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Elecciones en Brasil: la democracia está en juego

Todas las encuestas confirman una victoria de Lula en la primera vuelta como el escenario más probable, pero no está claro si podrá evitar un balotaje

Simpatizantes del presidente de Brasil y candidato a reelección, Jair Bolsonaro, se toman las calles para mostrar su apoyo al gobernante. Foto: Confidencial | EFE.

Daniel Zovatto

2 de octubre 2022

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Este domingo 2 de octubre se celebran las elecciones generales en Brasil, la cuarta democracia más grande del mundo, y la mayor de toda América Latina. Son las elecciones más importantes y complejas desde el retorno del país a la democracia a mediados de la década de los años 80 del siglo pasado.

Más de 156 millones de electores (697 000 están registrados en el exterior) están habilitados para elegir presidente y vicepresidente, renovar totalmente la Cámara de Diputados (513), un tercio del Senado Federal (27 senadores), escoger 27 gobernadores y 1059 legisladores estatales; una mega elección cuyos resultados reconfigurará el mapa político brasileño y definirá las condiciones de gobernabilidad del nuevo Ejecutivo nacional. El voto es obligatorio (entre 18 y 70 años) y desde 1996 se vota electrónicamente vía la urna electrónica, instrumento que es seguro, confiable (79% confía en ella), transparente y auditable.

Polarización y encuestas

Si bien existen varios candidatos a presidente, la elección se ha polarizado entre el presidente Bolsonaro (que busca un segundo mandato consecutivo) y el expresidente Luis Ignacio (Lula) da Silva (que ya gobernó entre 2003 y 2010, e intenta ahora regresar para un tercer período). Ambos candidatos concentran la mayor intención de voto y, al mismo tiempo, los niveles más altos de rechazo: 52% no votaría por Bolsonaro y 36% no lo haría por Lula (Datafolha).

Todas las encuestas confirman una victoria de Lula en la primera vuelta como el escenario más probable: otorgan a Lula una amplia ventaja sobre Bolsonaro de entre ocho y catorce puntos. No está claro empero si Lula podrá evitar tener que disputar un balotaje previsto para el 30 de octubre. Para ello deberá obtener el 50% más uno de los votos válidos.


Sus probabilidades de quedarse con la presidencia este domingo han venido aumentando en los últimos días, pero nada es seguro. Para lograr este objetivo, el expresidente deberá conquistar un importante nivel de apoyo de parte de los indecisos, atraer votantes (voto útil) de los otros candidatos minoritarios, y lograr una amplia movilización que aumente la participación electoral en zonas del país y sectores que le son favorables.

Campaña con violencia y ausente de propuestas

Brasil llega a estas elecciones en condiciones de alta crispación política, con casi 700 000 muertos por la pandemia y un escenario económico complejo. Para el 38% los principales problemas son la inflación, el desempleo y la crisis económica. Un 66% considera que la situación económica en los últimos años se ha mantenido igual o se deterioró y 59% desaprueba la manera en que Bolsonaro ha gobernado.

Ha sido una campaña llena de ataques -que volvió a repetirse con fuerza en el último debate del jueves en la noche- y vacía de propuestas sobre todo de parte de Lula y de Bolsonaro. Lula ha criticado al presidente por su mal manejo de la pandemia, de la Amazonía y de la economía, apelando a la memoria de un “pasado mejor” (cuando fue presidente) y a la promesa de que si vuelve  “hará más y mejor”, pero sin entrar en detalles.

Es consciente de que en caso de ganar, la situación interna e internacional será mucho más  compleja y adversa que cuando llegó al poder en 2003. Bolsonaro, por su parte, ha atacado duramente a Lula por sus escándalos de corrupción, y ha puesto foco, en los últimos meses, en lograr recuperar la economía, bajar la inflación, reducir el desempleo, e inyectado una cuantiosa cantidad de dinero en los bolsillos de los más necesitados (Plan Auxilio Brasil) con propósitos electorales.

Para aumentar sus posibilidades, Lula articuló una amplia alianza electoral (más de diez partidos) que, de triunfar, le servirá de base para gobernar un sistema político caracterizado por un muy elevado nivel de fragmentación (32 partidos registrados). Para ello, además del apoyo de su propio partido (PT), logró sumar diversas figuras de peso, exministros, economistas y empresarios, y también sectores de centroderecha, como Geraldo Alkim, antiguo adversario y hoy su candidato a vicepresidente. Bolsonaro, en cambio, concentró sus alianzas con los sectores radicales de derecha, los militares y evangélicos.

Redes sociales y contaminación informativa

Similar a las elecciones de 2018, las redes sociales han vuelto a tener un papel crucial y tóxico en esta campaña, pero con ciertas diferencias. Mientras hace cuatro años las redes fueron utilizadas mayormente por los seguidores de Bolsonaro, en esta ocasión ambas campañas hicieron un uso más parejo de las mismas.

Una segunda diferencia fue que en este proceso electoral el Tribunal Superior Electoral (TSE) alertó tempranamente sobre el peligro del mal uso de las redes sociales y la reproducción de fake news y, en asocio con varias agencias de verificación, desarrolló una aplicación para que los ciudadanos puedan detectar información falsa relacionada con la campaña. Empero, estas importantes medidas no lograron impedir que los discursos de odio propagados por las redes sociales generaran un clima de violencia verbal y físico entre simpatizantes de los principales candidatos, incluida tres muertes.

Conclusión

Es mucho lo que está en juego en estas elecciones. No se trata solo de renovar los mandatos populares sino también reafirmar la confianza en el proceso electoral -como la única vía legítima de acceder al poder- y del propio régimen democrático.

Por ello, las denuncias infundadas de Bolsonaro en contra del proceso electoral, la urna electrónica y la labor del TSE y sus amenazas de que bajo ciertas circunstancias no aceptaría un resultado adverso siembran un manto de sospecha sobre qué podría ocurrir el día después ante un eventual triunfo de Lula.

El fantasma de la traumática experiencia vivida hace poco en Estados Unidos, cuando el expresidente Trump se negó a reconocer el triunfo del presidente Biden, y los ataques de grupos radicales al Capitolio planean en el imaginario brasileño como la pesadilla a evitar. En este escenario, un oportuno comunicado del Alto Comando del Ejército emitido el pasado viernes, expresando que quien gane se “lleva la presidencia” fue bien recibido y contribuyó a descomprimir un ambiente electoral tenso. Y si bien la amenaza de un golpe de Estado se ha venido debilitando (75% apoya a la democracia y solo 7% a un golpe) existe riesgo de que puedan darse situaciones de protestas y de violencia política.

Resumiendo: no exagero al afirmar que la democracia brasileña está en juego. En efecto, la democracia es un régimen que se caracteriza por la certeza en las reglas de juego y la  incertidumbre en el resultado de las elecciones, así como un sistema en el que los partidos compiten, pierden elecciones y aceptan los resultados. Las reglas de juego y el TSE garantizan unas elecciones con integridad. Ahora, la responsabilidad recae en los actores políticos para que quien gane lo haga con magnanimidad y quienes pierdan acepten su derrota. Esto es, precisamente, lo que está en juego en estas elecciones.


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Daniel Zovatto

Daniel Zovatto

Investigador senior del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile. Es doctor en Derecho Internacional y Gobierno y Administración Pública. Máster en Gerencia Pública, Derechos Humanos, y Diplomacia. Es miembro del Consejo Asesor del programa para América Latina del Woodrow Wilson International Center for Scholars.

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