Guillermo Rothschuh Villanueva
11 de septiembre 2022
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El humor estaba adherido a su piel y en permanente acecho; en los momentos más crueles de su existencia, Manolo se burlaba hasta de su muerte
Portada del libro Solo en la compañía, de Manolo Cuadra. Foto: Confidencial | Reproducción. Cortesía
“Manolo Cuadra, haciendo de su existencia una continua
militancia rebelde, subversiva, poética, revolucionaria, enarbolaba
su grito de guerra en la Nicaragua de este siglo XX: ‘Yo soy yo”.
Julio Valle Castillo
I
El azar y las circunstancias me llevaron de la mano, no estaba en mis planes asomarme en estos días al torrente fragoroso de Manolo Cuadra. La solicitud de Nelly, urgida por mantener aceitado sus lazos afectivos con la patria amada, me sirvió de detonante. Tuve que rehacer mi bosquejo de lectura. Creí imperioso desandar las páginas de Solo en la compañía, selección de trabajos realizada hace un quinquenio por Jorge Eduardo Arellano, para el Festival Internacional de Poesía de Granada (2017). La manera que estructuró el libro, permite acceder a diversas opiniones y valiosas críticas, sobre un escritor cuya autenticidad humana queda expuesta a inevitables valoraciones. Manolo puesto ante nuestros ojos, a lo largo y ancho, para mantener vivo su canto.
La forma como Arellano procedió a engarzar los textos, nos aproxima a un Manolo integral, con sus contradicciones y rectificaciones políticas y su humor incandescente. Muestra su verticalidad y militancia proletarias, su posición de hombre de izquierda, su condición de prosista inaugural, su profesión de fe por la poesía y su honestidad intelectual. Un Manolo polifacético. Certero y ácido. Esgrimista de pluma acerada. Amigo de sus amigos. Impetuoso. Valorado justamente por Pablo Antonio Cuadra. El miembro más conocido del clan familiar de los Cuadra Vega, dueños y legatarios de un patrimonio cultural que todos hemos podido admirar y disfrutar. Ninguno resulta indiferente. Sus acciones y obras hablan por ellos. Con Manolo a la cabeza.
Coincido con el poeta Francisco Valle, Manolo ha sido presa de la peste nacional, enraizada históricamente en personas que emiten juicios sin conocer su creación. A Cuadra le han lanzado paladas de invectivas y centenares de elogios. La mayoría de los postores saben muy poco o nada de su producción literaria. La actitud se debe a que supo granjearse la amistad de vivanderas, lustradores, boxeadores, periodistas, tipógrafos, telegrafistas, obreros, borrachos y cantineros. Mario Cajina Vega afirma que pertenece a la última generación de escritores bohemios. Erick Aguirre lo ubica fuera de los predios de la vanguardia nicaragüense. Julio Valle Castillo muestra que compartió los postulados estéticos de los vanguardistas, hasta que se separó del grupo por razones políticas.
Cuando leí Almidón, quedé prendado de su ingenio político y su genio creativo. Las burlas acechan y cristalizan en cada página. La diversidad de recursos literarios lo ubican como fundador de la prosa moderna en Nicaragua. Así lo reconocen Lizandro Chávez Alfaro, Julio Valle Castillo y Erick Aguirre. Lizandro siente el deber de conferirle este honor. Con su novela Trágame tierra (1969), Chávez Alfaro se encargó de colocar a Nicaragua en la corriente impetuosa de la llamada nueva narrativa hispanoamericana. Trágame tierra, hermética y ceñida, da cuenta del sueño inconcluso y frustrado de varias generaciones de nicaragüenses, empecinadas en contar con un canal interoceánico. Una quimera que continúa rondando por la cabeza de los políticos. Una ambición que no apaga.
Con El gruñido de un bárbaro, Visiones y confesiones, Editorial Nueva Nicaragua, (1994), introducción y compilación a cargo del poeta Julio Valle Castillo, me ocurrió un fenómeno a la inversa. Sentí a un Manolo íntimo, consumido por el dolor y la alegría. Siempre batallando. Sus revelaciones estrujan el corazón. Su doble confesión me impactó.
Entre sus amistades solo había poetas y su único bien, el más preciado para un escritor —su producción literaria— estaba a un paso de ser confiscada. Testimonio amargo. Lacerante. Muestra sus llagas y tormentos. Podemos asomarnos a sus pasiones y expectativas. Creyente y blasfemo. Cercano. Hombre de familia. Pidiendo a Dios una prorroga existencial. Siempre humano y contradictorio. Siempre Manolo.
Las coincidencias entre Chávez Alfaro y Aguirre se circunscriben a considerar a Manolo, como el primer narrador moderno nicaragüense. Las diferencias surgen en el momento que Chávez Alfaro y el mismo Arellano, creen que Almidón no logra confluir “en un solo caudal narrativo o que su articulación como novela es insuficiente o no resulta convincente”.
Con abundantes pruebas, Aguirre demuestra lo contrario. Está convencido que, en Almidón, Cuadra experimentó una narrativa “en la que el instinto, el azar, el estado de alerta de los sentidos, el humor, el juego constante y la identificación con los entornos urbanos acaban por fundirse y confundirse en el proceso de escritura y de lectura”, algo en lo que estoy plenamente de acuerdo. Las rupturas y alteraciones cronológicas son conscientes.
II
De la selección de poemas efectuada por Arellano, fácil distinguir su poesía lírica, Único poema del mar, escrito en Litle Corn Island (1937), durante el destierro al que lo mandó su verdugo, Anastasio Somoza García y su poesía épica, resumida en su poema, Miguel Ángel Ortez (Quilalí, 1932). En el primero consagra a la piel canela, Miss Christine Braughtigam. Se mantuvo prendado de “Su piel con un raro color a cinamomo, /cocida a la alta presión del trópico/ muchas veces, en los hornos de julio y agosto”. Los últimos tres versos del soneto dedicado a Ortez, se convirtieron en clásicos dentro de la poesía política nicaragüense. Hay quienes los recitan de memoria. “Usaba desde niño pantalones de hombre. /y aún hecho ya polvo, al recordar su nombre, /se meaban de pánico los yanques”.
El humor estaba adherido a su piel y en permanente acecho; en los momentos más crueles de su existencia, Manolo se burlaba hasta de su muerte. Todos temían ser alcanzados por sus dardos. Carlos Fonseca Amador, descree del ofrecimiento de Manolo: un pasaje para asistir al Festival de la Juventud en Moscú, (1957). Piensa ser otra de sus víctimas. En esa época Manolo trabajaba en el diario La República, en San José de Costa Rica. Fonseca Amador viajó a ese país a coger oxígeno, un médico le había diagnosticado fatiga. Entregado por entero durante a la lucha política y a la jefatura de redacción de El Universitario durante 1956 y 1957, sintió la devastación provocada por el agotamiento. Como nada se concretaba, Carlos creyó que se trataba de una broma más del panida.
Cuando Carlos llegó a San José, Manolo había sido sometido a una intervención quirúrgica. Como si fuese una nimiedad le dice que lo “dejaron tuerto de un riñón”. En el retrato muy humano y bien acabado, Manolo en la memoria, su pariente Mario Cajina Vega, quien vivió y padeció los días finales de su vida fructífera y elocuente, desgaja cuatro de sus expresiones corrosivas, con sus respectivas consecuencias: cárcel o exilio. Manolo asistió a ver una película en el Cine Margot. Una parodia de un déspota latinoamericano. En el comentario que publicó al día siguiente, pidió a Anastasio Somoza García, reclamara los derechos de autor por su enorme parecido. Gajes del oficio, en las veinticuatro horas siguientes, Manolo era expulsado hacia El Salvador.
En otro momento se comentó en la esquina de los Coyotes, (ubicada en la Avenida Roosevelt, de la vieja Managua), de una posible devaluación del córdoba. Un pretexto formidable para que su hermano de infortunios, Toño López, dibujara una caricatura con texto de Manolo, donde aparecían dos monigotes comentando la noticia: “—Se habla del tipo de cambio. —¿Y por qué no se habla de cambio del tipo?” A las 7 p. m. recuerda Cajina Vega, tras la risa y rabia de Somoza García, apareció un jeep de la guardia, comandado por un teniente y cuatro agentes de investigación, depositando por tercera vez a Manolo y Toño López, en la frontera con Costa Rica. Muy enfermo, imposibilitado de caminar clamó: “Ayúdenme a trasladar el espectro”; y como si fuese poco, “Estoy decidido a morir”.
En su valoración poética, Jorge Eduardo Arellano resalta dos aspectos. Su naturaleza de sonetista consagrado y su carácter de pionero de la poesía testimonial en Nicaragua. Elementos en los que coinciden la mayoría de sus panegiristas. En el libro escrito por Carlos Fonseca Amador, Un nicaragüense en Moscú, (Managua, Publicaciones de Unidad No 4, 1958), expresa que a Manolo parecía absurdo situar El viejo y el mar de Ernest Hemingway, sobre Viñas de ira, de John Steinbeck.
Aguirre concluye que, salvando la inclinación política de Cuadra, su propia biografía, orígenes y motivaciones, están más cerca del hombre de acción que fue Hemingway: boxeo, exilio y violencia. Arellano recuerda que Manolo era “un sujeto de fuerte y atractiva personalidad”. Un dandy ocasional.
Solo en la compañía nos ofrece una visión panorámica de la vida y andanzas de Manolo Cuadra, hombre de cuerpo entero, carismático, atento a los estremecimientos políticos. Vital como muy pocos escritores en Nicaragua. Combativo y combatiente, querendón y querido. Por donde pasó dejó huellas. Admirador confeso de Jean Arthur Rimbaud. Cuentista afortunado. Articulista. Ensayista de alto vuelo. Periodista multidisciplinario. Soñador de la patria nueva. Comprometido con las causas populares, su poesía quedó a salvo del panfleto. Si creemos a Francisco Valle, sus primeros versos son modernistas y de la mitad de su vida para arriba, vanguardistas. Como certifica Arellano, “La honda poética de Manolo lanzaría una docena de poemas destinados a permanecer en la memoria”. Gran verdad.
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Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.
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