17 de julio 2023
Excluyendo las monarquías autoritarias, actualmente solo existen dos dinastías familiares plenamente autoritarias en el mundo: Corea del Norte y Siria. En Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, intentan establecer la tercera. La dinastía familiar es, en efecto, una forma de gobierno poco común en el siglo XXI. Sin embargo, los Ortega parecen determinados y confían en su capacidad estratégica y táctica para lograrlo.
Durante las dos primeras semanas de junio de 2021, Nicaragua entró en una nueva era, en la que las reglas que habían regido la política nicaragüense durante la mayor parte de las últimas tres décadas fueron eliminadas abruptamente. En esos días, todos los principales candidatos presidenciales fueron arrestados, esposados y llevados a prisión. Incomunicados —algunos en confinamiento solitario— fueron sometidos a constantes interrogatorios. A partir de ese momento, se despidió la vieja era de las “reglas Nicas” y se dio la bienvenida a la nueva era de las “reglas Putin”.
El cambio ocurrió de manera tan abrupta que la mayoría de la clase política nicaragüense no tuvo tiempo de protegerse. En aproximadamente un mes, las figuras más prominentes de los diversos sectores de la oposición nacional fueron apiñadas en pequeñas celdas de la tristemente célebre prisión de El Chipote. Incomunicados con sus familias y abogados, fueron sometidos a interrogatorios implacables mientras esperaban sus juicios amañados, los cuales aún tardarían meses en llegar. Nicaragua y el hemisferio se estremecieron.
La preparación del terreno para este momento de cambio comenzó con una serie de leyes aprobadas a finales de 2020. La primera ley exigía que cualquier persona o institución que recibiera financiamiento internacional se registrara como “agente extranjero”, similar a la ley rusa que había debilitado con éxito el trabajo de los medios de comunicación y oenegés independientes. Casi al mismo tiempo, se promulgó una ley especial sobre “ciberdelitos” que imponía penas de prisión por utilizar plataformas en línea para difundir “información falsa”. Finalmente, se aprobó una ley ambigua que equiparaba las críticas al Gobierno con “traición a la patria”.
Después de la detención de toda la cúpula de la oposición política, el cierre de oenegés y medios de comunicación independientes se aceleró rápidamente. A finales de 2020, se había puesto fin a la existencia legal de al menos 60 ONG y estaba claro que pronto se eliminarían muchas más. La adopción del modelo ruso fue tan escalofriante que, en la misma semana en que algunos de los candidatos presidenciales nicaragüenses comenzaron sus juicios dentro de la prisión en lugar de un tribunal, exactamente lo mismo estaba ocurriendo con Alexei Navalny en Rusia.
Las tácticas de “Putin en los trópicos” son evidentes. Pero ¿cuál es el objetivo y la estrategia a la que sirven estas tácticas? Estas solo tienen sentido en el contexto de un objetivo y una estrategia. Aquellos que piensen que estas tácticas no son más que reacciones e impulsos aleatorios de una pareja dictatorial errática no están comprendiendo a los Ortega.
El objetivo
El objetivo de los Ortega es lograr una sucesión dinástica fluida: primero, de Ortega a su esposa, Murillo, y luego de Murillo a su hijo mayor, Laureano, a quien muchos nicaragüenses ya se refieren como el “príncipe heredero”, o, en términos más criollos, como “El Chigüin” (apodo otorgado al hijo del dictador Anastasio Somoza Debayle, subrayando la percepción predominante de que probablemente estaba mal preparado e incapacitado para suceder a su padre).
Para comprender el objetivo de los Ortega, es necesario entender el poder casi atávico que la familia y la sangre tienen en la psique del nicaragüense promedio. Juzgar las situaciones en Nicaragua a través de una “lente familiar de conexiones de sangre” es histórico, cultural y un instinto nacional casi automático. Incluso cuando Daniel Ortega lideraba la nación en la década de 1980 supuestamente bajo una ideología marxista-leninista oficialmente antinepotista, la posición clave en su Gobierno —jefe del Ejército— siempre fue ocupada por su hermano Humberto, por supuesto. En Nicaragua, quienes tienen el poder dictatorial o se acercan a él, tienden a pensar en términos de un proyecto de dinastía familiar. La dinastía es la principal unidad de análisis en la historia de la política nicaragüense.
La marcha directa hacia un intento de dinastía por parte de Ortega dio su primer paso formal en agosto de 2016, cuando tomó la medida sin precedentes de seleccionar a su esposa como candidata a la vicepresidencia para las elecciones de noviembre. De ese modo, si él fallecía, ella le sucedería automáticamente según la Constitución. Se había declarado oficialmente un proyecto con intención dinástica.
A principios de 2016, hubo voces que instaron a Ortega a no elegir a su esposa como vicepresidenta y ganar unas elecciones libres y justas reconocidas internacionalmente en 2016, lo que legitimaría plenamente su presidencia. Después de todo, según estas voces, la debilidad de una oposición muy golpeada y el buen estado de la economía nacional garantizaban a Ortega una victoria fácil. Uno de los principales argumentos de este grupo era que tomar esa vía de legitimación ayudaría a que Nicaragua fuera segura para sus hijos y nietos cuando terminara su Gobierno. Poco parecían darse cuenta de que Ortega no buscaba una Nicaragua segura para su descendencia, sino una Nicaragua gobernada por su descendencia.
El desafío
Para comprender plenamente la nueva estrategia adoptada por los Ortega, es necesario analizar los desafíos a los que se enfrentan en cada paso hacia su objetivo dinástico.
La hipótesis de trabajo sugiere que Ortega fallecerá antes que su esposa, dadas sus edades y estados de salud relativos. Por lo tanto, se prevé que la primera sucesión será de él a ella, y luego la segunda sucesión será de ella a su hijo mayor, Laureano. Si Ortega no muriera primero, esto podría simplificar las cosas, pasando la dinastía directamente de él a Laureano. Sin embargo, de cualquier manera, según sus cálculos, Laureano heredará el reino al final. La primera sucesión planificada a la esposa es solo un paso hacia la dinastía: solo se establece una dinastía cuando la siguiente generación asume el poder.
En este punto, Laureano se asemeja a Bashar al-Assad en Siria, cuando estaba siendo preparado para suceder a su padre, Hafiz al-Assad, el longevo dictador. Había muchas dudas, incluso dentro del gobernante Partido Baaz en Siria, sobre si el joven Bashar tendría lo necesario para liderar en Siria. Al final, este hijo, considerado débil por muchos, resistió exitosamente una de las rebeliones más intensas en la historia reciente del Medio Oriente. Del mismo modo, dentro del partido sandinista existen dudas sobre si Laureano estará a la altura cuando llegue su momento. Por ejemplo, Lesther Alemán, líder estudiantil de la oposición encarcelado en 2021, informó que durante su interrogatorio le preguntaron repetidamente sobre sus opiniones ante la idea de que Laureano fuera el líder del país. Pero, al igual que Hafiz al-Assad en Siria con su hijo Bashar, Ortega tiene la intención de dar a su hijo la oportunidad de continuar la dinastía.
A pesar de que Laureano sea el objetivo final en el juego de la dinastía, el desafío inmediato no es él, sino Murillo. La sucesión de Ortega a Murillo podría resultar complicada, ya que ella no es bien vista por casi nadie. Fundamentalmente, no es una persona agradable, posee numerosas peculiaridades (su apodo es “la Chamuca”) y, aunque muchos reconocen su habilidad administrativa y su indudable contribución a la capacidad de Ortega para controlar el país manteniendo en marcha la maquinaria gubernamental, en general sigue siendo impopular. Incluso la mayoría de los sandinistas tienden a creer que, cuando Ortega comete un crimen o un error, se debe a alguna influencia maligna ejercida por ella. Varios presos políticos que estuvieron bajo custodia y fueron liberados recientemente en febrero informan que, en los intercambios con los guardias policiales de base, quedó claro que ella no les agradaba. Entre los sandinistas, Ortega es temido, admirado y apreciado: es un verdadero caudillo. Murillo solo es temida.
La estrategia
Analicemos ahora la cuestión clave a la que se enfrenta Daniel Ortega. ¿Cómo puede traspasar el control de Nicaragua a una esposa impopular para que ella, a su vez, lo traspase a un hijo aún no probado? ¿Cuál es la estrategia para lograr esto? La estrategia puede resumirse en dos palabras: castración política.
Esto se define como una eliminación irreversible y exhaustiva de la oposición, tan completa y profunda que el hecho de que Murillo y Laureano sean menos carismáticos, menos icónicos y mucho menos venerados por los sandinistas que Ortega será simplemente irrelevante a la hora de determinar si pueden controlar Nicaragua o no. La dinastía sobreviviría porque todos los vestigios de oposición dentro del país habrían sido completamente eliminados o reducidos a una irrelevancia absoluta.
Las tres tácticas clave empleadas para implementar esta estrategia pueden describirse de la siguiente manera:
- Limpieza estructural: Eliminar exhaustivamente del país todas las estructuras organizativas y mediáticas que puedan servir como anfitrionas o facilitar el crecimiento de cualquier oposición.
- Exilio selectivo: Exiliar de manera agresiva a todos los actores actuales y potenciales de la oposición, incluso despojándolos de su nacionalidad.
- Migración facilitada: Permitir de manera pasiva que la mayoría de las personas descontentas con vivir bajo un Gobierno de estilo autoritario emigren y envíen remesas.
La castración, por supuesto, conlleva una cierta pérdida de vigor por parte del sujeto de esa operación. Nicaragua podría perder más vigor económico debido a esta estrategia. No obstante, los Ortega apuestan a que la economía probablemente no se deteriore hasta el punto de ser suficiente para derrocar a la dinastía del poder.
La “dinámica migratoria” explica en parte su optimismo en este aspecto. Todas las sociedades albergan solo un cierto porcentaje de personalidades democráticas decididas que lucharán por la democracia. En última instancia, la gran mayoría de la población simplemente seguirá las normas, independientemente de quién las establezca, en lugar de causar problemas. Por lo tanto, hasta cierto punto, la represión autocrática provoca principalmente la emigración de aquellos con naturalezas más rebeldes o personalidades más democráticas que simplemente no pueden tolerar la represión.
Desde la perspectiva de un autócrata, estas migraciones pueden disminuir la presión interna para el cambio y, simultáneamente, aumentar las remesas enviadas desde el extranjero. En otras palabras, a medida que más personas emigren, el flujo de capital por remesas hacia el país crecerá, y habrá menos personas con personalidades democráticas para agitar el descontento interno. Esta dinámica migratoria puede ofrecer una receta viable para que una autocracia se mantenga en el poder durante mucho tiempo, incluso con una actividad económica considerablemente reducida, como se ha observado en Cuba y Venezuela.
Conclusión
La castración política es una estrategia radical. Cada nuevo paso puede resultar impactante. Sin embargo, debemos reconocer que todo esto sigue una lógica. Existe una estrategia identificable con tres tácticas principales, todas al servicio de un objetivo definido. Al analizar Nicaragua a través de este enfoque, todo cobra sentido.
De hecho, podemos acudir al histórico departamento de Chontales, la cuna de los ganaderos y montadores, para resumir la situación política actual de Nicaragua en una sola frase: El objetivo político es convertir a Nicaragua en un toro castrado lo suficientemente manso para ser montado por Murillo y Laureano cuando llegue su momento. Daniel Ortega nació en Chontales.
*Sociólogo y economista exiliado en Colombia.
**Fragmento del ensayo “Nicaragua: autoritarismo vía dinastía familiar” publicado en Douglas Castro Substack.com