2 de noviembre 2015
La escena de marcha y contramarcha del 27 de octubre le dio a Nicaragua uno de esos raros momentos en que todos podemos entender por dónde andamos en asuntos de ciudadanía. Un termómetro que revela la temperatura de nuestra democracia y ayuda a elaborar algunas mínimas ideas de cuáles son los conflictos presentes en la sociedad nicaragüense y sus posibles salidas a través de canales, igualmente democráticos (o no).
No se trata solamente de una pugna entre el gobierno y los campesinos por la construcción del Canal Interoceánico, cuyas condiciones (dígase de paso) el país entero todavía desconoce. La experiencia del martes, con todo el simbolismo del caso, le cargó altos costos al FSLN en la disputa por el control de las calles – y de la participación política – que el partido oficialista mantiene desde hace más de cinco años. No importa no haber llegado hasta a la Asamblea Nacional. Los desafíos que enfrentaron a lo largo de la madrugada para arribar a Managua fueron suficientes para crear la clara incomodidad oficial y la fascinación urbana con la que fueron recibidos.
La ocasión no podía ser menos propicia. A lo largo de todo octubre, los principales sectores populares del país revigoraron las estrategias de movilización que desde hace tiempo parecían decaídas. Episodios emblemáticos como el “milagro” de Rancho Grande, la resistencia de las mujeres de Mina El Limón y la marcha campesina del 27 de octubre no sólo le echaron paladas de tierra (felizmente) a la percepción de que los movimientos sociales están casi extintos de la práctica política de Nicaragua. Existe en el país un renovado activismo, sí. Y es por eso que los “nuevos” manifestantes se tomaron las calles y todos los espacios disponibles, imprimiendo otros significados a la represión policial y a las experiencias activistas.
Sin duda se requieren más análisis que expliquen, adecuadamente y con la profundidad del caso qué significan todas esas movilizaciones rurales para el avance democrático nicaragüense. Sin embargo, propongo algunas primeras reflexiones a partir de las cuales comprender cuáles son las características de estas manifestaciones y qué aspectos comienzan a ser colocados en nuestra gramática política.
En primer lugar, resulta obvio que las “nuevas” protestas ni se rigen ni apuntan a un centro o un foco definido. Todas las movilizaciones comenzaron a esparcirse casi de forma simultánea desde diversas localidades como Nueva Guinea, Juigalpa, Boaco, Tecolostote, Matagalpa, León, etc. Excepto por la marcha del día 27, Managua no fue el centro de las protestas, a como tampoco existió una movilización central. Tanto en la lucha anti-canal de los campesinos y productores, como las protestas de las mujeres de Mina El Limón en respuesta a la represión sufrida por los sindicalistas de la B2Gold Corporation y la movilización de Rancho Grande que paralizó la inversión de la citada compañía en este pequeño poblado, la centralidad e importancia estaban en sí misma.
Ninguna de las luchas se sobrepuso a otra, a como ninguna movilización dependía del resultado de la anterior. Las tres protestas generaron su propia dinámica, bastante cercana a su realidad y en clara defensa del territorio, generando una desgastante reacción represiva. Nunca la Policía Nacional se sometió a tamaño deterioro en tan poco tiempo, debido a la repetida práctica, casi diaria y semanal de la represión por parte de la Brigada Antimotines.
Y en este punto radica la segunda característica que me parece remarcable. Todas estas movilizaciones le dieron un nuevo sentido a la represión policial, pues lejos de dispersar y diluir las protestas, cada intervención policial sólo reforzó las movilizaciones a partir del aumento de la indignación, la generación de ondas de solidaridad y un alto prestigio de la protesta en los medios de comunicación. El impacto de la represión para el aumento de la protesta ya ha sido teorizado por varios estudiosos europeos de los movimientos sociales, pero existe un factor que distingue la actual realidad de Nicaragua: Al mismo tiempo que las protestas se fueron fortaleciendo, el prestigio de la Policía Nacional, ya bastante desgastado desde la masacre de las Jaguitas, ha comenzado a deteriorarse gradualmente.
Tal vez sin pretenderlo, los movimientos populares han conseguido que la Policía pague un alto costo por la violencia generada, y mucho deberá hacer la jefatura nacional, junto a los corresponsales del gobierno, por recuperar el prestigio perdido si aún existe en el alto mando alguna necesidad de legitimar la actuación policial por la confianza ciudadana y no sólo por la orden directa del jefe presidencial.
El último punto que me parece destacable, y no por eso menos importante, es que las protestas populares empiezan a descartar abiertamente la demanda de un líder. Los manifestantes no necesitan de una vanguardia ni están en la búsqueda de un representante (los liderazgos pertenecen a ellos mismos, mujeres rurales, campesinas y comunitarias), contrariando (por suerte) el impulso casi nacional de que “Nicaragua necesita un líder”. Desde esa perspectiva, le arrebataron al FSLN la retórica de la representación popular, y por si eso no quedaba suficientemente claro, no existió ningún empacho en quemar la bandera del FSLN en pleno acto público.
A mi juicio, es una de las características más innovadoras. Estas movilizaciones tornaron dispensable la figura de un líder único, dándole un sentido altamente genuino a las protestas, pues las motivaciones por las cuales salieron a las calles residen en el temor de perder sus tierras, sus empleos, el sustento básico de la vida. En definitiva, son esas las pautas que están movilizando a una buena parte de la sociedad nicaragüense y de atenderlas adecuadamente dependerá que sepamos evitar un conflicto más grave aún.
Sin duda, estas movilizaciones no sólo parecen dar una lección a un activismo que parecía decaído en el escenario nicaragüense. Las protestas de octubre han mostrado que tienen todo el potencial necesario para que – en dependencia de la respuesta del sistema político y de la comprensión que todos podemos hacer de sus características y señales – puedan salvar a la frágil democracia de terminar en Cuidados Intensivos, o sino en un lugar menos deseable.
El autor es Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Campinas (UNICAMP) en São Paulo, especialista en el área de activismo, movimientos sociales y partidos políticos.