9 de agosto 2022
Suyen sigue en arresto arbitrario, por casi 14 meses ya. En realidad, ha sido el robo de un año de nuestras vidas. Después de más de 420 días aquí seguimos de pie a la par de nuestra hermana –cuyo retrato hablado compartimos hoy—.
La pandemia demostró esa dureza de vivir en aislamiento, forzados a estar sin el contacto humano, y provocó un alza de aflicciones como la depresión y la ansiedad. Ahora imagino la dureza de estar en una celda en solitario, como está Suyen.
Pienso en los hombres que se encuentran en celdas de castigo, como la llamada El Infiernillo en el centro penitenciario La Modelo. Pienso en Suyen, Tamara, Ana Margarita, y Dora María que han estado aisladas e incomunicadas por más de 420 días en Auxilio Judicial, conocida como “el nuevo Chipote”.
¿Qué cara tiene el aislamiento?
Según las Reglas Nelson Mandela, la número 43: “Las restricciones o sanciones disciplinarias no podrán, en ninguna circunstancia, equivaler a tortura u otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes. En particular, quedarán prohibidas las siguientes prácticas: a) El aislamiento indefinido; b) El aislamiento prolongado…”.
Suyen ha permanecido en una celda sola, sin permitírsele ese contacto humano con otra persona en casi 14 meses. Literalmente: sin permitírsele hablar. Si lo hace, puede ser castigada. Los primeros 80 días cuando estuvo desaparecida, no la vimos del todo.
Esta falta de contacto humano se extiende a las pocas veces y los pocos minutos que se le ha permitido recibir la luz solar. En los primeros meses Suyen ni siquiera recibió luz solar, hasta hace unas semanas le permitían recibirla por minutos cada diez días, según la última visita ahora es más a menudo, pero siempre en esa constante soledad forzada. En un momento, mi mamá nos decía: —“Está blanca, pálida”—.
Imagino al inicio a Suyen sin saber a ciencia cierta si es de día o de noche, con la luz encendida las 24 horas y la contradicción de no tener permitido ni un libro, ni siquiera la biblia, para hacer menos largos los días de encierro en solitario. La privación sensorial es otra de las características del aislamiento.
Miguelito, la hija de Tamara, la de Mendoza, el hijo de Suyen
Otra de las Reglas Nelson Mandela, la número 58: “Los reclusos estarán autorizados a comunicarse periódicamente, bajo la debida vigilancia, con sus familiares y amigos por correspondencia escrita y por los medios de telecomunicaciones, electrónicos, digitales o de otra índole que haya disponibles; y recibiendo visitas”.
Es imposible no sentir el dolor de Miguelito, un joven con discapacidad lleno de amor para su padre que lo único que quiere es poder abrazarla. Siento dolor por la angustia que siente la niña de Tamara que quiere cerciorarse de que su madre vive y que no la olvida. Siento dolor por la rabia de la niña de Miguel Mendoza, porque su mamá puede verlo y ella no. O la de mi sobrino que con cualquier mención de su mamá se vuelve a la ventana, buscándola y queriendo escuchar su voz. ¿Por qué castigar a niños y niñas inocentes prohibiéndoles lo más preciado para su bienestar: el contacto directo con sus padres y madres? ¿Por qué no permitirles una visita, una llamada o una carta?
Una psicóloga infantil, a quien he consultado respecto del caso de Suyen, me habla del concepto de pérdida ambigua. Se refiere al dolor y angustia cuando existe una pérdida significativa inconclusa y hay confusión o incertidumbre sobre esa persona. “En el caso de un pequeño de 5 años con este tipo de pérdida, el poder procesarla representa un reto particular”, me dice, “pero podría ser remediada, al menos con el contacto regular con su mamá”.
Los menores son más vulnerables, pero también hay dolor para la hija de 19 o 30 años. Sin importar la edad o dónde estamos, todos queremos al menos oír la voz de nuestros familiares más allá de lo que “escuchamos” únicamente en nuestros recuerdos.
Un dolor compartido con tanta gente
“La vida sigue”, me recuerdan. Lo sé, pero en las noches me cuesta conciliar el sueño, camino con un torozón en la garganta, en mi familia estamos incompletos. Mi hermano me dice: —“Yo salgo y hago cosas por los niños, pero ni ganas tengo”—. Luchamos por concentrarnos porque nuestra mente divaga: ¿Les habrán sacado con el temblor? ¿Cuándo será la visita?
Después de tres semanas de la última visita me empiezo a poner inquieta. Pasan 30, 35, 40 días y me entra la zozobra de no saber cómo la encontraremos, que si estará más delgada, que si estará mejor de los hongos en la piel, que si estará sufriendo de algún otro padecimiento. A medida que van pasando las semanas la expectativa aumenta. El no tener un calendario de visitas cada 21 días, como lo manda la ley, añade a otro trato violatorio de derechos humanos que se extiende a la familia también.
Esta situación no es única de mi hermana Suyen. Recuerdo cuando leí sobre lo que ha significado para la familia de María Esperanza Sánchez su encarcelamiento. O de la abuelita de los niños de Karla quienes ahora están bajo su responsabilidad. Oímos de golpizas, de constantes violaciones a los derechos de todos y todas. Este es un dolor compartido con las familias de las más de 190 personas presas políticas en nuestro país.
Sin embargo, Suyen, con la fortaleza de su espíritu y de su inocencia, resiste. Ella hace ejercicios dentro de su celda, medita, reza, visualiza el reencuentro con su pequeño y delinea en su memoria los personajes del cuento que le contará para explicar la razón de su ausencia. Suyen ocupa su mente haciendo planes para la celebración que quiere para mi mamá, la mujer con la fe inquebrantable, la mujer que no se da por vencida llevando la foto de su nieto vez tras vez.
Suyen y las 190 personas presas políticas son personas inocentes. Clamamos por el cese a la tortura de la incomunicación, por su libertad sin condiciones y con todas las garantías.