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El presente visto desde el ayer

“El futuro recordado” era el título más adecuado para las ciento veintiséis columnas publicadas por Irene Vallejo en el Heraldo de Aragón

Irene Vallejo, escritora española.

Guillermo Rothschuh Villanueva

29 de octubre 2023

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I

Al concluir el viaje hacia el ayer visto desde el presente, quedé totalmente convencido que El futuro recordado, (Debate, 2022), era el título más adecuado para las ciento veintiséis columnas publicadas por Irene Vallejo en el Heraldo de Aragón. Decidió sumar tres textos adicionales en un libro donde presente y pasado se abrazan. Para conquistar adeptos se volvía necesario conocer los entresijos de la cultura greco-romana y conjugarla con acontecimientos que estremecen el presente. Podríamos viajar a la inversa. Examinar el presente para indagar sus ligamentos con el pasado. Sin un conocimiento del presente de nada hubiese servido a la aragonesa su vasta sabiduría sobre una cultura que todavía reverbera en el ámbito mundial. La feliz conjugación de los tiempos otorga a sus digresiones permanente actualidad.

La diversidad temática vuelve sugestiva las incursiones que realiza acerca de un pasado cuyas marcas reaparecen cada vez que deseamos acercarnos al presente. Una sensibilidad especial y una mirada atenta a todo cuanto ocurre a nuestro alrededor, permiten a Vallejo recrear hechos que modelan el presente asomándose a la antigüedad. Un ir y venir de atrás para adelante y de adelante hacia atrás. Sus reflexiones aluden al poder, el amor, a las redes sociales, al Estado, los teléfonos móviles, la riqueza, la intimidad, la belleza, la trascendencia de las palabras, la política y los políticos, las eternas migraciones, la importancia del silencio en una sociedad ruidosa, la risa, la adulación, la avaricia, la demagogia, la privacidad, la democracia, etcétera. A los dioses griegos ayudando o importunando a los mortales.

La manera cómo Vallejo hilvana a autores clásicos y contemporáneos muestran agudeza. No fija la atención únicamente en filósofos, poetas y artistas griegos y romanos. Bucea en los intersticios de la cultura china e hindú. No lo hace con la intensidad con que repasa a sus preferidos de toda la vida: griegos y latinos. Lo sobresaliente viene a ser su capacidad de abstracción. Vuelve a recordarnos la necesidad de mantener viva nuestra curiosidad con el pasado. Somos herederos de una cultura que se enraizó en la profundidad de nuestra siquis. Sigue vigente. Constituye el hilo de Ariadna para entrar en la cueva del presente sin anteojeras ni legañas. Baja a las cloacas del Estado y sus turbios funcionarios. Trae a colación uno de los casos más sonados: el Watergate y toda su fetidez. A los mentirosos, oportunistas y gamberros.


Podríamos mostrarnos de acuerdo o no con sus propuestas, eso no quitaría un gramo al goce que depara su manera de adentrarse en las entrañas del pasado. Una incursión que nos permite comprender su permanencia a través de los siglos. Se esmera por mostrarnos cómo se repiten los hechos. Su alegato a favor del trabajo doméstico adquiere prestancia. Se muestra solidaria con sus pares. Las mujeres continúan asumiendo tareas sin las cuales el mundo se volvería un caos. Sería un infierno. Las reivindica. Un acercamiento en close up. Para martirizarnos o tal vez para que valoremos lo infravalorado, sin pretensión de agotar el tema enumera las tareas que efectúan las encargadas de preparar la comida, cuidar a los niños y acompañar a los ancianos. Un trabajo que los barbilindos invisibilizan y evaden contabilizar.

Durante siglos la niñez fue una edad sin voz. Era como si no existiesen. Vallejo acude a su condición de experta en raíces griegas y latinas, para hacernos saber que la palabra latina “infancia”, significaba “sin habla”. Los mudos hasta hace poco eran tenidos como adultos inacabados o bocetos de futuro. Esta indiferencia ¿obedecía únicamente —como piensa— a la altísima tasa de mortalidad infantil? Disiento. No lo creo. La realidad histórica muestra la explotación vil que se cernía sobre sus vidas. Vuelve a Charles Dickens, al soberbio inglés denunciando la crueldad ejercida contra la niñez. Con justicia retoma a Freud. Dejó establecido que los primeros años tan desconocidos, resultan “esenciales para forjar su personalidad”. Invita a ver la infancia y sus enigmas con apasionado interés. El silencio se convirtió en arenga permanente a su favor.

Portada del libro “El futuro recordado” de Irene Vallejo.

II

Arremete contra los chaqueteros, esos que cambian de bando cuando nuevos vientos agitan la política. No les tiene consideración. ¿Acaso podría tenérseles? Tránsfugas les llama. Puestívoros y oportunistas, se eternizan en los cargos. Trae a colación a Alcibíades, el mayor tránsfuga en la antigua democracia ateniense. El discípulo de Sócrates con capacidad seductora vendió sus servicios a tres potencias enemigas en su época. Desertó en Atenas para evitar comparecer ante los tribunales. Se alió con Esparta y les asesoró para hundir a Atenas. Se metió con la mujer del rey espartano y salió despavorido para aliarse con los persas. Vallejo concluye: prefieren cambiar de bando antes que abandonar el poder. “Por fortuna solo hay un Alcibíades: Grecia no podría soportar dos”. Nos resulta familiar. En Nicaragua los hay por montones.

La era digital y las conexiones instantáneas llaman su atención. ¿A quién no? Vallejo se ocupa de lo que llama “Era de los pactos”. Desnuda sus sinsentidos. Sus marrullerías y desvergüenzas. Evidencia su lógica esquizofrénica. Durante las campañas electorales los candidatos compiten por los cargos lanzándose anatemas insufribles. Se desgañitan acusándose mutuamente de ser causantes de todas las desgracias y tormentos habidos y por venir. Sin haber ocurrido ningún cambio de comportamiento al día siguiente mudan de actitud. Todo queda en el olvido. Pactar con el adversario se ha vuelto de lo más normal. El primer ejemplo de esta metamorfosis está en la Ilíada. Hartos de riñas ajenas, mientras Paris y Menelao se baten a duelo los demás combatientes brindan por la paz. ¿Algún día lo aprenderemos?

Para alguien que ha hecho de las palabras su materia prima imposible que obviara su importancia. Dos mil quinientos años atrás, el orador griego Antífone se percató que, si los discursos eran efectivos incidían en el ánimo de las personas: conmoviéndoles, alegrándoles, apasionándoles o sosegándoles. Una verdad que traspasa épocas. Inventó un método para combatir el dolor parecido al utilizado durante las terapias médicas. Abrió un local en Corinto anunciando que podía consolar a los tristes, pronunciando discursos liberadores. Después vendría Freud, el padre del sicoanálisis, advirtiendo que basaba todo su sistema catártico en la magia de las palabras. En la novela Diez mujeres de Marcela Serrano (Alfaguara, 2011), su siquiatra las reúne por una sola vez para que se cuenten sus dolores y malestares. Un ejercicio para librarlas de sus demonios. 

Con el propósito de seguir los diferendos políticos y chismes cotidianos, impacientes nos conectamos con el móvil. Cada día resulta más difícil trabajar, pensar y dormir relajados. La actualidad se consume de forma acelerada. Nunca se digiere. La democracia, reitera Vallejo, nació lejos de este apestoso frenesí. En la Antigua Atenas seis mil ciudadanos eran convocados para deliberar y votar no menos de cuarenta veces al año. En aquel experimento sobresalía la calidad de la conversación. La idea consistía en solucionar los problemas de manera apacible, sin exaltaciones, navegando en las aguas mansas del razonamiento. Todos podían opinar. A los que intervenían de forma impertinente se les aplicaba un castigo. Algo parecido a lo establecido en las Constituciones Políticas. Diga usted lo que quiera, pero aténgase a las consecuencias.

Para salir de la jungla donde la voluntad de jefes tribales, caudillos y nobles, era única la fuente de derecho, hace dos mil quinientos años empezó en la antigua Roma una dura batalla con la finalidad de que las leyes fuesen iguales para todos. Esclavos y plebeyos se negaron a obedecer las órdenes de los magistrados —todos patricios— y fundaron su propia ciudad en el Monte Sacro. Vallejo narra su deserción del ejército y la decisión irrevocable de abandonar las cocinas de los aristócratas y no barrer los suelos. La escritora aragonesa nos recuerda que por vez primera en la historia los pobres querían independizarse de los ricos. Para regresar pusieron una sola condición: las leyes debían darse por escrito, iguales para cada cual, al margen de su origen o fortuna. “Convertirse en esclavos de las leyes, para ser libres”, sentenció Cicerón.

En El futuro recordado danzan las mentiras mediáticas. Un recorrido para tomar conciencia del momento que vivimos. Para mi sorpresa, entre tantos cantos a la libertad, nos recuerda que vivimos una libertad condicional permanente. El poeta griego Alcmán advierte que dependemos de dos fuerzas primitivas: Aisa y Poros. Aisa escapa a nuestro control, nacemos en un país, con genes heredados de nuestros mayores. Poros concede un margen de maniobra para diseñar nuestras vidas. Deja una puerta entreabierta. En cambio, Aisa nunca nos permite vivir como apetece. En esta disyuntiva para dicha nuestra Vallejo certifica: “Siempre pensamos que hemos sido libres en otras etapas de la vida, pero es una trampa del recuerdo. La memoria, ella sí, se toma libertades”. ¡Siempre ha sido así! Unas veces más, otras menos.

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Guillermo Rothschuh Villanueva

Guillermo Rothschuh Villanueva

Comunicólogo y escritor nicaragüense. Fue decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Centroamericana (UCA) de abril de 1991 a diciembre de 2006. Autor de crónicas y ensayos. Ha escrito y publicado más de cuarenta libros.

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