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Ella. El día que la desterraron

“Estoy bien. Triste, enojada, emocionada, pero bien”, me dijo a la vez que su voz rompía con fuerza en llanto. “Tienen a más mujeres encerradas”

El avión que trasladó a los presos políticos excarcelados de Nicaragua.

El avión que trasladó a los presos políticos excarcelados de Nicaragua a su llegada a Guatemala. Foto: Presidencia de Guatemala

María Castañeda

7 de septiembre 2024

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No recuerdo si fue hace un año, un poco menos o un poco más. El último mensaje que intercambiamos fue en ocasión de un cumpleaños. El suyo, o el mío. Tampoco lo recuerdo. Nos dijimos la tan recurrida frase “espero verte pronto”. Nos faltó un “te quiero”, también quizás un “cuídate”.

¿“Cuídate”? ¿De qué, se preguntarán ustedes? ¿Cómo se puede contar de forma sencilla? Le estaban pisando los talones. La seguían y la observaban. Llevaban tiempo persiguiéndola por su actividad y militancia. Ella no hizo nada, pero lo hizo todo. En un país en el que el delito es defender las libertades, existir y resistir, ella cumplió con todos los requisitos para lo que luego ocurrió.

Fue de madrugada, o por la mañana. Se la llevaron sin decir por qué. La Policía la detuvo para llevársela a una cárcel de mujeres, “La Esperanza”. Un nombre que refleja todo menos lo que ahí se vive. Tardamos varios días en saber de su estado y de su bienestar emocional. 

¿De qué se le acusa? ¿Por qué se la llevaron? Nadie lo sabía. "Ya le habíamos dicho que no anduviera haciendo cosas que se la iban a llevar", decían algunos familiares y conocidos suyos para restarle importancia al hecho de que ni siquiera había una acusación en firme contra ella o un delito, proceso debido, hecho probatorio o causa alguna que aclarase las razones de su encarcelamiento.


En Nicaragua hace tiempo ya que no hay ninguna lógica que explique el actuar gubernamental o la arbitrariedad con la que actúan las autoridades. 

Semanas más tarde nos dijeron que la razón por la que se la habían llevado es porque alguien había filtrado un video suyo a la Policía en el que se le veía romper una bandera del partido. Como si alguna vez la libertad de expresión hubiese estado confrontada con no poder profesar abiertamente la oposición a un régimen dictatorial y sus símbolos.

El día 5 de septiembre la liberaron. Mejor dicho, la sacaron del país porque se negoció un acuerdo con el Gobierno Estados Unidos un destierro. No le han devuelto la libertad que le arrebataron cuando la metieron presa. Le pueden llamar libertad, pero no lo es. 

Un destierro tiene profundas implicaciones emocionales, psicológicas y, por qué no decirlo también, económicas. Esto no es un acto elegante o enviarla a un lugar mejor para disfrutar de la libertad de la que le privan por vivir en un país secuestrado, o de la que le arrebataron por oponerse a la represión.

Es una condena por partida doble al aislamiento, al ostracismo, a la pérdida de una identidad y al desarraigo. En este caso, al menos hasta ahora, no ha habido una comunicación oficial que diga que se le ha privado de su nacionalidad. Esto, no obstante, de facto lo es. Impedirle vivir en su país y en libertad, además en una tremenda situación de incertidumbre por no saber si podrá volver o abrazar a sus seres queridos, la zozobra que esto conlleva, son solo los arreglos florales de este terrible desenlace. 

No olvidemos que el destierro ya era un castigo en Roma o en la antigua Grecia para los enemigos políticos o para los herejes en la Edad Media. El anacronismo en el que se encuentra instalada la dictadura de Ortega y de Murillo da buena cuenta de su idea del poder, de su responsabilidad en la violación de derechos humanos fundamentales, y su escasísima voluntad de llevar esta crisis democrática a una solución real y duradera.

Ella ya lo sabía. Lo sé porque me lo dijo cuando hablé con ella tras un año sin escucharla. Su voz estaba temblorosa y decidió dejar ver sus lágrimas de dolor, de rabia, de impotencia. Tampoco se ruborizó de hacer alguna broma.

“Ya sabía que me iban a ir a buscar. Lo querían hacer en el medio del bullicio de la calle para que nadie protestara. Los obligué a irme a buscar a mi casa”, me dijo guardando un silencio prolongado.

“Después de encarcelarme, me robaron”, concluyó. ¿Qué más le podían haber robado que su bien más preciado? ¿su libertad? 

Me contó del horror de su prisión. Insistió en que no la torturaron, no le pusieron un dedo encima. La hicieron creer que era normal el trato vejatorio de privarla de luz del día y de aire fresco durante un mes entero. Humillaciones que recoge la Convención contra la Tortura de la ONU como otra violación más a sus derechos. 

“Llevo un año entero sin escribir y menos mal que me entregaron un Nuevo Testamento para leer. Sin esas ventanas, me habría vuelto loca”. 

Ella siempre ha sido una mujer radiante, alegre, amorosa, cercana y provocadora de debates. Siempre cuestionó al establishment y al poder desde la propuesta y la participación ciudadana. Ella, una fuerza de la naturaleza con una sonrisa contagiosa y explosiva, aceptó como válido castigo que le privasen del sol, del aire y del contacto humano.

Aunque siempre fue una luchadora incansable que no aceptaba un “no” por respuesta, en esta ocasión aceptó las condiciones impuestas en la cárcel. De esta manera, el régimen está logrando apagar el fuego y el espíritu que se despertó en ella en 2018. Matar toda conciencia y apagar toda crítica o reclamo de justicia, libertad o democracia. Ella misma me dijo: “Ya no hay oposición, la gente ya no está en las calles, ya no están protestando.”

“Estoy bien. Triste, enojada, emocionada, pero bien”, me dijo a la vez que su voz rompía con fuerza en llanto. “Tienen a más mujeres encerradas, esto es una injusticia. No puedo soportarlo. Una de ellas que va a cumplir 70 años… una adulta mayor a la que castigan acusándola de terrorista”. 

“Yo no sé lo que voy a hacer. Me dejaron salir y no me dejaron ni siquiera ponerme ropa limpia”. Escuchaba su historia al otro lado del teléfono con la misma rabia que ella, con su misma impotencia. ¿Qué más puedo hacer, si no escuchar, contar?

A ella sí le dijeron que la sacaban, pero a su familia no. Otra forma más de castigo y de incertidumbre. Cuando anunciaron de madrugada que saldrían 135 personas del país, empezamos a navegar en un mar de incertidumbre sin saber quiénes eran estas personas y en qué condiciones llegarían al destino que alguien, en su nombre, había negociado.

Ella es fuerte. La conozco bien y sé que saldrá adelante. Para eso estamos también su red de afectos y de amistades. Ya le han hecho todo el daño que le podían hacer. Al resto de cientos de miles de personas que siguen en el país, y a otros cientos de miles que estamos fuera, nos siguen torturando desde la distancia. Pero no vamos a parar en nuestro empeño de que Nicaragua sea libre otra vez.

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María Castañeda

María Castañeda

Feminista. Profesional en Relaciones Internacionales. Experta en cooperación internacional, en igualdad de género y especialista en derechos humanos.

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