23 de agosto 2022
El pueblo nicaragüense de indudable confesión católica en su mayoría, posiblemente los creyentes en otras confesiones y quienes no practican ninguna religión, han estado viendo y sintiendo con mucha preocupación la insensata y, en apariencia, inexplicables encarcelamientos de sacerdotes católicos. Igual conmociona el encierro forzado en su casa del obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, como si fuese alguien que ha cometido un grave delito.
Algo nunca visto en Nicaragua, ni siquiera bajo la dictadura liberal reformista de José Santos Zelaya, quien a finales del siglo XIX corrigió constitucionalmente las anomalías de que muchos poderes administrativos propios del Estado estuvieran bajo control de la Iglesia católica –como la educación, el matrimonio, los cementerios— propios del sistema conservador precapitalista de entonces. Es decir, hubo motivos que pudieron haber causado una mayor confrontación Iglesia-Estado, pero hoy no existe ninguno, pues este régimen no se caracteriza por impulsar algún cambio progresista, sino por lo contrario.
Parece innecesario enumerar los argumentos dictatoriales con los cuales pretenden justificar la persecución, los encarcelamientos de sacerdotes católicos y la profanación de iglesias, pues ya forman parte del folklórico lenguaje dictatorial sin ningún de razonamiento lógico, menos que lo justifique.
Todo se debe a que el sector consciente del clero y, por ello también el más justo, no ha cesado de condenar los atropellos a los derechos democráticos de los nicaragüenses de una forma atroz, extemporánea e ideológicamente vacía solo encubierta con frases retazos de discursos de otras épocas. Más que todo, es una discriminación religiosa contraria al derecho constitucional (Art. 27). Es una persecución política selectiva, oportunista, porque hay obispos y otros miembros del clero que, por afinidades con la dictadura reciben prebendas, y por eso callan ante las agresiones a sus “hermanos” de la misma Iglesia. Es un silencio cómplice y traidor estimulado desde el poder.
II
La agresión a los obispos y sacerdotes solidarios con su pueblo, en nada se asemeja a una disputa de orden filosófico en torno a cuestiones de fe. Esta persecución del Gobierno con extremismo musulmán no se justifica, ni que los dictadores pensaran que la Iglesia actual es la misma Iglesia católica del pasado colonialista. Sería anacrónico y absurdo.
Eso solo confirmaría el carácter extemporáneo de este Gobierno, pero ahora todo es cínico, porque son ellos, Daniel y Rosario, han adoptado ciertas expresiones religiosas católicas como armas de dominación espiritual del pueblo tal, como si estuvieran impulsando un proceso de colonización espiritual.
Oprimen al pueblo, y pretenden engañarlo presentándose como portadores de una fe religiosa que no tienen. Hacen lo mismo que con las ideas revolucionarias: repiten frases hechas de cuando hubo aquí una revolución. Todo su accionar confirma que no hacen nada que no sea falso, pues de sus bocas salen mecánicamente los nombres de los héroes caídos por la revolución, pero encarcelan a los vivos; e invocan los nombres de Dios, la Virgen María, la paz y el amor “cristiano y socialista”, pero hacen exactamente lo contrario con su persecución política.
III
Los Ortega Murillo han adoptado las frases religiosas con los mismos fines que las adoptaron quienes en siglos pasados vinieron acompañando a los colonialistas. Ponen así en el tapete de su política una gran contradicción: los dictadores rememoran el pasado para quejarse del colonialismo, al mismo tiempo que utilizan lo “religioso” como arma para beneficio de su dominación política actual.
En América Latina hay políticos y gobernantes con similares expresiones contrarias al pasado colonial, se proclaman anti colonialistas, pero adoptan como pretexto la religión que ayudó a colonizar a España, para ayudarse a justificar su dominación política. Hacen invocaciones públicas a la divinidad, rezan y se persignan ante las masas populares con todo cinismo.
En ese aspecto, se puede afirmar que –en la mentalidad de los explotadores de hoy— han sido tan duraderos los efectos de la conquista religiosa como la conquista política de los españoles. Después de trescientos años bajo régimen colonial, y ahora, después de doscientos años como flamantes repúblicas… ¡aún dominan las concepciones colonialistas en la mente de los dictadores!
Tremendo saldo histórico: ¡vivir más de quinientos años bajo engaños! Esto, aunque no solo esto, debería de hacernos reflexionar sobre un necesario cambio de orientación en nuestras políticas. Como país, en muchos sentidos estamos en contradicción con los adelantos científicos técnicos en lo nacional y mucho más respecto a lo internacional. Esto grita la urgencia de actualizarse.
IV
Por lo visto –y por lo que seguimos viendo— la lucha planteada ante los nicaragüenses es de mucha complejidad, lo que plantea la necesidad de no ser superficiales en nada. Necesitamos pensar que deshacerse de la dictadura y sus efectos inmediatos, solo sería como quitarle la cáscara a la fruta podrida. ¿Qué nos quedaría de la fruta (la patria) después de quitarle la cáscara?
Una interrogante difícil de encontrarle la respuesta exacta. Pero, en el esfuerzo por iniciar la búsqueda de respuestas, tenemos que comenzar por despojarnos del máximo de prejuicios políticos e ideológicos que tengamos. No significa dejar tiradas nuestras concepciones, sino conservarlas (quienes quieran hacerlo), pero nunca anteponerlas a las tareas políticas que nos corresponda hacer en compañía de quienes tienen otras concepciones.
En otras palabras, hacer lo contrario de lo que se hizo durante la búsqueda de la unidad en la acción en el reciente pasado; o sea, que no se logró la unidad en la diversidad, con el solo objetivo de liberarnos de la dictadura, porque se antepusieron las divergencias ideológicas. No dejar a la espontaneidad lo que habrá de hacerse cuando el país esté en libertad y la tarea sea reconstruir el destino del país, y cuando deban hacerse los cambios dentro de la nueva realidad social y política.
Convengamos en que no es posible predecir exactamente lo que se hará, pero tampoco debemos darle cabida a la idea de que todo será pura armonía social; la desarmonía entre intereses políticos, económicos e ideológicos seguirán aquí, con nosotros; pero no es de esa desarmonía de lo que debemos preocuparnos, sino de cómo podremos neutralizar el sectarismo ideológico en nuestras futuras actuaciones unidas.
No se tendrá que pedir milagros ni cosas extraterrestres. Será suficiente comenzar con la observancia del respeto por el cumplimiento de la Constitución y las leyes comunes y de orden constitucional que ella defina. Entre estas definiciones están la división de los poderes del Estado, porque (pese a ser cuestionado por algunos por su origen liberal burgués) no existe nada mejor para prevenir y contrarrestar el autoritarismo de caudillos ambiciosos e ignorantes, los cuales nacen a la vuelta de la esquina en un país tan fértil para producirlos, como el nuestro. No es necesario recordar esta experiencia aún latente y dañosa.
Lo malo pues, nunca ha sido el origen de los principios jurídicos constitucionales, sino el irrespeto a sus mandatos, como son las libertades y los derechos humanos, las libertades públicas y los derechos democráticos, el pluralismo político. En verdad, no hallaremos ningún derecho nuevo; lo nuevo es todavía la construcción de las condiciones políticas para que todos los derechos sean inaugurados y efectivos por vez primera.
V
Un elemento político –o mejor, una condición política— indispensable para que esas situaciones sean posibles en la nueva sociedad nicaragüense, es la organización partidaria y comunal, sindical y cooperativa, cultural y de género, científica y gremial de la mayor parte de la sociedad. Para calcular bien el valor que tiene una sociedad organizada, tengamos presente cómo y por qué la dictadura se está ocupando de liquidar todas las formas organizativas políticas, sociales y gremiales. Ya va hacia la eliminación de dos mil personalidades jurídicas.
Lo que en materia organizativa está dejando en pie la dictadura son los partidos políticos con directivos fieles a sus lineamientos y los sindicatos controlados por líderes que son agentes políticos suyos dentro de la clase trabajadora.
El próximo 6 de noviembre serán las elecciones municipales, y esos organismos oportunistas ya comenzaron a recibir las líneas para movilizarse de los modos y dentro de los límites que la dictadura les ha dictado. Ningún entusiasmo muestra la dirección de esos partidos, menos que puedan despertar entusiasmo entre la población.
Es que todo el mundo lo sabe. Cualesquiera sean los resultados electorales, los resultados los determina el consejo electoral orteguista. Y aun cuando a los partidos zancudos les han regalado alcaldías en elecciones anteriores, el gobierno se las ha venido quitando hasta con la policía, tal como se ha visto en días anteriores recientes en varios municipios del país.
Por algo, cuando Daniel le otorgó el mando del Ejército Nacional por primeras vez al general Julio César Avilés, le dijo: “Dios pone y quita reyes”… ¡y él sigue siendo el rey que pone y quita gente en las alcaldías!
Al margen de estas cuartillas
*Si de reyes hablamos, recordemos que todos han tenido su cardenal católico, y Daniel no iba a ser la excepción, pero se le murió…
*Parecerá muy profano pensar que la persecución actual contra los obispos y sacerdotes se debe a su disgusto por no haber podido reponer con ellos a su cardenal Obando…
*El caso es que, como somos profanos, lo pensamos: el cardenal Polito Brenes, no se le ha acercado mucho, y tampoco se lo enfrenta por los encarcelamientos de sacerdotes y obispos…
*Hasta el papa Francisco, el único papa que había dado motivos para simpatizar con él, pasó callado más tiempo que el prudente mientras persiguen a sus pastores nicaragüenses…
*Francisco habló de la necesidad de un “diálogo franco y abierto”; se lo olvidó que aquí ya hubo un diálogo hace tres años, y lo que Daniel abrió después fueron las cárceles…
*Y ahora que tiene gente adentro, no las quiere abrir; en esto Daniel sigue siendo muy Franco… ¡igual que Francisco el español, no de Francisco el Ché!