28 de abril 2023
Esta es la historia de dos países pequeños y en desarrollo. Heliópolis y Urbana tienen gran necesidad de infraestructura verde. Sin ella, ninguno de los dos podrá cumplir con las metas de emisión de gases de efecto invernadero a las que se comprometieron en diversas cumbres sobre el cambio climático. Consciente de que estas naciones son de bajos ingresos, la comunidad internacional anuncia que le dará a cada una 1000 millones de dólares al año durante cinco años para hacer posibles las inversiones necesarias.
La mayor parte de las emisiones de Heliópolis provienen de las plantas a carbón que generan la energía eléctrica del país. Por suerte, Heliópolis cuenta con abundante sol y su población, mayormente rural, está distribuida de manera pareja a través de su territorio. Paneles solares instalados en los techos y parques solares a pequeña escala pueden producir la energía que esos ciudadanos requieren, sin necesidad de mayor infraestructura para su transmisión y distribución. Así, Heliópolis emplea los 1000 millones de dólares en importar paneles solares (no se fabrican en el país), rápidamente cierra las plantas a carbón con sus tóxicas emisiones y anuncia que para 2030 toda su energía eléctrica será verde.
Urbana, en contraste, es un país densamente poblado. La mayor parte de sus emisiones de carbono proviene de automóviles y autobuses eternamente atascados en el copioso tráfico de la capital. Urbana necesita aumentar el uso del transporte público, lograr que el tráfico circule, reducir los tiempos de viaje y disminuir la contaminación.
Pero la construcción de carriles exclusivos para autobuses, túneles y puentes requiere cemento e ingenieros, cuya oferta es fija en Urbana. Así, los 1000 millones de dólares provenientes del extranjero elevan las ganancias de las compañías cementeras y las remuneraciones de los ingenieros, pero no logran que se construya infraestructura nueva. Las emisiones tóxicas siguen iguales. La consecuencia principal de la ayuda externa es el deterioro de la distribución del ingreso, puesto que los magnates del cemento y los ingenieros de fama que ya eran ricos, y se enriquecen aún más.
A medida que el mundo se prepara para pasar de “miles de millones a millones de millones” en capital destinado a financiar la transición a lo verde, una de las preguntas más importantes es si el mundo en desarrollo se asemeja más a Heliópolis o más a Urbana.
Un informe elaborado por colegas de la London School of Economics y The Brookings Institution, con sede en Washington, D.C., estima que para limitar el calentamiento a 1.5°C por encima de los niveles preindustriales, el mundo tendrá que invertir 1.3 billones de dólares adicionales de aquí a 2025 y 3.5 billones de dólares más hasta 2030. Esto significa un aumento en la inversión de por lo menos el 2% del PIB por año, y más en los países de bajos ingresos, donde la infraestructura verde es particularmente deficiente.
La primera pregunta es quién va a proporcionar el financiamiento. Esto dista de estar resuelto —de hecho, aún no se materializan los 100 mil millones de dólares al año que hace tiempo prometieron los países ricos— aunque hay cierto progreso. La segunda pregunta, que ha recibido mucho menos atención, es cómo asegurar que los fondos tengan los efectos deseados.
En juego está el “problema de la transferencia”, sobre el cual se enfrentaron los economistas John Maynard Keynes y Bertil Ohlin en el debate acerca de las indemnizaciones que haría Alemania después de la Primera Guerra Mundial. Keynes temía que mientras más cuantioso el pago que Alemania intentara hacer, más se deteriorarían sus términos de intercambio (el precio de las exportaciones alemanas en relación al precio de los bienes exportados por los países de las fuerzas aliadas), de modo que el esfuerzo por efectuar indemnizaciones resultaría contraproducente.
Los problemas de Urbana son un tipo de “problema de la transferencia” al revés. El país recibe fondos del exterior, pero el precio del cemento y de los servicios de ingeniería se elevan de tal manera que no le es posible construir nuevos túneles ni carriles para autobuses. La ayuda externa se vuelve contraproducente.
Este “problema de la transferencia” ocurre cuando los fondos se emplean en adquirir los llamados bienes no transables. El cemento es tan pesado, que no puede ser comercializado internacionalmente de manera rentable, y la legislación a menudo prohíbe que ingenieros extranjeros construyan infraestructura local. Esto explica por qué, en el ejemplo, Urbana se mete en problemas. No así Heliópolis, que emplea el financiamiento externo para adquirir paneles solares en el extranjero.
En realidad, las dificultades que enfrenta Urbana son aún peores de lo que parece a primera vista. Es probable que algunos de esos ingenieros locales cuyas remuneraciones se elevaron, trabajaran en firmas exportadoras. Ahora que los ingenieros son más caros y los exportadores carecen de recursos para contratar a tantos ingenieros, es posible que las exportaciones de Urbana disminuyan y que otros empleos del sector exportador (para trabajadores no calificados, por ejemplo) desaparezcan. Los gurús de las escuelas de negocios llegarían entonces a la conclusión de que Urbana se está volviendo “menos competitivo” y “perdiendo sus ventajas”.
En este país, la transferencia desde el exterior da origen a la enfermedad económica conocida como “apreciación del tipo de cambio real”. ¿Es posible que la apreciación resultante de los fondos recibidos del exterior sea lo suficientemente grande como para causar un daño real? Como lo sugiere el ejemplo, la respuesta correcta es “depende”. El demonio está en los detalles locales. Pero si, por ejemplo, cada punto porcentual del PIB en transferencias desde el extranjero implica una apreciación de 5% del tipo de cambio real, y en países de ingresos bajos y medios las transferencias de capital desde el exterior llegan al 3% o 4% del PIB por año, estaremos ante apreciaciones del 20%, más o menos.
No es el fin del mundo para los exportadores locales. Pero, es probable que la expectativa de esa apreciación moderada gatille flujos de capital adicionales, del tipo especulativo, con lo que el problema de la competitividad se intensificaría notablemente. Descontentos, los exportadores se sentirían tentados de realizar manifestaciones en el centro de la ciudad, lanzar frutas podridas a los ministros y, de paso, hasta romper algunas vitrinas
Advertencia: es posible que incluso en Heliópolis los flujos de capital extranjero causen cierta apreciación real. Resulta improbable que los paneles solares instalados en los techos proporcionen toda la electricidad que la población necesita. La energía verde también exige el tipo de inversiones a gran escala en construcciones tradicionales (como torres de transmisión y centros de distribución) que pueden apreciar el tipo de cambio real y erosionar la competitividad.
Son muchas las políticas que Urbana podría aplicar a fin de asemejarse más a Heliópolis. Para empezar, construir más carriles para autobuses no es la única forma de disminuir las emisiones de carbono; Urbana también podría adquirir autobuses mejores —vehículos eléctricos o por lo menos, híbridos, que no funcionen con diésel sino gasolina—. Dado que lo más probable es que los buses se importen, su adquisición no ejercería presión en el tipo de cambio real. Y si faltan ingenieros o electricistas, Urbana podría ofrecer permisos de trabajo a profesionales extranjeros, con consecuencias similares.
La transición verde se está promoviendo, correctamente, como una narrativa de crecimiento y empleo. Pero, si conlleva una apreciación real masiva, también puede destruir empleos. Y si los Gobiernos toman medidas —como importar equipos y emplear profesionales extranjeros— para limitar las fluctuaciones del tipo de cambio real, el atractivo político de lo verde comienza a disminuir. Imaginemos el eslogan de la campaña: ¡Apoya la transición verde! ¡Una oportunidad única para firmas y trabajadores de otros países!
La infraestructura verde es indispensable. Abogar por que las naciones ricas ayuden a financiar las inversiones que requieren los países pobres es la postura correcta, tanto económica como moralmente. Pero, del mismo modo que el mejor medicamento puede tener efectos secundarios no deseados, hasta el mejor plan de inversiones verde puede tener consecuencias no deseadas. A menos que las reconozcamos primero y luego las abordemos, el planeta no logrará la reducción de emisiones que tan desesperadamente necesita.
*Artículo publicado originalmente en Project Syndicate.