es cierto que hoy en día sus acciones despiertan el rechazo de una parte importante de la población, que desaprueba su entrega a un régimen dictatorial que, nuevamente, está conduciendo al país a la confrontación.
Todavía está por escribirse el desenlace de este episodio de nuestra historia. Ignoramos la cuota de dolor que el pueblo deberá pagar para erradicar este régimen dictatorial y restaurar el camino la convivencia democrática. Y el Cardenal, por la opción política que tomó de alinearse a un bando, inevitablemente aparecerá en la historia ligado a ese desenlace y a sus consecuencias, que pueden ser trágicas.
Por consiguiente, en las presentes circunstancias la declaración impuesta por el régimen no abona a la patria, sino quebranta.
Finalmente, vamos al fondo del asunto. Es frecuente escuchar que la historia la escriben los vencedores. Y suele ser así. Los vencedores, en una sociedad confrontada, intentan imponer su verdad, sus ritos y sus mitos al conjunto de la sociedad.
La dominación conlleva no solo realidades puras y duras, también es portadora de elementos simbólicos. El opresor intenta imponer su marca, intenta imponer sus símbolos. Y el grupo social que admite como propios los símbolos del opresor está derrotado de antemano.
La esvástica de Hitler o la hoz y el martillo, de Stalin, cumplieron en su momento esa función.
En nuestro caso, los arbolatas y la culebra misteriosa que adorna los escenarios del régimen, son ejemplos de símbolos de dominación.
Por tal razón, una forma de resistencia al orteguismo es oponerse a la imposición de sus símbolos. Y ellos pretenden convertir a Obando y Bravo en símbolo de su dominación. En un ejemplo a seguir. En este sentido, oponerse a la determinación de Ortega de declarar prócer a Obando es una forma de resistencia a la opresión.
Apoyamos a Darío como símbolo de nuestra nacionalidad. Nos oponemos a la pretensión del régimen de imponernos como símbolo, como referente a imitar, a una persona que representa el sometimiento ante el poder dictatorial.