25 de septiembre 2021
Quien haya intentado informarse sobre lo sucedido en México el pasado sábado, por los medios bolivarianos o por sus detractores más panfletarios, habrá concluido que en la cumbre de la CELAC predominó el consenso y la unidad a favor de las posiciones que alientan Venezuela y Cuba. Nada más lejos de la realidad: por debajo de la nebulosa simbólica y mediática creada por la Presidencia y la Cancillería, la CELAC mostró la irreductible heterogeneidad de la región.
Desde los discursos de Andrés Manuel López Obrador y Miguel Díaz-Canel en el Zócalo, hasta la llegada a última hora de Nicolás Maduro, los días previos al evento estuvieron orientados a proyectar el respaldo de México a la tesis de la desaparición de la OEA y el alineamiento con el bloque bolivariano. Pero el tema de la OEA, tan sonado en la propia retórica gubernamental mexicana, ni siquiera apareció en los 44 puntos de declaración final de la CELAC.
Cuando se refirió a la OEA, el presidente López Obrador propuso que el foro interamericano fuese reemplazado por un nuevo acuerdo de libre comercio hemisférico, que incluya a Estados Unidos y Canadá, con una entidad autónoma de arbitraje y mediación sobre temas de derechos humanos y democracia. AMLO repitió lo que había dicho dos meses atrás en el Castillo de Chapultepec: el modelo de esa nueva Alca —la bestia negra de G. W. Bush a la que se enfrentaron Chávez, Lula y Kirchner en Mar del Plata, en 2005— debía ser la Unión Europea.
Cuando en su intervención, Maduro sostuvo que el modelo no podía ser la Unión Europea sino algún proyecto de federación africana, el presidente venezolano estaba tomando distancia de la propuesta de México. Pero ésa no fue la única tensión dentro de las diversas izquierdas latinoamericanas que vimos en la cumbre. Con agresividad inusitada, y difícilmente no compartida por Cuba y Venezuela, el canciller de Nicaragua, Denis Moncada, acusó al Gobierno argentino de Alberto Fernández de cómplice del imperialismo.
Fuera de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia, ninguna otra representación se manifestó públicamente por un abandono de la OEA. Un día después de la cumbre, Pedro Castillo estaba con Luis Almagro en Washington. Tampoco hubo claridad sobre qué tipo de reforma del foro interamericano se demandaba. La mayoría, incluyendo el Caribe y Centroamérica, dio a entender que no veía contradicción en la existencia de foros latinoamericanos y caribeños, como la CELAC, y foros interamericanos, como la OEA.
La falsa antítesis entre “monroísmo” y “bolivarianismo” —baste recordar que el monroísmo fue a favor de Bolívar y que éste invitó a Estados Unidos al Congreso de Panamá— fue manejada por muy pocos mandatarios y, evidentemente, no es compartida por Gobiernos de izquierda como el argentino. En el fondo, la contradicción fundamental no es ésa, como tampoco lo es la pugna entre izquierda y derecha. Lo que realmente divide al hemisferio es la elección entre democracia y autoritarismo.
*Artículo publicado originalmente en La Razón de México.